“Necesito el mar porque me enseña.”. Pablo Neruda

Viernes: aviso naranja por costeros (oleaje) y aviso amarillo por viento.

Botellones y otras lindezas.

Los adultos con sentido común de esta ciudad estaríamos agradecidos si el ayuntamiento de esta capital soluciona algunos problemas que tienen que ver con la convivencia ciudadana y que nadie, por las razones que sea, pero especialmente por razones políticas y falso populismo, se atreve a afrontar.

En primer lugar me refiero a la permisividad relacionada con el nefasto botellón de fines de semana, un hábito que sólo sirve para inducir a miles de jóvenes al alcoholismo y a la adicción de otro tipo de drogas. Incluso en esas orgías callejeras pueden verse menores de edad, lo cual nos induce a pensar que sus padres tampoco asumen su rol de tutores y educadores de esos jóvenes.

Pero esta exaltación pública de la ingesta de bebidas alcohólicas, que deberían estar prohibidas, que de por sí indica una degeneración de la sociedad y una relajación de las costumbres, sino que, además, supone una continua molestia para quienes viven cerca de los lugares de reunión, que tienen que soportar ruidos, escándalos, vomitonas, malos olores porque esta gente se orina e incluso defeca en esos lugares, y al mismo tiempo induce a cometer actos vandálicos y destrozos del mobiliario urbano. Miles de papeleras, contenedores y bancos públicos, edificios, monumentos son destrozados o dañados por estas hordas de modernos bárbaros enloquecidos por el alcohol, y desprovistos de ideales, de perspectivas y posiblemente de futuro, si continúan por el camino que va y las administraciones públicas no les ofrecen alternativas y esperanzas de una vida mejor. Cada año los ayuntamientos deben gastar miles de euros del erario público para reponer o reparar estos destrozos.

Así pues, acabar con estos desmanes es obligación de quienes están al frente de la casa de todos que son los ayuntamientos. No valen paliativos, excusas ni justificaciones.

Otro aspecto que han de contemplar los ediles municipales, y muy especialmente los que forman la corporación de Las Palmas de Gran Canaria, está relacionada con la limpieza y las malas costumbres de determinados ciudadanos para los que todo está permitido, demostrando la poca o nula educación ciudadana o hábitos de convivencia que poseen.

La gente tiene por costumbre convertir la calle, las plazas, las playas, los montes o cualquier lugar público que frecuenten en un estercolero. Se considera “natural” el tirar papeles, colillas, plásticos, o lo que sea, por las ventanillas de los coches. O dejar hecho un asco una zona recreativa, una playa, los barrancos, los bordes de la carretera. Se considera “natural” que la gente escupa en la calle, o que se ponga a orinar en cualquier sitio. Y lo que es peor, en todos los barrios de la ciudad o del extrarradio, “es normal y natural”, que la gente lleve a sus perritos a pasear por la calle y no recojan después en bolsitas las deposiciones de sus animales. Está muy bien que los paseen por donde esté permitido, pero es una falta de respeto a los demás que las calles, parques, y otros lugares públicos se encuentren llenos de excrementos de perros, que tiene uno que ir sorteando para no pisarlos, o que haya malos olores.

El ayuntamiento se ocupa de que esto no ocurra en determinadas zonas de la ciudad: Triana, Parque de San Telmo, Paseo de las Canteras, etc. Pero ¿qué pasa con los demás barrios y calles de la ciudad? ¿Para cuando una normativa que prohíba y sanciones estas prácticas en todas las zonas urbanas del municipio?.

Y por último me quiero referir a otros aspecto que a mi juicio (y eso lo corroboran otros ciudadanos) lesiona el derecho de los ciudadanos y contribuyentes a descansar y a vivir en paz. Es ya una costumbre que el ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria monte cuando se le antoje unos tinglados, escenarios y gradas portátiles en lugares públicos para celebrar espectáculos, e incluso esta práctica se ha extendido a zonas que merecen una especial atención y cuidado como es el casco histórico de la ciudad, o la misma playa de Las Canteras. Una gran concentración de público a lo que se añaden los infernales decibelios de los altavoces, o el comportamiento incívicos de ciertos elementos dispuestos a la bronca, o a la discordia. Es una error, tanto por las molestias que causan a las personas que habitan en las inmediaciones de tales instalaciones, como por los desperfectos y destrozos que se producen. El argumento de la dinamización de una determinada zona, o el posible negocio que se puede montar en ciertos establecimientos, no convence a nadie.

Está muy bien que se recuperen zonas de esparcimiento, que se modernicen los locales y establecimientos de ocio nocturno, y que se cumplan ciertas normas con respecto a ruidos, vigilancia,horarios, orden etc, pero todo ello debe hacerse en lugares cerrados y o provistos de todas las garantías de seguridad.

Lo que ya no es tan bueno es que las actividades del Carnaval, o cualquier festival o espectáculo que se celebre en Las Palmas tenga que hacerse forzosamente en el Parque de Santa Catalina. El vecindario y los hoteleros están ya más que hartos ante este suplicio que les cae a lo largo del año.

Se ha hablado en infinidad de ocasiones de la necesidad de buscar un lugar de Las Palmas (en las cercanías del Puente del Rincón, o en otro lugar donde no haya vecinos) que se habilite para este tipo de concentraciones, para mogollones y espectáculos de carnaval, para festivales, etc. que tengan fácil acceso e incluso servicios de guaguas para las personas que no deseen llevar coches. Un parque de la música, un “carnavalodromo”, un espacio con todos los equipamientos necesarios para sacar del centro de la capital todas esas actividades molestas. No cabe el argumento de que si esos espectáculos se colocan fuera de las zonas urbanas habitadas, la gente no acudiría. Eso no es cierto, Las personas a las que les encanta el carnaval van a donde sea para celebrarlo, Lo mismo ocurre con los que desean ver un espectáculo que sea de su interés. Una de las fiestas más célebres y populares de España es la Feria de Sevilla. Se celebra cada año en un recinto especial, en uno de los extremos de barrio de Los Remedios, en Triana. La gente acude allí masivamente, desde cualquier lugar de la ciudad, de la provincia, de Andalucía, de España y del extranjero.

Es hora de que los políticos aprenden algo e imiten las cosas positivas que existen en otras partes del mundo y las apliquen en sus áreas de influencia. A ver si de una vez, nos convertimos en una ciudad europea, limpia, ordenada y realmente hospitalaria.

José Manuel Balbuena.

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