Calle Mayor de Triana

Ahí más allá llegó a mis manos una revista, muy bien presentada por cierto, titulada CALLE MAYOR. De golpe me vinieron a la memoria lejanas vivencias. Algo parecido a cuando te llega el olor de un perfume y te pone en otro lugar, o escuchamos la música de un fox-trot, de Glen Miller que nos transporta al Lido Metropol, año 1.950 donde se celebraban unos “asaltos”,- bailes-, muy concurridos por la juventud de la época. En ésta ocasión el titulo de la revista me situó en la CALLE MAYOR DE TRIANA. Allí y desde la confluencia con la Calle Buenos Aires, hasta la subida de San Pedro, al final, cerca del Puente de Palo, tuvieron lugar paseos de ida y vuelta al estilo de aquellos tiempos. Muchos noviazgos que terminaron en la iglesia, con traje blanco ella y corbata de pajarita él, se gestaron en esta calle de Triana. En la escritura de estos, mis recuerdos, no se percibe, pero les aseguro que lo hay, un cargado matiz de envidia, por como fueron nuestros noviazgos a como son los de hoy en día. Pasemos página. A ver si me explico bien para no repetirlo. Arriba el telón. Es un sábado por la tardecita. El gran reloj colgado de un frontis a mitad de la calle, marca las seis y media. Se enciendan las luces de los escaparates. El pavimento brilla a causa de la lluvia recién caída. Se ve la calle en todo su recorrido y empiezan a aparecer los primeros paseantes. Las chicas, de cuatro en línea, caminaban enganchadas del brazo. Preciosa estampa. En medio se colocaban las que ya tenían novio,-propiedad privada-y por las alas se ponían las que estaban de merecer, o sea, libres y sin compromiso. Nosotros, los muchachos, éramos más desordenados pero con tácticas estudiadas. Generalmente formábamos dos delante y dos detrás. Las miradas que cruzábamos con las muchachas eran de ida y vuelta. Muchas naufragaban en el trayecto, sin receptora que nos diera esperanzas, pero otras eran bien acogidas y guarecidas. Táctica nuestra: nos fijábamos en el color de los preciosos vestidos que llevaban en aquellos tiempos,- daba gusto verlas-, para preparar la estrategia del “fortuito” encuentro. Cuando las veíamos venir de lejos, nos situábamos por el lado conveniente y caminábamos haciéndonos los despistados. Ellas tampoco eran flojas para localizarnos. Cuando veíamos que se llevaban la mano a la nuca por detrás de la oreja, haciendo como que se arreglaban el pelo, y mirar con disimulo al galán de turno, es que ya nos tenían en el punto de mira. A la primera. Eran el diablo. Como se suele decir, cuando nosotros íbamos, ellas ya estaban de vuelta. Después de varias rondas, las miradas eran más directas, pero aún quedaba un largo camino por recorrer. Nosotros, ignorantes, creíamos que éramos los que conquistábamos. Ah, bobilín. (Yo creo que hoy sigue igual la cosa). Volviendo a lo anterior, al encontrarnos de frente con la que creíamos “en el saco”, hacíamos un pequeño jeitillo, con la mano levantada a media altura, el dedo índice haciendo un giro en espiral que, en alfabeto a-mor-se, significaba: no me falles el sábado que viene. Estábamos una semana sin vernos, pero yo no se que eficiente servicio de espionaje tenían estas muchachas que, cuando al fin entablábamos conversación, sabían donde uno vivía, donde estaba empleado, si era trabajador y buen chico y de que familia venía. Por poco hasta el sueldo que ganabas. Cuando ya paseabas con ella, si te “pasabas” un poco y la cogías de un brazo, daba un rechazo, retirándolo con rapidez y te fulminaba con una mirada que te podía tirar de espalda. Eso como poco, pues de camino podías alcanzar un cachetón. Oh, eso fue así. Seguro que hay testigos por ahí. Al hilo de lo que digo y dentro de un orden establecido, no se por quien, intentábamos”semi inocentes” contactos a ver que terreno pisábamos. Se pedían disculpas por algún atrevimiento de más y seguíamos el cortejo. De todas maneras empleábamos una táctica a la cual, cosas de la vida, un hijo mío le puso letra, cincuenta y siete años más tarde, a una isa canaria, que tituló “La isa del Permiso” y que dice así en una de sus estrofas:…”más vale pedir perdón que estar pidiendo permiso”. Unas veces acerté y otras me acertaron.

Me permito un cambio de escenario de aquellos entrañables recuerdos. En verano los paseos cambiaban de lugar pero el argumento y los artistas eran los mismos. En el Parque de Santa Catalina el recorrido era circular. De la heladería que estaba en la esquina de la calle Luís Morote pasando por el Bar la Peña, El Guanche, Tabaquería Pulido, Bar América…¿recuerdan las gruesas cadenas en unos de los costados del Parque?…también se paseaba en la Avenida de Las Canteras, desde el antiguo Balneario, frente al Viera, el cual tenía una bonita terraza con barandilla y todo. Se llegaba hasta casi la Puntilla, pasando por el Bar las Cuevas, Costa Bella y que se yo…la liturgia era igual que en la Calle Mayor de Triana, interminables idas y venidas, cruces de miradas y sonrisas que era todo un preludio de lo podría suceder, con suerte, más adelante. Tiempos que, por cierto, se fueron rapiditos. Recordar estas cosas, sin lamentaciones, pienso que no es malo. La nostalgia bien aplicada nos puede hacer sonreír y revivir lo que fuimos ayer. Se me ocurre pensar que el mar que rompe hoy en la orilla no tiene el mismo sonido ni la misma espuma que ayer. Tampoco los atardeceres tienen idénticos colores que entonces, pero tanto una cosa como la otra siguen siendo bellas…Ayer y Hoy.

Vicente García Rodríguez.

Abril de 2.008

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