En aquellos años, el terraplén de tierra de la Cícer servía como paseo y punto de encuentro.
Los vehículos se asomaban hasta la misma playa, desde allí los surferos de la época observaban las olas, mientras otros se reunían para disfrutar de una cerveza, comer un bocadillo de calamares o churros de pescado comprados en el primer Ñoño o fumarse un cigarrillo de “dos puntas”.
Siempre había un olor característico que lo envolvía todo.
Foto portada de la colección de Galileo Rodríguez