“Cuando dos caminos se separan… toma aquel que se dirija a la playa”. Hannah McKinnon

Ambiente agradable

Antiguos juegos playeros: “fútbol en la playa y en los campos de Teso”

Entre los juegos que más practicábamos -¡cómo no!-, estaba el fútbol. Pongo entre paréntesis algunas aclaraciones de expresiones futbolísticas de la época por si quien esto lee es un ignorante (del tema, claro).

Para formar los equipos para echar un partido nos reuníamos 10 ó 12. Dos hacían de capitanes. Uno decía “capitán de uno” y el otro “capitán de otro”. Cada uno iba escogiendo a quien creía más conveniente y se formaban los dos equipos. Para jugar el partido, esperábamos a que vaciara la marea o buscábamos un solar que tuviera un buen teso (firme de tierra bien apisonado), agarrábamos cuatro buenos teniques (piedras grandes) para señalar las porterías, las separábamos a ojo según los participantes y comenzaba el partido. Sin reefer (arbitro) y descalzos.

Algunas de las expresiones que me resuenan todavía cuando echo mano a los recuerdos son:

¡ Chacho pasa ya la pelota y déjate de pinguiar (regatear)!

¡ Si no cuartiaras (lo mismo ) tanto no te quitarían la pelota!

¡ Centra ya ( con permiso ) coño, no ves que estoy solo delante del portero!

¡ Perdiste la jugada por comelón (individualista), tolete (imbécil)!

¡ Ese gol no vale porque estabas en orsay (outside, fuera de juego)!

¡ Eso es fao (fault, falta) porque me largaste un canillazo (patada en la espinilla)!

¡ Tira el corne (saque de esquina ) rentito (bien cerrado) a la puerta para darle un cabe (de cabeza)! Etc.

Muchas veces, nuestros “balones” era pelotas de trapo. Las hacíamos con un calcetín grande o con una media que rellenábamos con trapos e íbamos dándole vueltas sobre sí mismo/a (al uso) y en cada vuelta un amarre y al final el “ombligo” que se amarraba con hilo carrete o de bala. La mayoría de los partidos los jugábamos frente a la Peña la Vieja, por debajo de un torreón de la luz que había allí.

Con frecuencia, aparecía el cabo Medina y otro guardia que si mal no recuerdo se llamaba Antoñito. También pedía ayuda al guardia de la moto y pretendían quitarnos el balón (cuando lo teníamos). ¡Sí hombre! Con el trabajo que nos costaba conseguir uno. Le dábamos un puntúo (punterazo) hacia la marea y nosotros a escape detrás nadando hasta la Peña o la barra. Ahí, con el balón entre las verijas y tembliqueando de frío, esperábamos a que se fueran las autoridades. Después de un rato, aburridos, se iban y volvíamos a tierra firme.

Alguna vez, el recordado cabo Medina, cabreado, se llevaba la ropa que habíamos dejado en la escalerilla que está según se baja la calle Galileo en la Avenida. Por supuesto, la devolvía después en el taller de los hermanos Rodríguez Medina, pero había salvado el principio de autoridad haciéndonos la puñeta. En otras ocasiones, cuando estaba de buena tiempla (buen humor), nos avisaba desde lejos con un pitido tipo arbitro y nos señalaba la zona de la CICER. Parábamos de jugar y con la cabeza semiagachada, como niños buenos, le íbamos dando pataditas al balón por toda la orilla de la playa hasta llegar al nuevo campo de fútbol.

Allí nos encontrábamos con otro problema. Los hermanos Trujillo, me parece que se llamaban, tenían allí su taller al aire libre para hacer sogas. Empleaban unas burras de madera; con unos artilugios y manivelas para ir enrollando y desenrollando y hacer las sogas. Como es natural, algún balonazo se llevaban de vez en cuando. Para congraciarnos con ellos, algunos de nosotros le ayudemos con las manivelas y eso. Entre los ayudantes, recuerdo a Paco Rodríguez y a Juan Boza.

En lo que se refiere a los partidos de fútbol y a la limpieza en el juego, las patadas eran de obligado cumplimiento. Para protegernos, como mucho, usábamos unas canilleras y tobilleras artesanales. Lo normal era: patadas en la canilla (tibia), en la pantorrilla o gemelos, en los tobillos o en las bolas de la rodilla. Los cardenales (moretones) nos podían durar hasta una semana. Entre otros percances, había un par de ellos que quien los pasó no creo que los olvide. Resulta que, como jugábamos descalzos, algunas veces, al chutar (puntapié ” o rebencazo al esférico) tropezábamos con alguna piedra semien terrada y nos sajábamos (rajábamos) el dedo gordo o también se nos metía en la arena el dichoso dedo y se doblaba hacia abajo. Hasta frío me entra cuando lo recuerdo. Aparte del dolor, el dedo se quedaba como una coliflor. La uña se ponía que daba gusto verla, tornasolada. Primero, de un azul claro, luego canelo pálido, después morado burdeos y, al final, negra, y se caía, claro. Debido a la escasez de balones de reglamento, quien llevara uno era recibido hasta con aplausos, uno que lo llevaba siempre era Agustín. Era un hombre genioso y cuando se cabreaba por alguna cosa del partido se llevaba el balón y fin del partido. Una vez se puso a discutir con Juan el practicante, que no era flojo tampoco, que si gol sí, que si gol no, se fue remontando (cabreo con sofoco) el hombre, agarró el balón y traspuso con él bajo el brazo. Eso era así.

Aunque en aquellos partidos no había otros intereses que el amor propio, no eran extrañas las peleas en medio del juego. No había presión ambiental ni se habían descubierto los abductores, contracturas, fatiga o sobrecarga muscular, etc. Ahora, por eso, sobrecarga la que llevaban los jugadores de la época del Victoria, Atletic, Marino, Gran Canaria, Hespérides, Unión Marina ( perdón si olvido a alguno ), etc., pues algunos de ellos, después de una sobrecarga de sacos de 50 kgs. sobre el lomo o de esfuerzos parecidos en sus trabajos habituales, se iban al Pepe Gonçalvez a jugar un partido y con botas que pesaban un kilo y cuarto cada una. De concentración ni soñarlo. Acostarse un poco más temprano la víspera y ya está. En cuanto a talasoterapia, una ducha de agua fría y a viaje. ¡No te digo lo que hay!

Texto y dibujo: Vicente García Rodríguez

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