Última actualización hace 4 meses por MiplayadeLasCanteras©
Estos textos fueron los relatos ganadores de una concurso literario organizado en el año 2004 por www.miplayadelascanteras.com
«La cruz de coral» por Alejandra Planet Sepúlveda
Soy un hombre buscado. Una recompensa de aplausos tendrá el que me encuentre y un sitio de honor en Isla Coral.
Salí hace un año a una playa desconocida, sin nombre y tan bella como su isla, a vivir una de esas aventuras inolvidables. Mi gran anhelo era Surfear en esas olas que superaban los veintidós metros de altura y correr sus crestas, a pesar de lo helado de su mar, hasta que terminaran mis vacaciones.
Cuando llegué a la isla, hice amistad con uno de los lugareños conocido como Tiburón , ligero y audaz en su forma de surfear. Se le consideraba el mejor de la región y era el orgullo de todos los que residían allí.
La gente de la isla no miró con buenos ojos nuestra amistad. Algunos pensaron que deseaba aprender las técnicas del Tiburón y otros, que me llevaría para siempre a su campeón a Playa Arrecife, de donde yo venía.
Un día , planeamos ir a surfear al otro lado de la isla, donde el mar parecía zumbar y nadie osaba poner su tabla. Fue antes de nuestra aventura, cuando el Tiburón me regaló su cruz de coral en homenaje a nuestra amistad. Yo, al ver su gran gesto, le prometí llevarlo a Playa Arrecife, distinguida por sus arenas rubias, su oleaje majestuoso y sus tibias aguas.
Colgué la cruz de coral con un cuero de pescado en mi cuello y nos subimos a las tablas para correr sobre una alfombra de coral que yacía bajo las olas. Surfeamos como nadie, disfrutamos en las crestas y pareció que danzábamos, deslizándonos por las aguas.
Cuando salí del mar, esperé a mi compañero, pero mientras secaba mi tabla, noté que el Tiburón no aparecía .
Fue entonces, cuando una ola lo trajo de vuelta a la arena. El Tiburón tenía la cabeza ensangrentada y parte de su tabla rota, todavía unida a su tobillo por la cuerda. Fui hacia él y traté de socorrerlo, pero fue inútil. Lo último que hizo antes de morir fue apuntar con su dedo hacia mi cuello, donde se movía la cruz de coral. No comprendí lo que quería decir, pero luego descubrí que había caído en los corales. Cuando le informé a su gente, nadie me creyó y con odio me culparon de su muerte y de robar su cruz de coral. Logré huir y, desde ese momento, me paso las noches en las crestas de las olas surfeando, esperando que se cansen de buscarme, ansiando el día en que vuelva a Playa Arrecife y que esta aventura, por fin, termine.
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