Crónica diaria: “Mirones”.

Margullando

Mirones

¿Se han preguntado alguna vez por qué las hamacas de la playa de Las Canteras están orientadas hacia la avenida, cuando es más que probable que quienes decidan hacer uso de ellas para tomar el sol, relajarse, o, en definitiva, pasar un agradable y placentero día de playa, disfrutasen muchísimo más de la magnífica visión de las olas rompiendo en la orilla y la inmensidad del mar? Y sí, ya sé que, aparentemente, están colocadas de esa manera para que queden enfrentadas al sol, que sale por el este, es decir, justo por detrás de los edificios, que no sobrepasa hasta bien entrado el mediodía, pero, qué quieren que les diga, a pesar de todo, a poco que lo piensen, este planteamiento les resultará tremendamente absurdo porque, al fin y al cabo, la tradicional estampa del que pasa sus vacaciones en la playa no es otra que la de un individuo repatingado en su hamaca y contemplando el mar con expresión de absoluta felicidad.

Y ahora me llamarán mal pensada, pero, ¿y si esta inexplicable costumbre no fuese otra cosa que una tradición trasmitida de hamaquero en hamaquero a lo largo de las décadas, para facilitar al eterno mirón de la avenida la contemplación de los cuerpos semidesnudos de los bañistas, o más bien, las bañistas, tumbadas al sol? Sí, ya sé que es algo retorcido, pero la realidad es que allí están todas esas jóvenes en bikini, algunas incluso en topless, extranjeras en su mayoría, porque ya se sabe que los de aquí somos más de tirarnos en la arena que de alquilar hamaca, exponiendo sus cuerpos a los rayos del sol y las miradas de los paisanos, ya entraditos en años, que transitan por la avenida hasta encontrar una presa de su agrado y, sin el más leve sonrojo, apalancarse contra la barandilla para dedicarse a la contemplación de sus curvas. Y digo yo que debe ser que estos señores se quedaron colgados en la época de Franco y no ven más chicha que la de su santa, porque es que si no, no se entiende dónde le encuentran la gracia a echar la mañana babeando frente a un montón de mujeres en bañador, cuando a golpe de ratón tienen en Internet todo lo que quieran y más.

Por otra parte, supongo que el objeto de su atención está tan deseoso de llevarse a casa un bronceado impecable que ni siquiera se percata de que son ellas, y no el vuelo de las gaviotas, las que atraen a estos desvergonzados mirones, pero a veces sí que se dan cuenta, sí, y entonces, señores, qué vergüenza ajena ser testigo de que los tipos ni siquiera se inmuten y sigan a lo suyo.

Por María Sánchez Lozano

Crónicas anteriores:

>> ¡Atención, atención…!<<

>> Sopita y pon<<

>> Los dos patitos<<

>> Chándales y lycras<<

>>“ Ni mu”<<

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