Las Lanzas de Velázquez.

El Muelle Deportivo con todos los veleros de la regata XXII ARC me recuerda estos días de preparativos para zarpar hacia la isla de Santa Lucía el próximo domingo veinticinco al archifamoso cuadro de Velázquez Las Lanzas o Rendición de Breda.

Desde la Avenida Marítima es posible imaginar esta obra maestra del genial pintor sevillano sin necesidad de visitar el renovado Museo de El Prado en Madrid. Y también desde el Risco de San Nicolás con la ya típica imagen periodística del lunes siguiente de la bella catedral y todos los veleros, desplegadas sus velas blancas detrás.

Ven y míralo. Como aquella mañana mágica en que el barrio de Alcaravaneras, acodado en la baranda, madrugó para ver entrar por la bocana del puerto al Queen Mary en su viaje inaugural o para despedir la inolvidable regata a América del año 92 que ayudara a organizar el Rey con todos aquellos buques escuelas, ¿se acuerdan?

Atraído por esta ilusión hipnótica, esta mañana de domingo “desembarqué” con mi familia en el Muelle Deportivo. “Atracamos” nuestro viejo Opel y ,admirados, estuvimos viendo los barquitos: tan grandes que parecían amarrados a los pantalanes, verdaderos cascarones de nueces (como el barquito de papel de los payasos) en el inmenso ojo del Atlántico: ¡Qué son doce o catorce metros de madera!

Movidos por la suave brisa, los mástiles bailaban sobre el azul del cielo atlántico la danza de los alisios. Y nos regocijaba pensar en el afortunado clima que regala a turistas y naturales.

Había gente desayunando en cubierta; gente de otros mundos y de otro poder adquisitivo, sin duda. Nos mirábamos. Tan cerca y tan lejos de nosotros a la vez, “my friend”. Aún las multicolores banderas nacionales no han sido izadas.

Pensamos entonces en lo chico que se hace el muelle por esta época, en los proyectos para el litoral capitalino, en la bella imagen de este mes.

Nos acordamos de los guiris que se ven por Mesa y López comprando provisiones en los grandes almacenes, supermercados, tiendas. La prensa habla del dinero que estos intrépidos tripulantes, fugitivos del invierno continental, le dejan a la ciudad. Todos contentos.

De pronto, nos encontramos con el Sotavento, un centro de cafeterías y restaurantes ciertamente muy bonito con cómodos sillones y tresillos para tomar café, por ejemplo. Enfrente la vela latina comienza su hibernación hasta la primavera del dos mil ocho.

Entonces pensé: de verdad que si todos remáramos en la misma dirección –la dirección del viento- qué bien nos iría en esta maravillosa L.P. de G.C.

Luis del Río García.

En Sotavento, a 18 de noviembre de 2007

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