Fotos: Izquierda: Lea Zafrani actuando en el salón del desaparecido Club PALA. Derecha: Dña. Maria Méndez Castro ( tía del autor de este articulo, en una fiesta social celebrada en el PALA). Superior: El viejo Club PALA en la parcela del paseo que ahora ocupa el Hotel Reina Isabel. Inferior. Animadísima verbena infantil.
“Aunque suele la memoria morir
a manos del tiempo,
también suele revivir
a vista de los objetos,
mayormente cuando son
para dolor sus recuerdos”. Calderón
Cientos, miles… idas y venidas por el Paseo. Dolor omnipresente por la ausencia de amigos entrañables que se fueron; de lugares que han dejado de ser…; por el imposible olvido del deambular de aquellos niños y adolescentes en el laberinto de calles marítimas, entre dos mares distintos que eran uno y el mismo…
“Mañana os voy a llevar a la fiesta de Reyes, en el Club Pala”, -sonaba, entre prometedora y autoritaria, la voz de tía Isabel- y los corazones infantiles latían aceleradamente, entre alborozados y temerosos.
Espacios que en la niñez se nos antojan ilimitados, plenos de misterio… Recintos que aún llevamos en las pupilas, atestadas de recuerdos… Sillas de tijera apoyadas en la fachada de un inmueble arquitectónicamente simple, de una planta, con grandes ventanales bajos. Un patio que se cubría con lonas para la celebración de los bailes; una sala de juegos y de reuniones, biblioteca, oficina, un espacio reducido destinado a balneario y a guardar las yolas, y un umbroso jardín compartido con el Colegio “Viera y Clavijo”,, que se extendía hasta la calle de atrás.
Uno y otro, club y colegio, pasto de la piqueta… “Boom” turístico de los sesenta, responsable primero de tantas cicatrices como tiene el Paseo.
“El Pala”, hoy en calle lateral, no ha querido alejarse en demasía del oleaje atlántico. Allí sigue, como pidiendo perdón por haber tenido la osadía de ocupar antaño lugar de privilegio.
Inolvidables fiestas infantiles del seis de enero; acordeón de cartón que gané un año por cantar aquello de “Doce cascabeles lleva mi caballo por la carretera..”; sillas de tijera que podría ocupar hoy en vespertina charla de adultos, frente al mar, viendo como el Atlántico devora, cada tarde, la inmensa bola de fuego para vomitarla, horas después, por el Este.
En mis cientos., miles…, de ¡das y venidas por el Paseo, observo a los que se detienen en las terrazas del hotel para comer o beber algo e ignoran que se sientan sobre mis recuerdos.
José Juan Delgado
Julio y 2007.
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