Estábamos escondidos donde nadie pudiera encontrarnos. Divisábamos la bahía y toda la playa de la costa este. Los barcos llegaban sin parar en un estrepitoso baile que no cesa. Los contábamos haciendo muescas en la roca, para no dejar escapar ninguno. Hombres rubios, delgados, ataviados con ropas de plata, desembarcaban. La playa perdió su color, y fue como una invasión de cangrejos que salen del mar.
En la cueva manteníamos el silencio. Llevábamos tres días sin salir, y las provisiones se iban agotando.
Formábamos grupos de dos para proveernos de lo que nos hiciera falta. En las noches, sin posibilidad de hacer fuego, contábamos historias de otras embarcaciones que habían llegado a la isla.
Sabíamos que los barcos no se quedarían allí, aquella isla no era lugar de refugio. Venían a proveerse de personas que poder llevar lejos.
Pero aquel viaje fue diferente. Los barcos tardaron semanas en zarpar; no había duda de que sus intenciones habían cambiado.
El sonido de los truenos nos alertó. La lluvia empezó débil, como cuando quiere avisar de que algo grande está por pasar. Nos asomamos a la bahía y vimos a los hombres blancos subiendo a los barcos.
Fuimos saliendo de la cueva agradeciendo al cielo su templanza. Nos dividimos en grupos para poder aprovechar el tiempo, y recolectar la mayor cantidad de alimentos. Queríamos, también, encontrar a otros habitantes de la isla, que nos contasen qué es lo que pasaba.
Los días pasaron y la tormenta no cesó. Los barcos, enfurecidos por las olas, se soltaban de sus anclas, y se iban mar adentro. Como una fuerza que iba de la tierra al mar, las grandes olas en la orilla, no permitían a ningún barco desembarcar, y asombrados íbamos a la playa a verlos alejarse.
Fue la tormenta más larga de la historia. Duró, al menos, tres años. Lo suficiente para hacernos fuertes frente a la próxima llegada del hombre blanco.
En este post, de manera simbólica, reflejamos solo una mínima porción de lo ocurrido en estos lugares durante los 20 años de www.miplayadelascanteras.com