Margullando
“Los dos patitos”
Llevan sillas de playa a rayas blancas y azules, un par de sombrillas patrocinadas y una mesa plegable que ha pasado unas cuantas décadas en la familia y ya casi forma parte de ella. Llevan también un montón de enormes bolsos, una gran nevera, en la que conservan bien fresquitos refrescos y cervezas, y unos cuantos “tapergüé” con ensaladilla rusa, croquetas, tortilla de papas y hasta macarrones con tomate para los chiquillos. Y toman posesión de “su sitio” de la playa, un amplio espacio entre las barcas de la Puntilla, con la seguridad del que se sabe amo y señor del lugar, organizando entre todos la inexpugnable fortaleza que será su reducto particular a lo largo de todo un día de playa, nunca lo suficientemente largo.
Más tarde, cuando el sol comienza ya a descender y todos han comido, mientras los maridos dormitan con al menos medio cuerpo estratégicamente ubicado bajo la sombrilla y los niños construyen castillos en la orilla, es cuando les llega el turno a ellas de relajarse y disfrutar, que también tienen derecho, ¡oh, pispito! pero con un ojo puesto siempre en los más pequeños, eso sí, que al menor despiste se meten en el agua sin esperar las dos horas imprescindibles para evitar el tan temido corte de digestión y hay que salir corriendo para el Materno. Dios nos libre.
Pero ahora es el momento perfecto para colocar las sillas en torno a la inestable mesa y echar unos cartones a la lotería, esos con los bordes arrugados que, sin lugar a dudas, conocieron tiempos mejores, pero que todavía escapan, niña, que no están las cosas para estar gastando a lo bobo. La talega donde se guardan los botones de madera con los números tallados y pintados, que han perdido ya su color rojo original de tanto uso, tiene unos cuantos remiendos, pero eso no es impedimento para que el juego resulte igual de divertido.
Echan a suertes quien cantará los números en la primera mano, aunque luego se turnarán para hacerlo, se reparten los cartones y empiezan a jugar. Las cifras se marcan minuciosamente sobre el cartón con judías o garbanzos, teniendo mucho cuidado de que no se muevan, y aunque a veces alguno de los chiquillos interrumpe para preguntar, esperanzados, si ya pueden bañarse, ellas apenas si levantan la mirada al responder con una rotunda negativa, concentradas en la voz que va anunciando: La niña bonita, la edad de Cristo, los dos patitos…
Más tarde, cuando los hombres despierten y reclamen su café, que también han traído ya endulzado en un termo que lo mantiene bien caliente, habrá que guardar bolas y cartones. Lástima. Mañana, con suerte, dará tiempo de echar otra manita.
Por María Sánchez Lozano
“María Sánchez, como tantos de nosotros, tiene el firme convencimiento de que la playa de Las Canteras es la mejor playa urbana del planeta, y sobre ella nos hablará cada día durante todo este mes de Agosto en su columna “Margullando”, que se publica diariamente en la versión en papel de La Provincia. La escritora colabora con este periódico desde hace algún tiempo con su columna sabática “Apaga y vámonos” y es también colaboradora habitual en el blog de la reputada periodista Marisol Ayala”.
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