Dedicado al nadador que todos llevamos dentro.
El pasado jueves, día del entrenamiento con Los Cabosos, se presentó nublado. Era una tarde gris. Aparecimos a las cinco de tarde en el Muro Marrero. Unos cuantos antes y otros después. Con la visión de un horizonte de invierno y un primer escalofrío. El agua era un espejo extraño. Incluso la melena rizada de algas marrones, incluso las piedras tenían un tono plomizo. La brazada tranquila me hizo pensar que así debía ser el silencio; la noche contenida en el agua. Y de pronto todos los habitantes marinos desaparecidos. A buen refugio gelder, cabosos, brecas y salemas. Todos guarecidos, quizás de futuras tormentas. El agua fría promete también dejar de batir sobre la nadadora que narra. Quizás el agua fría nos despeja de males mayores. Al salir del agua, el horizonte sigue gris. Y los que de alguna manera dimos rienda suelta al nadador durante una tarde gris, contentos. Nos encontramos y prometemos estar en la cita del sábado la Travesía de Navidad en el Club Victoria.
Ambiente deportivo el sábado 29 de diciembre en la Plaza de la Puntilla. Ambiente de risas y encuentros. Foto tradicional: Todos con gorritos de Papá Noel enfrente del arbolito de navidad de la playa. Un día espectacular. Cielo abierto. Agua turquesa asomando sus fondos. Los nadadores venidos de todas las esquinas y clubes, incluso de allende en los mares vienen a cerrar su año con una zambullida. El capitán de la peña de nadadores tiene un regalo nuevo: estrena pito para dar la salida. Y repite a todos antes de entrar al agua: “Se trata de una travesía participativa. Gracias por venir, y a disfrutar”. Los nadadores dicharacheros sonríen, departen, intercambian diálogos sobre el frío, los nudos y las millas. Todo un esfuerzo compartido. El horizonte siempre es lejano, y aunque tienta su certeza, ya se sabe; es inalcanzable.
La zambullida es total. Más de ciento treinta nadadores se lanzan al agua desde el Muro Marrero hacia la boya amarilla. Eligiendo sus rutas, despistando a las olas y a la corriente. Se rompe la tranquilidad de las gaviotas flotando, que ya vuelan por encima de cientos de gorros amarillos y de brazadas de todo tipo. La que narra elige el estilo braza para ver mejor lo que pasa. Subir y bajar. Un paseo de espuma y de mar. El burbujeo contenido en una humanidad avanzando es difícil de explicar. Cada nadador es uno y son todos. La travesía es corta y es larga a la vez, apenas 900 metros.
Algún caboso sale a saludar. Ningún pulpo muestra interés en aparecer. Los de más fondo ya llegan los demás no sabemos si será mejor quedarse a disfrutar el día en el agua. Adiós meta y bienvenida mi única meta; romper el silencio del agua. Un poquito de aquí y otro de allá. Una brazada de más y ya estamos en la orilla. Un arco amarillo nos recibe. Un arco divertido como esos que les ponen a los delfines para hacer piruetas en los parques acuáticos. Nosotros hemos hecho una pirueta navideña, propia de equilibristas. En la orilla una Ambrosia Tirma para endulzar la llegada. Sonrisas y palmadas. Y de golpe nos llega la mala noticia. Uno de los veteranos está en apuros después de su hazaña. Todo es silencio. El agua contuvo las lágrimas. No hay horizonte sin secretos. Todo horizonte incluso se calla. Frente a un día que contuvo su noche y su día nos vamos retirando. Un abrazo de humanidad y de zambullida sigue la estela de la última travesía del año en la Playa de Las Canteras.
Montse Fillol