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Como en la autora de «Versos y estampas», la destreza literaria y la deportiva se aúnan también en la figura de Pedro Lezcano, consumado submarinista que llegó incluso a ganar un premio nacional por capturar un tiburón. El lírico y ex presídeme del Cabildo grancanario, que vivió entre 1951 y 1981 en Luis Morote, solía sumergirse tras la barra grande en busca de sus presas que unas veces eran peces y otras veces eran versos.
(Olvido)
He vuelto al mar, he hincado la rodilla,
hechas mis manos valvas de pecado.
He pedido perdón, he perdonado,
yo a su duro coral, él a mi arcilla.
Mil orejas de nácar a la orilla
han venido y mi voz han escuchado.
Pero el mar es muy viejo y ya ha olvidado
mi garganta reseca de Castilla.
Con su ribera impar y su mutismo,
con su arrastrar eterno de cadenas ,
su silencio nombrándose a sí mismo.
Todo lo olvida el mar, todo, y apenas
Quien de él tomó sudario o quien bautismo
Es una huella más en las arenas
(Pedro Lezcano: “Muriendo dos a dos” )
Aunque más Joven que Lezcano, Manuel Padorno frecuentaba Las Canteras desde mucho antes, de hecho entre sus primeros recuerdos están las horas en el patio de recreo, esto es la arena de la playa que se extendía en tomo al colegio Viera y Clavijo. Si, como dijo otro vate, la patria de uno es su infancia, puede decirse con doble razón que Padorno sigue viviendo allí pues la arena es ahora la terraza de su casa de Punta Brava y el autor de “Para mayor gloria”, que la recorre todos los días, se precia de reconocer sus distintos granulados y los infinitos registros sonoros del oleaje.
(La zambullida Atlántica)
Esta mañana es pura transparencia.
El hombre va, camina de la playa
inmenso azul brillante, incandescencia
profundidad celeste; todo estalla.
Entonces va, repara en la violencia
de la mañana azul, profunda raya
que ahonda el horizonte, turbulencia
infinita, la línea donde encalla.
El hombre entonces, pleno de sentido
se arroja afuera, el límite respira
a bocanadas llenas de alegría:
La zambullida atlántica; caída
voltea el exterior, hambriento aspira
interminable azules todavía.
(Manuel Padorno: Efigie canaria)
La comunicación no es la raíz última de la poesía de Padorno como tampoco lo es de la de Arturo Maccanti aunque lo cierto es que éste último le debe a ella su vínculo con Las Canteras pues no en balde su padre, técnico de una compañía telegráfica italiana, se instaló junto a playa para extender un cable submarino entre Génova y Buenos Aires. En la memoria de uno y otro, de Manuel Padorno y de Arturo Maccanti, están grabados con nitidez viejos camaradas de la infancia como los artistas Martín Chirino o Manuel Millares o el escritor José Luis Gallardo, autor de una serie de semblanzas sobre la playa que se publican periódicamente en estas páginas.
Con seguridad a ninguno los poetas mencionados aquí hasta ahora se les escapó nunca la rotunda presencia de la Peña de la Vieja, uno de los más rotundos arrecifes de la playa, si bien a cada uno sugirió sensaciones distintas. A José María Millares, miembro destacado también de este elenco marino, le confronta con las oscuras imágenes de una familia represaliada, la suya, que se instaló ante ella para esconder la miseria que le trajo aquella guerra que truncó la felicidad acrisolada años antes en otra “casa que iba al agua”.
(La casa que iba al agua)
Breve vino la mano a ser del mar
la ola, hablado el pelo hasta la orilla,
una charca de voces y eléctricos cristales,
una manta de arena por la playa
cayendo la noche, hacia el abismo,
una rosa en la luz
sentada ante la casa que iba al agua
a refrescar sus ojos, su silencio,
más allá del olvido, de unos labios
cerrándose en el frío de la muerte.
(José María Millares: “Azotea marina”)
Las Canteras de José María Millares no es la de Lázaro Santana, aunque como la de casi todos los citados es también en buena parte un paisaje de infancia, en su caso visto desde La Puntilla, un enclave natal que refluye en cada uno de sus libros desde El hilo no tiene fin, hasta el punto que en todos ellos hay un poema que está rotulado con su nombre. El mar de Santana en cualquier caso no es un mar fácilmente reconocible, sino un mar abstracto reelaborado desde materiales concretos recogidos en la playa y en los que de vez en vez refulge una silueta conocida.
(Cometa en Las Canteras)
Haces que el mediodía
de agosto sea un arco
iris troceado:
la oblicua geometría
de tu dibujo contiene
en sus campos colores
para decir los nombres
de la luz. Y entretejen
tu cola la monedas
del sol. Alta en el aire
de la playa, esa imagen
ofrece su belleza
A los ojos y ha sido
realizada con otra
función: ella transporta
por el azul el sitio
donde caben verano
e inocencia. Tu vuelo
es el papel de un sueño
que ata el niño a su mano.
(Lázaro Santana “Monologo del Canónigo y otros pretextos insulares”)
También como Lázaro Santana, Eugenio Padorno ha elaborado buena parte de sus poemas con una gran carga de abstracción. Con todo, el autor de Paseo antes de la tormenta, que como su hermano Manuel recorre todos los días la playa sincopando su respiración y su verso con el ritmo de las olas, ha llegado, en Diálogo del poeta y su mar, a tabular una onírica conversación con el océano convertido en lo otro de sí mismo: en lenguaje. Una confrontación intensa entre el habitante de una tierra saturada de nombres y un espacio líquido que reclama franqueza, y que en una imagen feliz le espeta: «¡Expláyate!».
(Los muchachos aguardan…)
Los muchachos aguardan-el mar les llega a la cintura- la cercanía de la ola; luego alojados en la concavidad que avanza, se dejan arrastrar, protráctiles, en un ciego empellón, orilla arriba.
Tambien nosotros, hace tiempo, sin saber de la física de la mar y de la luz, sin sospechar que la fuerza y los sueños eran sobreabundancia; el ímpetu, opresión invisible.
Y lo que había que apostar lo reservábamos el fin del verano, con las mareas del Pino, como ahora, tan altas e improvisas, cuando la playa, sin parasoles ni casetas, es, con los grumos de sal de los rompientes, un empañado fulgido y salvaje.
Ellas nos miraban desde las azoteas en un minuto en el que ya cabía el debe entero reservado al futuro.
Puedo cambiar unos signos por otros, el ámbito de mi vida de anfibio, la metáfora del nadador por la del paseante, ¿mas que oponer a su sentido último? Peraltado, caído, mesado tantas veces en el alisadero de esta ola única de la luz, mientras no es diferente mi existir del callao o el pedazo de remo que aún no son arenisca.
(Eugenio Padorno “Paseo antes de la tormenta”-fragmento-).
Suplemento Nº653 «Cultura» de La Provincia-DLP.
julio 2001