Por Guadalupe Martín.
Foto. Tino Armas.
Conozco a un pájaro herido que aún sin alas quiere volar. Lo encontré flotando en el mar y pensé que estaba muerto sin darme cuenta del lecho de algas que arrullaba su sueño. Me contó que cada día una nueva herida le robaba una pluma y que, de pluma en pluma, había construido otro lecho en el que algún día poder descansar. Le cuidé. Las plumas seguían cayendo pero me enseñó que esas heridas se podían convertir en grietas por las que se colaba el viento para ayudarle a flotar. Ahora volamos juntos: mis pies sobre la arena, sus alas sobre el mar.»