Aunque cayó el “Muro de la Vergüenza” de Berlín en los felices ochenta y han caído también todo tipo de muros y barreras por el mundo, algunas se resisten a caer, tal sucede con la verja vergonzosa que separa la playa de Alcaravaneras del Muelle Deportivo. Es como si éste, en plan señorito, sintiera miedo o remilgos de la playa donde pernoctan entre las chalanas Mima, La Pinta, Iluminada, Lenamar y Guayaderfe, los indigentes del antiguo Jesús Abandonado, y es también una manera de evitar que cualquiera pueda pasar sin pagar peaje de pijo a los nuevos clubes náuticos, centros comerciales y baretos modernetes que empiezan a florecer allí.
Vergonzosa además porque desenmascara la triste situación de una ciudad tan costera y que no termina de entenderse bien o de armonizarse del todo con su propio puerto. El puerto no es sólo un dique, amigo, es parte del alma de esta ciudad. Siendo asunto bien distinto, esta verja ensalitrada me recuerda a veces a la de Gibraltar. La ciudad es de todos –no deberíamos olvidarlo- y nadie, nadie, tiene derecho a colocar barreras, mucho menos en la costa. Comprendo que de noche es conveniente proteger clubes y veleros y que aquí no somos muy dados a cuidar lo que es ajeno o público, pero ¿por qué no abrir la verja de día? El día en que puerto y ciudad se miren a la cara y se den la mano, encontrarán en este litoral privilegiado por el sol y los alisios un verdadero tesoro urbano. Y lo que es mejor aún: nos alegrarán un poquito más la vida a los pobres ciudadanitos de a pie que siempre estamos soñando con tener espacio libre para pasear o montar en bicicleta. Porque en Las Palmas la mar no es el morir, como decía el clásico castellano de tierra adentro Jorge Manrique, sino el vivir, el buen vivir, admirado don Jorge.
El Puerto no puede ser nuestro Peñón. ¡Que abran la verja de día!
Luis del Río García.
En el Muelle Deportivo, a 6 de abril de 2008
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