Peña La Vieja, célebre roca milenaria situada en mitad de Las Canteras, es uno de esos lugares que parece bendecido por los dioses submarinos. El suelo rocoso y la ausencia de barra, que a esa altura de la playa yace sumergida y desmenuzada en grandes pedruscos, invita a numerosas especies a buscar cobijo en las inmediaciones del peñón.
Bancos de jureles juguetones, medregales de incógnito entre las salemas, chuchos en busca de reposo para el desove; especies inéditas en otros lugares de la playa honran con su presencia a este cambiante lugar, que se observa siempre con nuevos ojos.
Lo único que permanece inalterable en la zona es la triste visión de los desechos humanos; basura mezclada con la fauna por la implacable fuerza del mar. Quizá venidos con las corrientes del norte o quizá arrastrados desde nuestra propia orilla, lo cierto es que contemplar estos objetos fluyendo con los vaivenes de la marea duele aquí como en ningún otro lugar.
En un patético contraste se mezclan grandes bancos de bicudas con latas de refresco, bolsas de plástico con simpáticos roncadores o majestuosos gallos con envases de yogur. Una visión penosa para guardar en la retina como monumento a nuestra dejadez.
En el reportaje de hoy me gustaría hacer más patente este contraste mezclando algunas fotos tomadas en la zona. El conjunto forma una grotesca composición: la explosión de vida de este santuario de buceadores frente al triste espectáculo de la negligencia humana. Juzguen ustedes mismos.
Afortunadamente, la afluencia de especies y la diversidad de la fauna las proporciona la naturaleza. Arreglar el otro problema ya es cosa nuestra.
Manuel Marichal Pérez
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