Publicado en el suplemento “Especial 500 años de la Ciudad”. Diario de Las Palmas, junio 1978.
LA HISTORIA SECRETA DEL TURISMO
Hubo, claro, tiempos mejores. Los coches eran menos y el canario se evadía por la playa de Las Canteras. Pero, eso sí, respetando escrupulosamente las estaciones. Podría, en aquellos tiempos idílicos, lucir un sol infernal y uno tener sus ganillas de irse a la playa.
—¡Estás loco! ¿No te das cuenta que estamos en pleno invierno?
Nos colonizaron tan bien culturalmente, nos impusieron tan a la perfección las pautas de comportamiento de otras latitudes, nos europeizaron tanto que el invierno teníamos que respetarlo escrupulosamente y quienes se saltaban la norma quedaban señalados como extravagantes.
…Y llegó entonces el turismo. Nadie sabe bien cómo. Debió ser un sueco que con toda naturalidad del mundo…»
A la playa sólo se iba en verano y la playa por excelencia para ciertas capas sociales era Las Canteras. Las Alcaravaneras era la popular y no era extraño encontrar familias enteras cocinándose sus buenos sancochos. La madre de familia iba a descansar pero continuaba pegada a sus cacharros mientras el marido se apalastraba a la puerta largándose pizquitos con enyesques para entrarle con más tino a los aromas de guiso. Eran los tiempos del pudor en el vestir, en el bañarse, los tiempos en que los comerciantes de Triana hicieron su agosto con la venta de albornoces femeninos hasta las rodillas. Y los varones, como salieran sin camisa al Paseo de Las Canteras, resultaban inmediatamente multados por el guardia celoso dispuesto a salvar su alma impidiendo tanta inmoralidad, ahí es nada este crio con los pechines al aire que decía un guindilla peninsular, congregante mariano, perteneciente a ni se sabe cuántas cofradías andaluzas y temibles cancerberos del recato en las playas.
Y entonces vino el turismo. Nadie supo bien cómo. Debió ser un sueco que llegó a Las Palmas y con toda la naturalidad del mundo decidió ir a disfrutar del sol de Las Canteras. Seria el mes de enero y el calor resultaba de rigor por lo que nuestro buen sueco, extrañado de ver las arenas relucientes y las aguas tentadoras desiertas pregunto al primero que pasó por el paseo en su mal castellano.
—¿Es que haberrr aquí tiburrones?
La noticia corrió y enseguida el paseo estuvo lleno de curiosos. Los periódicos mandaron fotógrafos para inmortalizar al insólito sueco y tuvieron difícultades para abrirse paso entre la multitud. El guardia congregante explicaba, en primera fila, lo ocurrido al concejal de playas pidiendo instrucciones y el edil tras meditar unos instantes, tuvo la primera decisión inteligente de su largo mandato:
—Mire: déjelo estar y a ver qué pasa. Es mayorcito y sabe lo molesto que es un catarro.
De pronto cesaron los comentarios, el silencio fue profundo, acababa de llegar la sueca que, nada más sentarse en la arena echó las carnes al aire. Es el primer bikini. Los fotógrafos se pusieron las botas y a los periódicos llamaron de Información y Turismo para que ni se les ocurriera presentarla. Del Obispado, advirtiendo de severas excomuniones y del Gobierno Civil comunicando que se había impuesto severa sanción gubernativa a la buenorra nórdica por su manifiesto impudor y la medalla del mérito ciudadano al guardia congregante que se apresuró a echarle encima un toldo cuando la sueca se aprestaba a cubrirse de crema bronceadora.
Fue la pareja pionera. Nunca se supo si estaban casados Pero se vio que se hicieron lenguas en su País. Porqué, de pronto, nos encontramos Las Canteras repleta de suequerío dispuesto a poner las primeras piedras de la liberación sexual de los muchos adolescentes que, hasta entonces, nos limitábamos a jugar con furia y tremenda destreza al «clavo» sobre monntoncitos de arena con formas lascivas mientras las chicas amigas cogían sol en las pestañas, bien sumergidas en sus albornoces que dejaban justo en la orilla del agua antes de zambullirse sin perinitir entrever ni un escorcillo, que siempre se agradece.
Las Canteras se fue poblando: de edificios, de residencias y cada vez más suecos y suecas, más alemanes y alemanas y surgió, rápida, la casta de los sementales isleños, internacionalmente acreditados con el «appointement» de centenares de extranjeras menopáusicas dispuestas a quemar aquí los últimos cartuchos. A las isleñas también les vino bien y se fueron zafando y comenzaron a darle al bikini descubriendo todos, asombrados, que tenían ombligo y hasta Monte de Venus.
Lo malo fue que la arena se iba tiñendo de bronceador. Se tumbaba uno en la arena y aquello olía a rayos. Para los deformados la cosa tenía valores afrodisíacos pero se impuso el abandono de Las Canteras, nuestro feudo juvenil, sustituido por las playas del sur.
Esta es la historia secreta del turismo, aunque no se lo crean. Todo dios se metió a invertir en Las Canteras y cuando parecía que éramos ricos resulta que se decide impulsar turísticamente el Sur grancanario quedando de aquí los ilusionados inversores de Las Canteras. Sin embargo, ahí está el turismo y los comercios y los hot dogs y el listillo isleño que acudía, puntualmente, todos los días, con su racimo de plátanos que los turistas devoraban rápidamente.
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