Aunque solemos tener mala memoria meteorológica, y decimos frecuentemente que “nunca había habido tanto calor”, o “nunca había llovido tanto”, y cosas por el estilo, y luego vienen “los hombres del tiempo” con sus estadísticas para rebatir esas afirmaciones, lo cierto es que hemos tenido en Las Palmas de Gran Canaria, en particular, y en Canarias, en general, uno de los inviernos más largos, más lluviosos, más ventosos, más fríos y con más oleaje que se han conocido. Al menos, yo no le he conocido. Solían ser así en mi pueblo de Fontanales, donde el mal tiempo abarcaba desde septiembre hasta el mes de mayo. Pero estábamos acostumbrados a eso.
Hasta no hace mucho, Las Palmas de Gran Canaria en invierno se distinguía por sus horas de sol y una temperatura bastante agradable, a excepción de unos pocos días, quince o veinte, en los que bajaba la temperatura y llovía bastante. Luego, todo volvía a la calma y nuestra ciudad recuperaba su bonanza climática y su sol radiante. Bueno, hasta que venía el verano y la panza de burro, originada por los alisios, que nos libraba de los fuertes calores, lo cual era una bendición.
En la época invernal, e incluso a principios del otoño, Las Palmas era elegida por numerosas personas procedentes de Escandinavia, principalmente, o Alemania, en menor medida, para disfrutar aquí de una larga temporada, recordando, quizás, aquella época del comienzo del turismo de los años 60-70, en la que la playa de Las Canteras aparecía llena de blancos y rubios bañistas bronceándose en pleno invierno.
Los nostálgicos de Las Palmas de Gran Canaria y su playa de Las Canteras, en su mayoría jubilados, que odian la masificación, el ruido y el ambiente del Sur, han seguido viniendo, pero este año se han encontrado con un tiempo bastante desagradable que ha frustrado sus ansias de calentarse al sol. Muchos así lo han manifestado. Además, los mismos isleños que se pasean por la avenida, o intentan tomar un baño, exclaman: “el tiempo se ha vuelto loco”. Y añaden la coletilla, “ yo creo que el clima está influyendo también en mucha gente, y por eso hay tanta violencia y tanto pirado por ahí”. ¿Tendrán razón?
Una avenida muy concurrida de Las Palmas de Gran Canaria y una playa de Las Canteras que han soportado en los últimos meses un clima más bien cantábrico, con continuas nubes negras y borrascosas, con horbayu, o sirimiri, incluidos, o con un chipichipi, que parece que no moja pero empapa, con ráfagas ventosas y hasta medias galernas con olas que casi llegaban casi al otro lado del istmo. No se puede luchar contra los elementos, es cierto, pero habría que preguntarse si se ha adelantado ya el cambio climático en estas islas, o es algo coyuntural o cíclico, que no se repetirá.
Lo que nos hacía falta, para acabar de hundir nuestra depauperada economía, es que el clima de Canarias se haya alterado, para peor, y que las llamadas zonas turísticas, con mayor número de hoteles, apartamentos y servicios, que hasta ahora tenían “seguro de sol”, dejen de tenerlo, o que sus temperaturas hayan descendido tanto que haga imposible tomar baños, o practicar deportes náuticos en aguas tan frías.
Durante este invierno ha habido también en el sur de Gran Canaria menos días soleados y unas temperaturas un poco más bajas que en años anteriores. Los turistas se han encontrado, en diversas ocasiones, con el impedimento de no poder acudir a la playa debido a la nubosidad, a la falta de sol y, a veces, al frío. Una auténtica decepción.
El lado positivo de este insólito invierno es que la isla de Gran Canaria muestra en estos momentos un impresionante manto de verdor que ha mejorado nuestros paisajes. Otro aspecto positivo es que las lluvias caídas no han producido daños materiales o humanos.
Si nuestro gran reclamo para atraer al turismo es el buen clima, porque hasta ahora no hemos sabido vender adecuadamente otros elementos dignos de tener en cuenta (paisaje, naturaleza, cultura, gastronomía, posibilidad de prácticas deportivas durante todo el año, etc.), ¿qué alternativa nos queda para subsistir? Habrá que poner en marcha la imaginación y buscar otros recursos que hasta ahora han estado ahí larvados, o que ni siquiera hemos descubierto. E insistir en la recuperación de la actividad agrícola y ganadera, entre otras.
José M. Balbuena.