En el espacio sensible que comparten el poema y las fotografías de los habitantes de la Playa de las Canteras, hay colores, sabores, aromas que presienten las emociones de todos los seres humanos que se desplazan hasta sus orillas en busca del paraíso. Esta playa multicultural es un ejemplo de convivencia, las mareas la han convertido en una escuela de respeto a lo sagrado, a lo natural, hoy acurrucado en silencio sobre el bullicio de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Un lugar donde el caminante, pasajero o peregrino, se detiene a sanar sus heridas con el mar. Un templo espiritual, un jardín de infancia, un patio de recreo, un balneario de paz abierto a todas las culturas.
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A la Playa de las Canteras,
patio de todas las culturas
Y la playa descendió
sobre el esqueleto de nuestras almas.
[Nadie estaba allí para escuchar
la angustia, jaca negra
que no suelta su presa
aunque en ello pierda la pinza]
Recuerdo que portabas en tus brazos una toalla.
Era febrero o abril, era primavera en el paseo,
era el celo de los amantes.
Recuerdo el salitre que tragué al besarte,
tu gesto al subirte a las rocas para abrigarme los sueños.
Traías un tridente, un cubo, una pala,
arena, mucha arena,
unas gafas, anzuelos, redes, cebo.
Me llevaste contigo hasta otras playas,
otros brazos, otro tiempo…
a las cuevas de las niñas.
Recuerdo que la playa traía aquella tarde
su cabeza envuelta en una bruma de colores
encarnados, magenta, púrpura,
sudaba los dolores de sus orillas,
viejos reumas, artrosis de gentes y lágrimas,
los estíos más duros,
las huellas de los adioses.
Recuerdo la paciencia del salitre
que disolvía todos los llantos.
© Texto: Teresa Iturriaga Osa / © Fotografía: Tino Armas