“Necesito el mar porque me enseña.”. Pablo Neruda

Viernes: aviso naranja por costeros (oleaje) y aviso amarillo por viento.

Vuelta a la isla de la Graciosa caminando

Relato:

Ahí más allá, y de esto no hace mucho tiempo, con motivo de participar en la Travesía a nado Lanzarote- la Graciosa (Playa Bajo Risco-Caleta del Sebo), acostumbro a ir unos días antes del evento, para ambientar el cuerpo y el alma al acontecimiento. Un de esos días, agarré mi mochila, una cantimplora con agua, un par de bocatas , tres manzanas y en compañía de mi mismo, emprendí la andadura de la vuelta a la octava isla canaria, La Graciosa. Tomé rumbo hacia el Este por donde el sol se deja ver todas las mañanas. Partí de la Caleta del Sebo a las 06.00 horas. Es la hora ideal, aunque hay opiniones en contra. Al principio caminé por una pista de tierra hasta dar con un estrecho y costo sendero. A mi derecha, unos metros más abajo, el mar llegaba con esa pachorra propia de los días de bonanza. A las olas parecía que les costaba trabajo levantarse, pues al llegar a la orilla apenas si formaban espuma. El aire era fresquito a esa hora de la mañana. Al otro lado del Río se adivinaban los farallones de Lanzarote. El sol, según se alongaba en el horizonte, los iba despojando de sus ropajes de noche, haciendo huir a las sombras risco abajo hasta sumergirlas en el mar. Ahora las escarpadas paredes, con sus vertiginosas fugas, tomaban ese color canelo clarito, luminoso, que nos muestran las montañas cuando reciben los primeros rayos del sol, igualito que el Risco Rojo en el Pinar de Pajonales. Después de rendir homenaje a este amanecer, seguí mi ruta: Caleta de Arriba, Playa de los Conejos, donde tomé un primitivo baño, Caserío de Pedro Barba. Aquí las casitas son de baja altura y pintadas de blanco. Cuando les da el sol, te pueden dejar encandilado. Este pequeño núcleo es solo lugar de veraneo. Seguí mi solitario camino. De repente oigo voces, me volví para ver de donde provenían y resultó que era yo mismo que le estaba poniendo sonido a mis pensamientos. Cosas de la soledad. Allá lejos, en el horizonte, el Roque del Este me miraba con curiosidad y su silueta me acompañó un buen rato. Pasé por un lugar que, según me dijeron más tarde, era conocido como Costa de las Tormentas, o algo así. Se podían ver entre las rocas, trozos de maderos, sogas, redes, etc. Por lo que estaba viendo el nombre se lo había ganado a pulso. En este tramo me agencie un pequeño tesoro: un buen puñado de minúsculos granos multicolores. Parecían restos de una colisión del Arco Iris contra los callaos de la costa. Estaban compuestos de pulverizadas partículas de erizos, cangrejos, lapas, caracolas, piedras volcánicas, etc; que el incansable oleaje había triturado. Una maravilla, me lo pueden creer. En mi casa conservo un par de botellas con ese hallazgo. También encontré un callao, no muy grande, en forma de pera, y moldeado por los elementos que es realmente una escultura.(ver foto)

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Para compensar el peso añadido alivié a la mochila de un bocadillo y una manzana. Adelante. Dejé a mi derecha la Punta de la Baja, seguí por el Lomo del Burro, Hoya de la Fragata, Playa del Ámbar (Lambra) y me acerqué hasta los Caletones. Estuve un ratito observando los géiseres de los bufaderos y volví sobre mis pasos pasando por los Llanos de Majapalomas. Saludé a Montaña Bermeja y llegué a la Playa de las Conchas.

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Otro nombre bien puesto, pues la “arena” se componía de millones, sin exagerar, de minúsculas conchas, enteras y partidas. Hermosa y solitaria playa. No me la llevé por que no me cabía en la mochila. No había ni un alma. Por supuesto tomé unas muestras de su peculiar arena. Me quité las botas y dejé que el agua, templadita, refrescara mis calentitos pies mientras los hundía lentamente en la orilla. ¿me explico?. Pues eso. Sol, cielo y mar. Yo solo. Todo para mi. Brisa y salitre. Colores azules, verdes…blanca espuma de las olas recostándose al final de su viaje. Algunas pardelas cenicientas soltándome sus roncos graznidos. Todo ello formando parte del silencio de estas solitarias playas. Me di otro baño integral que me supo a gloria, oiga, y me dejé envolver por la magia del lugar. ¿Cuánto tiempo estuve allí?…pues no lo se. Debió ser un buen rato, pues ha pasado algún tiempo y aún cierro los ojos y lo veo todo clarito. Bien, había que continuar. Saludé con un adiós al islote de Montaña Clara, y despacito, con desgana, seguí mi ruta. Todavía quedaba un buen trecho por recorrer. Llego a la Caleta del Burro, y me doy otro adánico chapuzón, sin evadirme de la magia del entorno. Un poco más adelante, hacia el Oeste, rodeo la Montaña Amarilla. Acertado nombre de nuevo. Al iniciar el camino de regreso hacia el Este, por la falda de esta pequeña montaña, tomo un sendero y en una curva del camino vislumbro allá abajo, la Playa de la Cocina. Preciosa. No muy grande. Bajé a galope “tendido” pues resbalé y me deslicé unos cinco o seis metros montaña abajo. Me raspé manos y canillas pero sin gravedad. El mar, de aguas trasparentes estaba medio dormido. Las olas se quedaban echadas al llegar a la orilla. Si ponías atención al sonido que producían te podían dejar “colocado”. La provocación era mucha y yo, que con poco voy, me di un nuevo margullo. A todas estas tenía más sal en el cuerpo que la Peña la Vieja. De nuevo mochila al hombro y andando. Ahora caminaba algo escarranchado pues tenía las verijas sajornadas de tanto salitre. Pasé por Punta Marrajos, aquí no me bañe por si acaso. ¡cualquiera se atreve!, seguro que el nombre estaba bien puesto. Mi alma la quiero para Díos y mi cuerpo para darle cuero. Seguí costeando por Playa Francesa, Bahía del Salado, y las 18.00 horas estaba de nuevo en Caleta del Sebo. Asoliado y con más sal que un tollo, pero feliz.

Termino este relato y pongo mi mente en la Travesía a Nado que haré dentro de un par de días. Mis caminatas habituales las hago por barrancos, montes y pinares en mi isla Tamarán. Son también lugares silvestres y solitarios, pero confieso y no me arrepiento, que esta costera caminata me ha dejado un imborrable recuerdo.

Hasta la próxima, nos veremos en la mar oceana.

Vicente García Rodríguez.

Octubre de 2.008

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Mapas y dibujos: Vicente García.

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Comentario

  1. Samuel:

    julio 24, 2018

    La próxima disfruta del paisaje, del entorno en su totalidad y guarda los recuerdos en la mente. Si todos nos lleváramos esos recuerdos a casa, como trofeo, dejaría de ser tan maravilloso. Lo que la naturaleza tarde en construir en miles de años, el ser humano es capaz de destruirlo en un abrir y cerrar de ojos.

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