Entrevista al músico Jorge Morell: “Aquí me enseñaron a mirar el mar”

(Fotos: Jorge con su orquesta y con su querida Peña de la Vieja)

Habíamos quedado en la playa a las cuatro y allí estaba. Puntual y correcto, sentado a la sombra, con ese aire de viajado lucano argentino, escondía bajo sus lentes una mirada con el brillo de un niño, medio corsario, medio capitán de navío… no sé… Pues bien, señoras y señores. Ladies and gentlemen. Muy buenas tardes, damas y caballeros. Les presento… para todos ustedes, queridos amigos: ¡Jorge Morell! Sí, uno de los autores no nacidos en España que ha hecho más canciones para España: “Vuelo 502”, “El turista 1.999.999”, “A Santiago voy”, “Gibraltareña”, “El hombre del tiempo”, “Una horita antes”, “Margarita”, “El chiringuito”, “La barbacoa” y tantas otras. Le observo de nuevo y me froto los ojos… me pregunto por los metales de la arena… que alguien me aclare… ¿Qué tiene? ¿Pero qué tiene la playa de Las Canteras que se pega a las chanclas de tantos artistas? ¿Serán los matices de las rocas volcánicas de profundidad? Digo yo… Quizá Jorge sepa explicarnos un poco este misterio…

J.- ¿Anécdotas? ¿Te cuento?

T.- Sí, cuéntame cuando llegaste a estas islas y… bueno, ¿qué es lo que te gustó aquí para quedarte? ¿Cómo fue?

J.- Pues no sé, eso, que me enamoré. Que empecé a salir con Fina y… listo. Y ahí se me acabaron las revueltas, me metió en cintura, pero p’a fuera… porque me hizo engordar… a kilo por año… ja, ja.

T.- ¿Y qué cosas recuerdas tú de aquella época?

J.- Eh… que tuvimos mucho éxito, mucho éxito, y repetimos cuatro inviernos más., porque teníamos un repertorio muy bueno, la orquesta era muy, muy buena, dentro de las orquestas de segundo o tercer nivel, y caímos muy bien. Aquí la gente es muy, muy acogedora, y teníamos discos, salíamos en los periódicos a cada rato…

T.- ¿En qué años?

J.- Del 65 al 70. Y… ¿qué más?

T.- ¿Tu mujer te enseñó Las Palmas cuando llegaste aquí? ¿Qué es lo primero que viste?

J.- Nos citábamos por la zona, por aquí, por Pinito del Oro, íbamos a caminar y eso… porque ella trabajaba y yo también. Claro, al trabajar yo de noche y ella de día, pues, los encuentros podían ser un día que yo tuviera libre… o que ella tuviera libre… eso no era una cosa muy formal porque ya sabíamos que estábamos de novios y que nos casábamos antes de irnos a hacer la temporada en Palma de Mallorca. Eso fue en 1966. Recuerdo aquella época de los toldos, el sancocho y los asaderos en la playa. Eso era genial. Cuando bajabas a la playa y te invitaban a un “guanijai” y te decían aquello de “enyésquese algo cristiano”. Recuerdo Juan Pérez, el Costa Bella, el Hotel Gran Canaria, la Sala Pinito del Oro… La Puntilla… La Cícer…

T.- ¿Y tú tocabas con la orquesta Richard y sus Bambucos?

J.- Sí, yo tocaba y cantaba, y hacía canciones. O sea, que, prácticamente, hacía de todo. En la Península conducía la furgoneta… yo hacía todo, yo hacía todo.

T.- Mira, ¿y recuerdas cómo eran los primeros paseos en Las Canteras’

J.- Sí… ¿Cómo te puedo decir? Yo no… yo no miraba a nadie… no, no… yo no entendía nada… Yo entendía solamente que estaba con Fina, eso es lógico… yo miraba a Fina, a los demás no los miraba. Es lógico… tienes una piba que te enamora… pues… ¿a quién vas a mirar? ¿El mar? Sí, estaba ahí, pero… ¿cómo puedo decirte el asunto? El asunto era entendernos y planificarnos y… muchas cosas.

T.- Dicen que… donde te enamoras, siempre será la ciudad más bella del mundo para ti… ¿Es así en el caso de Las Palmas?

J.- Yo ya me siento de Las Palmas. Tan es así que, a veces, yo estoy fuera y… mmm… como en Madrid, que tengo que ir a cada rato, entonces, yo me pongo a hablar canario, y la gente empieza a decir: “Ay… qué bonito es su tierra…”; y a mí me encanta que me tomen por canario… me encanta, me encanta. Pero yo me siento más a gusto aquí y, ahora que soy mayor, es lógico. Es lógico, tengo ya que aquerenciarme en algún lado… apalancarme en algún lado, ¿no? Yo sé que terminaré la vida por aquí…

T.- ¿Llevas 30 años viviendo aquí?

J.- Sí, claro… desde el 71 o el 72…

T.- ¿Y tus hijas nacieron aquí?

J.- Sí.

T.- ¿Y tú las bajabas a Las Canteras?

J.- Sí, sí. No siempre, no siempre, pero bajábamos. Tengo fotos con gente en Las Canteras… Con Alberto Cortez, que es el padrino de la mayor… y la mujer… son los padrinos. Y cuando hacía alguna gala por aquí, venía, nos íbamos a comer, paseábamos por aquí… y luego, las hijas hicieron su carrera y se marcharon…

T.- Pero tú sigues aquí… bajas diariamente con un grupo de amigos desde hace muchos años. Háblame un poco de ese grupo…

J.- Sí… el más venerado es don Emilio. Después, eh… los demás son todos compañeros… hay mucho afecto… yo soy… eh… aprendiz de playero y estoy en nómina como fijo-discontinuo.

T.- Está bien… la… definición… digo…

J.- Sí… esto significa que, cada dos o tres semanas, me tengo que ir a Madrid, entonces, cuando voy a Madrid, aviso. Porque si no, preguntan: “¿Y Jorge? ¿Dónde está?”

T.- Y te echan en falta…

J.- Sí, de la misma manera que si alguno falta un par de días, tú lo sabes, empezamos a llamarnos y a preguntar… Esta es una zona familiar, conoces hasta los niños cuando te llaman: “¡Jorge, Jorge!”

T.- Eso te gusta… que te llamen por tu nombre…

J.- Me encanta, me encanta, me encanta, me encanta. Que me llamen Jorge, igual que en casa, eso me rechifla. Que no me llamen ni por los apellidos, ni por el seudónimo, ni me digan “don”, ni “señor”, ni “caballero”.

T.- No te gusta que te llamen por el nombre artístico…

J.- Oh, es espantoso. Porque aquí yo no soy un artista, soy un aprendiz de playero, como te dije.

T.- Tú has aprendido muchas palabras canarias en los años que llevas aquí, ¿no?

J.- Sí, y dichos.

T.- A ver… por ejemplo…

J.- Hay un dicho que me encanta, si quieres te lo escribo: “No se puede estar silbeando y polveando gofio a la vez”.

T.- ¿Qué significa?

J.- Eso significa que no se pueden hacer dos cosas distintas en el mismo momento. Y eso a mí me encanta. Después, las palabras… a mí me encanta meter la “j” en lugar de la “h”… es que me encanta… disfruto como un camello… y decir “a” antes de las palabras…

T.- ¿Por ejemplo?

J.- Yo qué sé… apaláncate… o amárrame… o… lo que sea…

T.- ¿Y en Madrid también lo dices?

J.- En Madrid… Yo voy con mi mentalidad canaria a Madrid, lo que pasa es que me adapto a todos lados… pero por ahí suelto lo que se me da la gana, sobre todo, cuando estoy hablando en serio. Los despisto totalmente.

T.- En eso eres muy canario, ¿no? Tienes esa socarronería…

J.- Claro, en Madrid me llaman el canario. Qué tal por su tierra… qué envidia… porque ellos se creen que estamos todo el día en la playa… pero no piensan que, durante la semana, los canarios trabajan… Es lo mismo que yo le diga a un madrileño: “Oye, ¿por qué hoy no fuiste a la sierra?”; dirá: “Psss… pero… ¿cómo voy a ir a la sierra si estoy trabajando?; ya iré el sábado o el domingo”.

T.- Mira… y háblame de la playa, háblame del mar…

J.- Mira las barcas por donde salen… ¿Ves aquélla que entra y la otra que sale? Antes había muchas más… Porque mira, aquí está La Barra, que tiene tres partes, y dos entradas. Por ejemplo, nosotros estamos ahora en La Barra del Centro, entonces, por donde va a entrar ahora esa barca, hay un trozo que no hay barra y se entra y se sale. Y aquí a la derecha, ahí mismo, hay otra.

T.- ¿Y tú conoces el nombre de las rocas?

J.- Sí, claro, claro.

T.- ¿Quién te enseñó eso?

J.- La gente. Yo aprendí a ver el mar aquí. Aprendí la diferencia entre ver y contemplar el mar. Y no sabía de qué iba, pero a fuerza de bajar y de escuchar a la gente del barrio, de toda la vida de la playa… en fin… en lugar de decir “aprendí”, debo decir que “me enseñaron” a mirar el mar, a conocer las rocas por su nombre, los cambios de tiempo, las mareas, la luna, la frecuencia de las olas… y a saber lo que pasa a lo lejos y de cerca. Y, fíjate, es curioso que, cuando bajo a la playa y no veo a alguno de mis amigos, sé quien está por las toallas y las chanclas. Nosotros sólo venimos por la semana. No bajamos los sábados y los domingos…

T.- ¿Porque está masificado?

J.- Claro. Y es una gloria. Tener una playa para uno solo, para un grupo… A veces estamos un grupito allí, dos allá… cuatro para el otro lado… De ahí para allá, sí, hay más gente, porque es más ancha… hay más espacio… pero aquí hay menos espacio…

T.- ¿Y tú compones en la playa?

J.- Ya no. Ya no, porque me hincho a aprender.

T.- ¿No tienes tiempo para componer?

J.- No, no. Es que ni se me ocurre. Ni se me ocurre. Antes me pegaba unas caminatas por ahí… y me decían: “¿Y por qué vas siempre con la cabeza baja?; siempre vas pensando… Y sí, yo iba pensando: “A ver… qué tengo que llevarle al Georgie Dann… y de qué esto… y de qué lo otro… y cómo le meto la palabra para que no se trabe… para que la pueda decir…” Trabajar para Georgie Dann es una de las cosas más difíciles que puede encontrar uno… porque te dice: “No, esa palabra no me va… aquí se me cae la canción…”; y tienes que ponerle otra y cambiar y empezar a hacer otra vez la letra y cambiar… La melodía, normalmente, no la cambia nunca.

T.- Bueno, Jorge, muchas gracias por todo, ha sido un placer charlar contigo y no te robo más tiempo… supongo que tu grupo de amigos de La Peña la Vieja ya te reclama en la toalla…

(Jorge Morell ha recibido durante dos años el Premio del Instituto Nacional de Cultura Hispánica y el Premio del Ministerio de Información y Turismo. Es miembro de la Academia de Las Artes y Las Ciencias de La Música.)

Teresa Iturriaga Osa

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