“Necesito el mar porque me enseña.”. Pablo Neruda

Viernes: aviso naranja por costeros (oleaje) y aviso amarillo por viento.

Un día de natación en la playa de Las Canteras

Pasada la jornada de trabajo de un día cualquiera y de manera habitual, me decido a realizar la travesía de la playa de las Canteras. El punto de llegada, como siempre, la Puntilla; el de salida, las inmediaciones de la Cícer, Peña la Vieja o Playa Chica. Pienso que determinados días de natación podía ahorrármelos o, más bien, cambiar la singladura en sentido inverso del que me lanzo: mejor partir de la Puntilla y aparecer por la Cicer o por los otros lugares reseñados. Es lógico que así fuera, pero el nadador como el alpinista lo quiere un poco más atractivo, aunque sea más arriesgado, siempre dentro de una lógica seguridad.

El trayecto hacia la Puntilla, qué facil y rápido es hacerlo con la marea alta pues a ello nos empuja la corriente, que rauda y veloz tiende a desplazar cualquier objeto flotante hacia aquellas inmediaciones del Nordeste. Ahora bien, hay que poner especial cuidado con los rompientes que están residenciados en el lugar conocido como los Lisos o el Charcón -antesala de la Playa Chica-. Más adelante y en aquella dirección hacia el Nordeste, rebasada la Peña del Pastel a la altura del Hospital San José, hay que dejar ligeramente la ruta marcada en línea recta, lindante con la barra -para contrarrestar la tendencia del mar a arrojarnos fuera de la misma- y nadar en dirección diagonal hasta alcanzar las escalerillas o la rampa que están al final de nuestra ruta pelágica junto al Club de Vela. Pero este mismo trayecto hacia la Puntilla con la marea menos alta y en días de señalada corriente, no es tan fácil de conseguirse si el nadador no está suficientemente entrenado. Al encontrarnos con la corriente en contra, de Nordeste a Noroeste (o lo que es lo mismo, de la Puntilla al Auditorio), el nadador ha de realizar más esfuerzo para vencer su resistencia que empuja en dirección contraria, además de la desagradable jugada que los amenazantes lisos puedan hacernos. En determinadas ocasiones, aquella es de tal magnitud que ni el barrido de mis brazos ni el batido de mis piernas, en un esfuerzo extra, consiguen alcanzar su objetivo: llegar al pretendido e inalcanzado punto de destino.

Entonces, qué hacer. Muy sencillo: Darse la vuelta. No es aconsejable regresar inmediatamente a la orilla, en esa zona; y menos aún, empeñarse, a toda costa, franquearlos porque lo único que se consigue es recular en su intento. Ni que decir tiene que lo mismo sucede si queremos atravesar los Lisos en dirección al Auditorio si la marea está alta y apenas vemos la barra.

También deseo recordar que la influencia del viento -aunque su dirección es independiente de la que lleva la corriente- cuando coinciden en la misma dirección en tiempos tormentosos, hacen muy penosa la travesía por lo que se recomienda en estos casos la abstención de la práctica de este deporte. Estos hechos de la naturaleza serán anunciados por los servicios de playa de la Cruz Roja y nos lo recordarán, al mismo tiempo, izando la bandera roja en el Balneario.

Nos preguntamos los nadadores cuándo y en qué momento conviene hacer travesías por las inmediaciones de la barra de las Canteras o por fuera de ella si el mar lo permite y la altura de la marea es tal que hace sumergir el punto más alto de la misma en el fondo. Para ello es necesario recordar que las mareas -en sus límites de pleamar y de bajamar- son diferentes según el influjo de las fases lunares. Así pues, en las fases de plenilunio y novilunio, la altamar es muy alta y muy baja la bajamar; en cambio, en las fases de cuarto creciente y cuarto menguante, ni la pleamar es tan alta ni la bajamar es tan baja (los extremos entre pleamar y bajamar se acortan) y es lo que se conoce en el argot de los pescadores de nuestras costas como la media marea.

En otras ocasiones puede acontecer de manera insólita que el bello celaje del firmamento se transmute en un gris atemorizante con repercusión en las aguas, cambiando diametralmente su semblante. Esto sucede cuando subyace en la atmósfera unas condiciones no aparentes de tormenta que irrumpe de manera brusca e inesperada por cambios insólitos de temperatura o fluctuación rápida de la presión atmosférica. Así ha sucedido en excepcionales fechas del otoño.

Atención a los pecios sumergidos.

En los días de fuerte oleaje, sobre todo cuando las altas olas, además de acabar exhaustas en la orilla, van estrellando sus crestas a lo ancho del mar, ha de extremar el nadador la precaución y observar en todo momento los pecios u objetos flotantes que lleva la enorme masa de agua que desplaza, al objeto de evitarlos. Un golpe de estos objetos contra el cuerpo del nadador puede ocasionarle heridas de especial consideración. En estos casos se recomienda no nadar. Lo mejor es pasear y contemplar las embravecidas aguas en su tumultuosa y majestuosa inquietud y desasosiego.

Y qué podemos decir de la invasión en determinadas épocas del año de las peligrosas aguavivas que nos pican y nos amedrentan, martirizándonos y atormentándonos para que nos salgamos del agua. No es la primera ni será la última vez que lo hagan, seguro. Suele suceder a lo largo del año, en especial, en los meses de septiembre, octubre y marzo coincidiendo con el equinoccio. Los vientos, corrientes y mar de fondo con reboso son elementos determinantes de su presencia en nuestras aguas. Para evitar sus airadas aguijonadas, si nos decidimos a realizar la travesía, no tendremos más remedio que enfundarnos el traje especial de baño enterizo -como hacen los submarinistas- y correr con la suerte de que no besen nuestras mejillas o acaricien nuestras manos o pies.

En cualesquiera otras playas de nuestro archipiélago en las que se pretenda hacer incursiones de medianas o largas distancias nadando, conviene solicitar previamente información sobre dirección y fuerza de sus corrientes, profundidades, configuración de las arenas y de su acantilado al objeto de evitar posibles percances. Tal información podrá ser solicitada de las Autoridades de la Marina, Protección Civil, Cruz Roja del Mar, Policía Local y nadadores que frecuentan las costas y las playas.

Me he decidido a redactar estas líneas, debido a que en mis incursiones por el mar durante años realizando este deporte, me he encontrado con bañistas que básicamente por desconocimiento de la realidad del medio en que ejercitan este deporte, han necesitado alguna explicación al respecto.

Desde estas páginas deseo agradecer a mis compañeros de natación: Paco Bello, Carmelo Rodríguez, Tony Machado, Chicho, los hermanos Vicente y Juan García, Sergio Medina y Jorge Ramírez, entre otros, los consejos recibidos como avezados nadadores. También, en especial, he de agradecer a Juan Carlos -Coordinador de Cruz Roja- y a su equipo de socorristas y vigilantes, los servicios que tan eficazmente prestan a todos los bañistas, nadadores y ciudadanos, en general, que gozan de esta hermosa Playa de Las Canteras.

Juan Manuel Bautista Ramos

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