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10/02/2025 16:51 🕦
Desde 2004, luchando por una excelente playa de Las Canteras
Precaución con el mar en zonas abiertas al oleaje y a marea llena

De donde se habla de La Barra Grande, en la playa de Las Canteras, y de las tribulaciones de una pila destilando agua.

Fue uno de esos días que cuando te asomas a la Avenida de las Canteras, vas y te dices a ti mismo, para tus interiores: ¡Dios mío, que playa más hermosa tenemos! No soy aficionado a dar consejos porque, entre otras cosas, nadie te hace puñetero caso, pero unas sugerencias si que voy a hacer. De vez en cuando deberíamos mirarla como si fuera la primera vez. Ya lo he comentado en otras ocasiones. Seguro que nos sorprendería, pues nunca está igual aunque siempre sea la misma. Esta vez mi asomada fue por allí, por donde está la escultura del pescador, en la Avenida, casi enfrente de la Peña la Vieja. Era media mañana y las olas apenas se hacían oír al terminar su recorrido. Bien, voy a ver si agarro la hebra de lo que quiero contar. En principio la idea era dar un paseo por la orilla de la marea hasta la Puntilla. Antes de arrancar a caminar para allá, le echo un saludo a mis viejas amigas las peñas de toda la vida: la Peña la Vieja, la del Descanso, la del Peligro, el Camello, el Balcón, la Palangana, la Galleta, el Piano, la Bandera…algunas han cambiado su fisonomía en los últimos 70 años. Como todos. Al salitre y a la marea de la vida no hay quien se le resista. Dejé a mi izquierda el Charcón -mi piscina de entreno allá por 1.945- y a los Lisos. El mar estaba como una plato y parecía llamarme. Uno es débil. El paseo hasta la Puntilla lo dejé para otro día, me tiré al agua y llegué hasta la Barra Grande. Había unos pocos bañistas que llegaron antes que yo, pero bueno, había sitio para todos. Por cierto, uno de ellos había galopado de manera imprudente por la resbaladiza superficie, y se había pegado un talegazo de campeonato. Además, el pobre se había clavado un montón de púas de erizo, de los negros. Seguro que la próxima vez no llevará tantas prisas. Yo seguí a lo mío, a gozar de un paseo de lujo por esta peculiar y silvestre avenida. Cuando comenzó a llenar la marea, las olas iban cubriendo la barra tímidamente, rebosando despacito los numerosos charcos que la jalonaban, luego se retiraban con desgana y volvían de nuevo cada vez con más agua. Siempre me ha parecido cuando veo este espectáculo, que el mar coge aire para respirar, se hincha y luego lo expulsa en forma de oleaje por encima de la Barra. Cosas que se le ocurren a uno. Dentro de un rato, las olas producirán docenas de burbujeantes y rumorosas cascadas y paulatinamente la sumergirán cumpliendo con las leyes de la Naturaleza. A lo mejor no me he explicado bien, pero quien lo halla gozado me entenderá con la mitad de lo dicho. Sigamos. Me dispuse a regresar a la orilla y caminé despacito, por si acaso, hasta el borde de la barra. En esto estaba cuando observé a mis pies unos cortes en la superficie, que hace algún tiempo usábamos como pequeños toboganes. Estos cortes fueron hechos para extraer trozos de cantera que se utilizaban, entre otras cosas, para hacer pilas para destilar agua. Las destiladeras eran muy comunes en los patios interiores que tenían muchas de las viviendas de las de antes. En mi casa tuvimos una, y que bonita era. Recordé cosas y sin más, me tiré al agua nadando hasta la orilla. Pero resulta ser, casualidades de la vida, que esa misma tarde tuve ocasión de estar en la casa de un amigo que tenía un gran “patio canario”, con una amazónica floresta. Por favor, sigan leyendo que quiero compartir con ustedes lo que me pasó. Termino pronto. Me adentré en el patio para gozar de su frescor, pues venía asolajiado del día de playa. Olía a tierra húmeda y a flores. Los helechos, las ñameras, la palmera de sombra, las hojas caladas, pompadures, etc. brillaban por la reciente regada que había recibido…de repente percibí un suave sonido que al pronto no pude identificar. Era un sonido que me era lejanamente familiar, un poco seco quizá, pero dulce a la vez. Se producía de manera intermitente cada pocos segundos. Seguí el sonoro rastro y la vi en un rincón del patio, ¡era una pila de cantería, de las que habían sido extraídas de la Barra! Casi no la reconocí, pues tenía una forma redondeada y estaba cubierta por una verde maraña de culantrillo. Había sido arrancada violentamente de su silvestre lugar de origen y desposeída de la sal de su vida. Ahora, domesticada, destilaba diamantinas gotas de agua dulce, que al caer en un pequeño jarro colocado encima del bernegal producían el peculiar sonido que yo había percibido al entrar. Me dio la impresión de que la pila lloraba. De golpe y sin avisar, se despertaron en mi memoria vivencias de mi niñez. Hablo de hace 65 años por lo menos,-¡Ay mi madre!- Recuerdo que llegaba a mi casa sudando como un pato, después de un callejero partido de fútbol, y me iba derechito al bernegal a beber, a buches, el agua fresquita. Mi madre al verme enchapado, colorado como un tomate, me decía: “no hagas eso, te lo tengo dicho que te puede dar un pasmo”. Ni caso. Sigo con el relato. Vamos a ver por donde lo dejé…ah, si, lo que iba diciendo era que la pila lloraba. Lo hacía con ese sentimiento que producen los dolores del alma. Sus cristalinas lágrimas fluían lentamente, sin parar. Acaricié con afecto sus redondeadas formas y creí oír…”por favor, llévame contigo a mis orígenes, a la Barra de donde me arrancaron”…no puedo, no puedo, le dije con pena, y ella siguió llorando, llorando…

La Barra Grande en blanco y negro ( 1947).

Texto y dibujo: Vicente García Rodríguez.

Noviembre de 2.009

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