En este juego, a veces se llevaba uno un buen taponazo. Vamos a ver. Se jugaba con dos participantes. Primero, hacíamos unas bolas de arena. Cogíamos arena mojada que estuviera ralita y hacíamos bolas del tamaño de una naranja mediana y las íbamos embadurnando con arena seca hasta que se quedaban como croquetas, pero más duras.
Nos colocábamos frente a frente, separados por dos o tres metros más o menos, con una tonga de proyectiles al lado de cada uno y empezaba la batalla.
Las reglas del juego consistían en que no estaba permitido mover las piernas de sitio una vez comenzado el juego. De cintura para arriba, podías moverte y cambarte todo lo que quisieras para evitar los proyectiles. Cada jugador lanzaba una bola y, seguidamente, lo hacía el otro. Ganaba quien más acertara. Como en todos los juegos, la picardía tenía un papel muy importante.
Al lanzar la bola, hacíamos un geitillo hacia un lado y el proyectil iba al lado contrario. Adivina por dónde. No estaba permitido tirar la bola apuntando de cintura para abajo, por si acaso. Dios nos libre.
Texto y dibujo: Vicente García Rodríguez
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