Tiempo de mujer.

HOMENAJE A LA MUJER /DÍA 8 DE MARZO

Que la magia no existe es algo tan obvio como el amor que les profesan los hombres-de-cuello-duro a sus señoras al pasearse por las grandes avenidas. Sin embargo, la magia a veces aparece tan de repente, tan envuelta entre las brumas y el calima, que hace de las suyas y viene a enredarse con el cabello plateado de una anciana. Así conocí yo un día a Bernarda. Aquella abuelita había venido a Gran Canaria cuando era joven, buscando trabajo y estabilidad económica, pero nada le resultó fácil, sus sueños no besaron la realidad como ella imaginó. Su marido enfermó de tuberculosis y murió en el hospital de San José a los dos años de su llegada a la Ciudad de la Luz. Demasiados sacos, demasiadas horas de trabajo y un cuerpo resentido por un tiempo de carencias, no pudo soportar la vida industrial que se agitaba en los muelles. Desde entonces, Bernarda había trabajado en todos los oficios para sobrevivir. Ahora se dedicaba a vender búhos de la suerte por las calles del puerto. Aunque, en realidad, eso no era más que una excusa para pregonar a los cuatro vientos su amor por la vida y la libertad, porque lo que más le gustaba era salir de su casa muy temprano a deambular por la Playa de las Canteras, respirando a toda vela el aire de su infancia. Desde allí, Bernarda partía hacia las plazas, saltaba a la comba, de terraza en terraza, de mesa en mesa, a ver si tenía suerte y vendía sus búhos en algún bar. Era mágica, realmente mágica, el más puro color índigo de una niña con ojos grandes y asombrados.

Teresa Iturriaga Osa

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