“Necesito el mar porque me enseña.”. Pablo Neruda

Viernes: aviso naranja por costeros (oleaje) y aviso amarillo por viento.

La historia de Juan Morales Brito: “A los 14 años trabajó en las salinas de El Confital y a los 24 se embarcó para ver mundo”

La curiosidad de Juan Morales Brito le llevó a descubrir lo que había más allá del horizonte que veía desde su querido “Confital”.

A Juan lo encontramos una tarde del suave invierno canario sentado en su rincón preferido de El Confital en compañía de su inseparable Kima, allí nos quedamos oyéndole narrar anécdotas de la historia de su vida.

Lo que ha continuación se cuenta es un pequeño resumen de sus andanzas, ya que sus vivencias a través de los mares del globo darían para escribir un libro entero.

 

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Juan nació en 1944 en la calle Faro de La Isleta, de familia muy humilde se embarcó con su padre a la pesca en la costa del Sahara con solo 11 años.

Su padre, Juan Morales Santana alias “ Juan Caraballo”, era el patrón del pesquero. Eran años de ir a pescar en barcos de vela. Allí, en la costa africana, Juan se pegaba con sus compañeros y con su progenitor dos duros meses faenando.

 

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Juan con sus padres y hermanos en El Confital

 

La dureza de las campañas en África y su temprana edad le hicieron buscar otro trabajo, a los 14 años consiguió un puesto en el secadero de pescado de “Cardoso” en El Confital, de esa etapa de su niñez guarda buenísimos recuerdos de sus compañeros y jefes: todos de La Isleta. Allí se dedicaban a colocar el pescado que traían del muelle para que se secara bajo el sol.

Recuerda que cuando veían venir los garujones de lluvia desde el mar, había que apresurarse a recoger todo el pescado para que no se mojara.

Juan pasó en El Confital toda su juventud y adolescencia, era feliz allí: bañándose en sus charcos, entre cabosos y barrigudas; cantando folias e isas con los amigos o correteando por las laderas de este precioso lugar.

 

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Con orgullo nos enseña una herida de “guerra” de aquellos tiempos juveniles, fue cuando se cayó desde la Cueva de Los Canarios y al rodar ladera abajo se clavó un pincho de una tunera. El agujero que ahora nos muestra en su glúteo, 60 años después, nos indica la gravedad del suceso.

La memoria de Juan es envidiable, recuerda con emoción como le declaró – en la matinée del antiguo Cine Litoral viendo la película “El Último Cuplé”, con Sarito Montiel- su amor a la que ha sido su fiel compañera durante toda su vida.

María del Carmen Cabrera le dio cuatro hijos. Cuando se casaron ella tenia 16 años y el 24. La casualidad hizo que todos ellos nacieran cuando Juan navegaba por esos “mares de Dios”, y es que la verdadera aventura de Juan Morales comenzó tras casarse. Viajó al norte de Europa para embarcarse como marinero y segundo cocinero en un mercante noruego, una profesión de marino que añoraba desde niño y que le llevará durante gran parte de su vida a navegar por todo el mundo, visitando infinidad de puertos: desde Japón a Canadá pasando por Libia o por las islas de los Mares del Sur. Profesión con la que sacó toda la familia adelante y pudo construirse su casa, en la misma calle Faro, donde había nacido.

 

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La vida marinera de Juan se puede resumir en su amplia colección de postales de países y lugares. Imágenes postales -que muestra con mucho orgullo- enviadas durante años a su mujer y a su madre Soledad Brito desde sus exóticos destinos. Textos y vivencias donde Juan narró con nostalgia los lugares que visitaba y las ganas que tenía de volver a su casa para ver a sus hijos que iban creciendo en su ausencia y que solo conocía por fotos.

 

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Es enorme la cantidad de anécdotas que Juan podría contar de sus viajes marineros: de como se bañó en Las Bahamas “y pudo comprobar que el agua del Bañadero en El Confital le daba mil vueltas”;  lo que le gustó Montreal, sus calles y su gente; de como casi se muere tras quitarse una muela San Francisco, ya que estuvo desangrándose tres días en el barco o como una fuerte tormenta con olas de más de 8 metros y viento huracanado en Las Bermudas hizo que toda la tripulación se pusiera a rezar, incluido el capitán. Así infinidad de ellas, una “historieta” en cada travesía y en cada puerto.

 

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Y es que su ilusión de niño, de descubrir lo que había más allá del horizonte de la bahía de El Confital, la superó con creces. Solo hay que oírlo hablar y ver la gran colección de fotos que tiene de sus correrías marineras por todo el mundo.

Juan más tarde trabajó en plataformas petrolíferas en África: Gabón y Angola fueron sus destinos, jubilándose de marinero en un barco que navegaba por las islas.

Ahora disfruta por fin de su mujer, de sus hijos ya grandes y de su querido El Confital.

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