El paseo dominical por Las Canteras me sirve también para echar un vistazo y buscar tema con que rellenar este espacio. Voy desde Peña La Vieja hasta La Puntilla acompañado de mi hijo. Es una mañana con nubes, buena para pasear. No quiero obsesionarme con el artículo; sino caminar, despejarme, evadirme. Sin embargo, tres cosas llaman mi atención: los artistas ambulantes, la altura de la arena seca en Playa Grande y el lamentable e incomprensible estado de algunas esculturas. De todo esto ya he hablado anteriormente en otros artículos pero no me queda más remedio que insistir en ello, a riesgo de caer pesado.
Ante la atónita mirada de la Mari Sánchez de bronce, en su Refugio del alma, veo que la arena está ya a menos de medio metro de los baldosines y las suelas de los zapatos. Playa Grande está embostada de arena, no le cabe un granito más. Es la famosa “colmatación”. No obstante, he de reconocer que a la vista me resulta agradable ver la arena tan cerca, me hace sentir más en la playa.
En cuanto a los artistas callejeros, hay que agradecer su presencia y el ambiente que crean, me parece a mí. El grupo andino del Balneario nos trae los aires de la montaña al mar y el grato recuerdo de que hablamos una lengua universal. Por el Hospital de San José hay una escultora solitaria creando un ángel de arena. Le echamos unas moneditas en el pañuelo blanco. Delante del Meliá, se deleitan los jubilados con el acordeón de un rioplatense. Son algunos de los artistas que pudimos encontrarnos.
Pero al pasar a la altura de Luis Morote nos sobrecoge una vez la ausencia del hombre-pájaro-avión desaparecido, del que seguimos sin saber nada, y el penoso estado en que están los otros tres, carcomidos por el salitre. Nuestro paseo termina en La Puntilla donde, detrás del parque de castillos hinchables, se dejaba ver el juguete del viento de César Manrique descolorido y oxidado: ¿Tanto cuesta darle una manita de minio?
Con todo, el paseo fue, una vez más, un verdadero placer.
De vuelta a casa, “mejor en guagua”, que el niño está ya cansado.
Luis del Río García.
En La Puntilla, a 30 de marzo de 2008