Ahí más allá y de esto no hace mucho, me di un paseo por la Avenida de las Canteras. Fue por la tardecita. Era uno de esos plácidos días de Otoño, en que las nubes permanecen quietas allá arriba, mostrando un arco iris de colores, dejando ver entre sus rendijas el azul turquesa del cielo. Con cierta frecuencia, me place contemplar la playa y gozar de su paisaje como si fuera la primera vez. Mirarla con “ojos nuevos”. Que me sorprenda con su paisaje y primitivos olores. Bien, ese día, el entorno me envolvió y se me ocurrió escribirle una poesía a la Peña la Vieja. El escenario era ideal para ese menester. Me senté frente a ella en un banco de la Avenida, poniéndome a la faena. Pero no había manera. No me salía. Después de innumerables mordidas al lápiz, llegué a la conclusión de que no soy poeta. Cerré la libreta y bajé a la orilla para despedirme. La miré con atención. Aún se percibían sus formas con nitidez. El contraluz de la tarde realzaba su figura perfectamente. Es hermosa… no cabe duda. A pesar de los años mantiene recia su figura, firme en su conjunto y redondeada por donde debe ser. Levanté la mano para decirle adiós, pero la brisa me trajo un “empático” mensaje:”podríamos hablar un rato”, creí oír. Bueno, me dije, ya que estoy aquí trataré de conversar con ella. Le recordaré cosas. Al respirar el salitre y la brisa norteña, me vienen a la memoria recuerdos y vivencias ocurridas en sus alrededores. Esta mezcla de combustible, brisa y salitre, pone en marcha la máquina del tiempo que todos llevamos dentro, y me meto de margullo en el pasado.
Parece como si me adentrara en un arbolado sendero, sombreado por entrañables ”ayeres”. Cada recuerdo, cada ayer, puede ser corto, pero desparrama un torrente de cosas sucedidas en mi playera juventud. Los días pasados han ido muriendo, pero las vivencias permanecen incólumes, siempre dispuestas a revivir el ayer que hemos dejado en nuestro recorrido por la vida. ¿Por qué llevará el tiempo tanta prisa?, ¿Quién lo empuja?. Parece como si lo persiguiera un mal recuerdo o una ocasión desaprovechada. La Peña sigue allí, tranquilita, sin pestañear, a ver por donde le salgo. Me atrevo y la interpelo: soy tu amigo mujer, dime algo, una señal, cualquier cosa. Ni mus. Dicen que el mejor conversador es quien sabe escuchar. Esta señora se lleva la palma, con támbaras y todo. Yo sigo, pues mientras no me mande a callar, es que voy bien. No paro y voy y le digo: fuiste mi primer pupitre; antes que aprender a leer en el Catón, o en la Cartilla, aprendí a nadar a tu lado y a leer en las nubes. Cuando las veía venir, alongándose por el Faro de la Isleta, sabía el tiempo que tendríamos ese día. Su color y formas delataban sus intenciones. Al asomarse despacito, grises, densas, hasta el sol se escabullía temeroso de la rociada que se avecinaba. A veces, venían separadas y rápidas, empujándose unas a otras. Si eran blancas, algodonosas, sabía que el cielo azul se dejaría ver pronto. La Mar Oceana, movida por el invisible motor que no le da tregua, sigue incansable su serenata. Ahora por eso, me refiero al sonido de las olas, presto atención para escucharlas, y me doy cuenta que cantan de manera polifónica. En la orilla, su música es cantarina, modula un poco pero vuelve a lo mismo, como siguiendo un leiv-motiv. El sonido que producen en la Barra, es más grave y persistente, como un bajo continuo. Le pregunto a la señora si está de acuerdo con mis reflexiones, pero no se digna responder. Interpreto su silencio como un aprobado y sigo mi charla. Voy y le digo: ¿Por qué una vez permitiste que casi, casi, me ahogara? ¿Lo recuerdas?…si mujer, te tienes que acordar. Había un reboso del diablo y fui con mi hermano Juan y Wiso a hacerte una imprudente visita. Nos empeñamos en subir a tu brillante lomo y en complot con las olas, nos rechazaste tantas veces como los intentos. Terminamos con las canillas y brazos todos raspados. Y tu, impertérrita-no es un insulto-más quieta que una piedra. Aquel día, me acuerdo como si fuera ahora, te traías una impresionante pelea, contra un enfurecido mar que pretendía avasallarte con sus grandes y exuberantes olas. Se te echaban encima, unas detrás de otras, enormes, en tandas de seis o siete, se tomaban un respiro y volvían a la carga con más ganas. Inútiles ataques. Eras más fuerte que ellas. Pasaban rugiendo por encima de ti y cuando parecías vencida, asomabas de nuevo el morro- con la pachorra del que puede- sacudiéndote y escurriendo las destrozadas olas, en docenas de cascadas entre las grietas de tu curtida piel. Quizás, digo yo, pensaban acabar contigo haciéndote pedazos, pero tu no perdías la elegancia ni el saber estar ante el ataque de las ignorantes marejadas. Lo más que conseguían era dejarte lavadita y reluciente. Ante tal panorama, desistimos de subir y nadamos hacia la orilla. En esto estábamos, cuando me dio tal calambre en un pierna, que tuve que agarrarme al hombro de Wiso, pues ya me entraba complejo de ancla. Recordarás también, espero, que allá por los años cincuenta y poco, taladraron tu espalda y te colocaron un trampolín- tengo pruebas de estar saltando, en 1.954, junto con Wiso y mi hermano-. Tiempos. Tenía palanca y todo. Aún hoy, 2.007, te quedan las cicatrices. ¡Jo!, duró hasta que te pusiste de acuerdo con tus intimas Mareas del Pino y otros rebosos. Te lo sacudiste de encima como un potro salvaje se libra de un novato jinete. El artilugio quedó para el arrastre, con peligro para los bañistas. Fue necesario dejarte como eras al principio de los tiempos. ¿Te ríes?… estoy de acuerdo contigo. La naturaleza no necesita adornos. Alguna vez me refugié en tu regazo, con el prohibido balón de fútbol entre las verijas, esperando que el cabo Medina siguiera su ronda por la playa. No puedo dejar de recordarte que fuiste-y sigues- el referente de un montón de playeros de la década 1.945/55 y más. Fundamos un respetable Club de Natación y le pusimos tu nombre. ¿Qué más quieres?. Llegamos a competir en piscinas contra el Club Natación Metropole y el Alcaravaneras, Junio 1.947, dejando tu nombre bien puesto, en lugar honorable. Como máxima señal de afecto y respeto hacia tu persona, redactamos y firmamos un documento, el primero de Enero de 1.950, en el cual nos comprometíamos, cada 1º de Enero a las 12.00 horas, a hacerte una visita. Este documento, denominado la Carta Magna, aún lo conservamos. Lleva 17 firmas. Casi la mitad de los firmantes se presentan al compromiso de diferentes maneras…en forma de arena que el mar deposita en la orilla, o delega en alguna gaviota. Los que quedamos percibimos su invisible presencia. No se olvidan del compromiso. Son gente de palabra. Hay más cosas para seguir la conversación, pero mi ordenador, marca Facit 1.620, parecido a una Underwood, está algo cansado de recibir tantos golpes digitales. Mi nieta, que me vio teclear con dos dedos, va y me pregunta: “abuelo, eso es un ordenador antiguo, ¿verdad?”. Generación del guglepuntocom. Cuando ya me marchaba, acompañando a la luz del día que se iba despacito, me di cuenta de que la marea arrastraba una caracola hacia la orilla. Era grandita. Un tardío rayo de sol le dio de lleno, haciendo brillar su delicado color rosado. A lo mejor, pensé, es un presente de la Peña por el rato que he estado conversando con ella. Me la puse al oído y creí escuchar… bueno, quizás más adelante escriba otras historias de aquella época, en la que gozábamos de una insolente y descarada juventud. Recuerdo que en aquellos años me preguntaba como estaría la Playa, las Peñas, la Barra, en el lejano, para nosotros, día de mañana. Hoy me doy cuenta que el día de mañana mío fue ayer.
Vicente García Rodríguez.
Octubre de 2007.