Queridísimos vecinos y vecinas de este populoso barrio de Guanarteme, muy buenas noches:
Desde el agradecimiento; desde el honor de haber sido elegido para pregonar este año las fiestas en honor del Santísimo Cristo Crucificado, y desde la gran responsabilidad que esto supone, deseo que mis palabras se sumen al esfuerzo de todos para conseguir unas fiestas dignas y felices para Guanarteme, para sus habitantes y amigos. Comenzaré diciendo que me dirijo a todos ustedes, en esta noche, con sencillez y, sobre todo, con humildad. Reconociendo mis limitaciones, pero muy orgulloso por el honor que se me ha hecho.
Como dice el libro del Eclesiastés:
No te hagas sabio cuando cumplas tu obra,
la sabiduría del humilde le hace erguir la cabeza.
Pequeña entre las que vuelan es la abeja,
más lo que ella elabora es lo más dulce.
Por este mismo lugar han pasado muchos pregoneros; unos, hijos del barrio, otros no; todos han hablado, más o menos, de lo que este barrio ha sido y de lo que quieren que sea.
Si se recuerda el pasado, es para pensar en futuro, porque una buena historia es garantía de una esperanza creativa para el porvenir. Los buenos recuerdos no son para saborearlos solos, sino para compartirlos. Y esto es lo que yo quisiera hacer esta noche. El ayer se proyecta sobre nuestras vidas y enraíza el presente con los momentos más válidos e intensos. Por detrás de tantas horas, días y años de trabajo bien hecho, formando la historia de una barrio, están muchos nombres y rostros que dejaron su juventud, su salud y todas sus energías, en una entrega escondida para hacerlo grande y conocido. Hacemos particular memoria de quienes ya no están porque fallecieron y de los que, estando, se encuentran enfermos o impedidos. Muchos de ustedes recordarán a aquellos maestros, educadores, a padres y abuelos, personas admirables e inolvidables; severos y cumplidores, con saberes reales y voluntad de transmitirlos. Los de mi generación, nunca podremos renunciar a lo que ellos pusieron al inicio de nuestra existencia.
Los primeros años de la niñez dan, a cada hombre o mujer, las categorías con las que encuadrar el resto de su existencia. Se puede haber nacido en necesidad o en abundancia, con hambre o excesivos cuidados hasta la adolescencia, incluso forzados al trabajo desde la más tierna infancia. Pero, esos primeros años, dan al ser humano, en cuanto ser, todo su sentido. Aquel paisaje, determinadas palabras, una sincera amistad y cada experiencia, forman la trama de la vida.
Muchos de nosotros somos herederos culturales de “un cierto tipo de hombre” que, a pesar de su pobreza material, se sabe cercano y solidario con ese prójimo que está y depende de la misma tierra. Herederos de una cultura abierta a todos y por ello al servicio de todos para el bien y a merced de todos para el mal; ya que no estamos libres de la envidia, la injuria o la acechanza. Pero, particularmente herederos de una cultura de piedad, basada de una fe sólida, que se canaliza por el amor familiar y de amistad; que rechaza el desacato y la insolencia y que entiende la sobriedad y el señorío que nacen de la sola ciencia de ser persona, porque no son las cosas las que nos definen. Herederos, también, de una magnífica cultura del ocio y la diversión que, no sólo no ofende a nadie, sino que se acredita por singulares acciones o habilidades y, muy especialmente, por el servicio.
Las alforjas de la vida de cada persona, se van llenando con una mezcla de muchas realidades. Pero, los grandes valores que en ella se almacenan, se han adquirido en los primeros años de la existencia. Años vividos en un entorno familiar y junto a muy diversos educadores: parientes, vecinos, amigos; hombres y mujeres, personas sencillas y trabajadoras, ni retorcidas ni conflictivas, muy abiertas a la generosidad, amantes de una cordial y auténtica convivencia.
Y, con este bagaje, fuimos y somos capaces de hacer frente al futuro. No con mirada dispersa o distraída, ni masificada ni con un afán manipulador, sino con un sencillo mirar puesto sobre la realidad que cada uno ustedes haya vivido aquí.
Pero, si hago elogios de aquello que hemos recibido, es para reclamar con carácter de urgencia la creación integradora de lo nuevo. Es para que, apoyándome en esos pilares de grandes y hermosos valores, los que todos tenemos, se construya un porvenir que engrandezca aún más la vida de este barrio. Quien a su debido tiempo no piensa y crea, queda supeditado a personas que sólo pretenden sacar provecho de cada situación y de los demás; esclavo de los que van a sus intereses.
Me consta que hay muchas personas que se preocupan por este barrio, que trabajan por su bien. A ellos les pediría que continúen, con esa humildad que les caracteriza, porque:
“El que toca la tinta se mancha y el que convive con el orgulloso se hace como él”
Al barrio le hacen grande, en todas sus dimensiones, no sólo los alcaldes y los concejales, que sin duda alguna lo intenta con éxito, sino las personas que, desde su generosidad, colaboran con gran acierto para lograrlo.
Las fiestas del Cristo, de nuestro Cristo Crucificado, son palabras mayores. Para hablar de ellas hay que ponerse serios. No sólo por su contenido religioso que sin duda lo tiene, sino por ser unas fiestas populares, familiares y de encuentro. Dos facetas siempre unidas que se abren a la trascendencia, a los valores cotidianos del trabajo, del amor y de la amistad; a la concordia y a la colaboración.
Son éstas, unas fiestas posibles gracias al entusiasmo de un buen grupo de personas y al apoyo de todos los vecinos. Fiestas que se han ido acomodando al paso de los años. Años que han traído consigo una serie de transformaciones en el barrio, pero que no han borrado la memoria de los más viejos del lugar, la imagen de lo que desde antaño era Guanarteme. Un barrio que, hoy en día, está plenamente enganchado al desarrollo urbanístico de nuestra ciudad y está siendo testigo, de primera línea, de todo el futuro proceso de expansión y dotación de nuevas y muy importantes infraestructuras urbanas que, sin duda alguna, contribuirán a aumentar el desarrollo económico-social de la zona.
De este proceso urbanístico y social, ha sido testigo de excepción nuestra iglesia del Cristo. Una iglesia fundada el 10 de marzo de 1943 por D. José Ramírez Álvarez, su primer párroco y principal impulsor de la construcción de este Templo. Una parroquia que juega un importante papel en la organización de unas fiestas que han ido cambiando en su forma, aunque no en su espíritu. Espíritu que sigue siendo el mismo y que no es otro que el contribuir a una sana distracción, durante estos días, y a que se lo pasen bien cuantos participan en ellas. Una gente que, poco a poco, ha conseguido un barrio que tiene su protagonismo entre todos los que componen la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.
Junto al mar, en uno de los extremos de la maravillosa playa de Las Canteras, con una historia joven; es un barrio que se origina y extiende a lo largo del siglo XX. Una historia intensa, con hechos y acontecimientos que señalan y caracterizan el desarrollo de una importante zona capitalina; un barrio que siempre ha mirado al futuro y al progreso, como muestra y destaca su amplia geografía urbana.
Barrio que, en su desarrollo, acogería a miles de nuevos vecinos, a industrias tan importantes como la CICER, a fábricas de salazones de El Rincón, así como a otra serie de medianas y pequeñas empresas, incluyendo a talleres que se distribuirían por todo el sector. Hoy, este paisaje urbano, está coronado por ese magnífico monumento que es el Auditorio Alfredo Kraus, cuya imagen es ya conocida en todo el mundo.
Es éste, un barrio formado por una gran cantidad de personas de clase media que han contribuido a escribir la historia de esta zona: La Historia del Barrio. Su futuro está en las manos de una nueva generación, jóvenes para los que demando, desde aquí, una formación acorde con sus necesidades y con estos tiempos. Una preparación que tiene que ir en paralelo con la dada desde la familia, para inculcar-les el aprecio y el respeto por los demás, el sentido de la responsabilidad, el espíritu de sacrificio, el deseo de superación, la autoestima y seguridad en sí mismo; para llegar a ser ciudadanos honrados, trabajadores, luchadores y solidarios.
El crecimiento desmesurado y tan rápido de esta zona, ni puede ni debe, hacernos olvidar que en ella viven todavía muchas personas de su primera época con las que hay que contar porque son el germen del barrio y porque pueden transmitir su espíritu a las nuevas generaciones, su experiencia y sus recuerdos; para que no se pierdan las señas de identidad de una franja tan genuina de la capital que ha ido forjándose gracias al entusiasmo y esfuerzo de sus habitantes.
Un importante papel lo juegan, también, los centros educativos que están llamados a contribuir de forma activa a la dinamización cultural, conservando la historia de la zona como base de un gran futuro. Un futuro que será más brillante si conseguimos la unión de todos los colectivos que conforman el barrio.
Cada vez somos más y los problemas también aumentan, por lo que debemos trabajar juntos para resolverlos, para intentar mejorar y conservar lo logrado, evitando cualquier deterioro de nuestro entorno.
Un ejemplo de lo que se consigue con esa unión, lo tenemos en estas fiestas que fueron rescatadas del olvido. Unión que debe, también, procurar hacer de Guanarteme un lugar agradable donde impere la cordialidad, la comunicación y el respeto a los demás.
Nuestro querido párroco, D. Antonio Fleitas Santana, ha tenido la feliz idea de recordarnos, cada mes, que nos aproximamos a un nuevo aniversario de las fiestas principales, al 14 de septiembre. Cada mes nos da un anticipo de la fiesta patronal. Por ello, estoy seguro de que, como al “Buen Pastor”, le preocupan sus fieles y el mantenerlos centrados en la figura de nuestro Cristo Crucificado. Llevarnos a Él debe ser motivo principal de esta celebración y la razón fundamental de nuestra vida.
Al llevarnos, una y otra vez, hasta el Cristo, comprobaremos la diferencia que hay entre la alegría que Él nos proporciona y cualquier otra alegría. Ésta nos llena plenamente, mientras que otras serán efímeras y pasajeras, pronto se desvanecen.
Todos sabemos que, desde hace unos años, nos acompañan gente venida de otras tierras buscando aquí el trabajo y el progreso que no hay en sus países.
Canarias es tierra de emigrantes. Por ello, entendemos y nos sentimos muy orgullosos de poder brindar a esas personas que vienen, con afán de trabajo y de mejora, la acogida que todos esperaríamos. Además, si lo tenemos claro, ellas son también almas que interesan a Cristo, a nuestro Cristo Crucificado.
El mundo es un maravilloso puzzle en el que encajan y nos enriquece todas sus culturas. La paz de todos los hombres, la que todos deseamos, se empieza a fraguar en la mutua comprensión y en el conocimiento de la historia de los pueblos.
Todos nacimos en un lugar y es muy importante que podamos reconocernos por nuestras raíces y en que nuestro corazón se abra al mundo, para aceptar las aportaciones de cualquier cultura. Los hombres somos como árboles con los brazos abiertos que propician el encuentro, el reconocimiento recíproco. Debemos, pues, fomentar la comprensión y enseñarla a nuestros hijos, a nuestros nietos. Sin olvidar que la generosidad suscita generosidad y enriquece nuestra existencia.
En una sociedad tan marcada por las prisas, por la lucha para poseer más, por querer estar por encima de los demás, sin importar como lograrlo, se requiere de una gran dosis de solidaridad y de respeto.
Hay que mirar al futuro, sin duda, y hacerlo desde ese espíritu inquieto, joven y emprendedor que se respira en el barrio de Guanarteme; pero, sin olvidar todo lo bueno del pasado, del buen hacer y de la experiencia de nuestros mayores; de sus enseñanzas, tradiciones y costumbres, que son las que identifican y aguantan el paso del tiempo.
Con el deseo de que estas fiestas contribuyan a ello y desde el honor que me ha proporcionado compartir con ustedes este pregón, invito a todos los vecinos y vecinas a participar activamente en ellas.
Muchas gracias y felices fiestas.
Manuel Pérez Hernández