Tu mujer me dijo ayer que te habías ido. No lo sabía.
Ella caminaba por la playa bajo la sombra de su pamela marfil, vestida de flores deslumbraba a los caminantes de la orilla. Y en su soledad creativa viajaba entre los mundos, abonando los campos con tu presencia invisible, que iba susurrándole poemas de ilusión y despertares. Allí estabas. Yo te vi colgado de su brazo, mientras veintiún cascabeles reían en el brillo de su piel. No sabría cómo explicarte, pero la rodeaba un halo de inmenso amor que iba derramándose por debajo de sus pies y limpiaba todo el desperdicio de la noche.
Cely entera, maestra bellísima y profunda, con una agenda llena de sentido. En nuestro abrazo sin quejas me sentí envuelta como una niña que duerme en el regazo de su madre. Gracias de corazón a los dos por devolverme a las fiestas por la gratitud de la vida que se celebran cada mañana.
Si existe un paraíso más allá de este cuerpo de cal que nos sujeta el alma, seguro que tú, Félix, lo recorrerás en una danza con movimientos orientales. Padrino de todos los niños y niñas tristes, desde ahora serás el mensajero de nuestros deseos. Tú, desposado del viento, que ya vienes cargado de cometas tantos años perdidas entre Las Canteras y ese no-lugar.
Teresa Iturriaga Osa
Foto. Félix con Cely sentados en el Naturalis.
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