Fiestas fundacionales. Las Palmas de Gran Canaria 2007
Era el alba del día de San Juan. Por la Bahía de Las Isletas la mar estaba en calma; más allá, hacia el sur, en el frondoso palmeral que ceñía la desembocadura del Guiniguada, la brisa de los alisios soplaba fresca en el temblor de las palmas, e irisaba el agua cristalina y vivaracha de un generoso riachuelo.
Por el horizonte, limpio, tenue aún, desperezaba de su sueño un sol isleño, faro de caminos atlánticos; y en su sereno resplandor se encendían las palmas como antorchas premonitorias del que sería un día singular, que abriría, definitivamente, las puertas de la Isla a un futuro nuevo, bien distinto.
Y en el génesis de aquel 24 de junio de 1478, cuando se deshacían las tinieblas y la luz crecía poco a poco, cuando las aguas quedaban a un lado y, al otro, crecían las formas sinuosas, bellísimas, de una isla de arenas, de montañas que, parsimoniosamente, ascendían hasta las mas altas cumbres, de una vegetación densa y variada, bajo un firmamento celeste, apenas moteado de nubecillas y con una espléndida luna de junio que se negaba a retirarse, cuando la noche ya no estaba y el día aún no lo era, alguien, en el esplendor de aquel comienzo inesperado, parecía exclamar, con el temblor de una breve oración: “que el alba nos sorprenda en este paraíso”.
Frente a Las Isletas, en la calma calida de su bahía, un puñado de naves recalaban a esa temprana hora, y apenas rompió el día sus marinos se aprestaban a desembarcar, ágiles, inquietos, ávidos de adentrarse en el misterio hermosísimo de aquellas playas, de aquellos palmerales.
Banderolas, gallardetes, guiones, flamean ya sobre la arena isleteña, junto a un altar enramado con palmas, donde dar gracias y pedir por un futuro que aún se desconocía, que aún era imprevisible en aquella hora tan temprana del día de San Juan, cuando aún no se había tomado decisión alguna, cuando aún no sabían que aquel día que había amanecido sanjuanero, sería, al atardecer ya y por todos los siglos, día fundacional.
Y tal era la emoción que, en aquella temprana hora, sonaron repetidos e intensos disparos de cañones, culebrinas, arcabuces y espingardas; salvas de una artillería que convocaban los fuegos de artificio, lo celebrados “voladores” isleños, con los que siglo tras siglo la ciudad se coronaría de colorido en la noche y de estruendos y fogonazos en las horas de la mañana en sus mas destacadas y reconocidas celebraciones; fuegos con los que ahora, cada veinticuatro de junio, Las Palmas de Gran Canaria recuerda que celebra su cumpleaños, el feliz aniversario de su fundación en aquel recoleto Real de las Tres Palmas, hace 529 años.
Y la luz coronó las horas fundacionales de esta ciudad; luz de Dios, luz de la inteligencia humana y luz de la esplendida naturaleza atlántica entre la que emergía la isla en toda su grandeza. Entre las luces del alba se cantó la primera misa de esta ciudad, misa de las llamadas de La Luz, en honor de Nuestra Señora de Guía, advocación que, poco después, sería cambiada precisamente por la de “Virgen de La Luz”, Alcaldesa perpetua de la ciudad, Señora de tantísimas tradiciones, leyendas, misterios e historias que hoy conforman la propia idiosincrasia de esta capital.
Y aquel pequeño ejército bajo el mando de Juan Rejón en lo material, y del Deán Juan Bermúdez en lo espiritual, bajo los auspicios del Obispo Juan de Frías – los “tres juanes” de la fundación del Real de Las Palmas -, con su caballería al frente pusieron rumbo al sur por los arenales, con la intención de alcanzar las tierras del faycanato de Telde y el antiguo torreón de la Playa de Gando, sin intuir que pocas horas después, por las informaciones de un viejo canario, por la protección que Santa Ana les brindaba – la santísima madre de la Virgen a la que, por el amparo prestado en tan señalada jornada y la devoción que se le tenía, se consagraría años después la Catedral de Canarias, daría nombre a la Plaza Mayor y sería Patrona de esta ciudad -, todo aquel proyecto inicial se trastocaría, se cambiaría por otro que sería distinto y definitivo, sobre el que surgiría la empresa de crear los cimientos de una gran ciudad, capital de una isla señalada de siempre por la grandeza de sus habitantes, de sus recursos, de sus posibilidades estratégicas.
Y si grande mereció ser reconocida la isla y sus gentes desde tiempos en los que Juan de Bethencourt se empeñaba en conquistarla sin lograrlo, mas grande lo fue esta isla y su capital a través de los siglos sucesivos, dando siempre la talla ante el enemigo externo, como en el caso de de los ataques de Drake o Van der Does, ante las propias desgracias como las epidemias y hambrunas que se pudieron superar gracias a la nobleza de miras de sus gentes, ante hechos que cambiaron su destino como el trascendental paso de Cristóbal Colón, que no sólo descubrió un Nuevo Mundo, sino que resaltó a esta ciudad y su puerto como punto estratégico fundamental en las navegaciones atlánticas, o cuando todos fueron conscientes que, supusiera lo que supusiera, había que construir una gran ciudad, coronada por un grandioso edificio catedralicio, el monumento arquitectónico histórico más importante de toda Canarias, que fuera admirada y respetada mas allá de las fronteras insulares y que hoy es un verdadero Patrimonio de la Humanidad.
Fue el propio Cairasco de Figueroa, el primer gran poeta canario, quién en tiempo aún tan temprano señalara, en unos versos inolvidables, como:
Esta es la isla de la Gran Canaria
a quién su nombre dio también Fortuna,
nombrada con razón en toda parte
princesa de las Islas Fortunadas,
que todas toman della el apellido.
Y sí como ya señaló Cairasco, Canaria es el apellido, que toman muchas otras, el nombre será entonces el de “Gran”. Sí, “Gran” por la grandeza de sus gentes, de sus cosas, de sus tradiciones y bien hacer en el presente, en la historia y en la prehistoria que se pierde en la noche de los tiempos. Que nadie lo dude, con pleno derecho y razón, “Esta es la isla de la Gran Canaria”, y tras 529 años de historia intensa y diversa aquí se alza, en todo su esplendor, su capital y señora, Las Palmas de Gran Canaria.
Grancanarias y grancanarios, querida ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, ¡gracias por acompañarme en esta tarde – noche! Junto a todos ustedes jamás podré sentirme solo.
Gracias por acompañarme en este pregón de las Fiestas Fundacionales; fiestas de una ciudad, de estos viejos barrios históricos de Vegueta y Triana que me vieron crecer, como persona y como periodista, escritor y cronista de sus querencias y de sus sentimientos. Barrios en los que transcurrieron momentos fundamentales e imprescindibles de mi vida, cuyo recuerdo hoy vivo con enorme intensidad; una memoria personal que se aúna a la colectiva en momentos tan significativos como estos que cada año disfrutamos cuando llegan las Fiestas Fundacionales, y muy en particular al concurrir a algunas de sus actividades especialmente emotivas para mi, como pueden ser sus Paseos Nocturnos, algunos de los conciertos que se suelen programar en las recoletas y bellas plazas de este venerable entorno o la noche del “chapuzón” y los fuegos en Las Canteras, preludio mágico del momento en que, al alba de San Juan, nació esta hermosa ciudad.
Cuando se me propuso que hiciera este pregón, hace unas semanas, no me lo pude creer. Pregonar estas Fiestas, las Fiestas grandes de esta ciudad, de mi ciudad, era algo que a mi, como a cualquiera de mis conciudadanos, me hacía una enorme ilusión, pero llegue a pensar que no era cierto, que yo, con muchos pregones ya enramados a las cuerdas vocales de mi garganta, no sería capaz de hacerlo.
Pero a mí, como al propio Tomás Morales, que la ensalzó como “Fundación primitiva del genio aventurero” que “brilló en pasados tiempos con propios esplendores”, Las Palmas de Gran Canaria “me causa un respeto imponente” y ese respeto, ese profundo respeto a mi ciudad y a mis conciudadanos me impedía negarme por ningún motivo.
Gracias por darme la oportunidad de poder estar hoy en esta prestigiosa tribuna pregonera de nuestra Plaza Mayor. Gracias a la anterior Alcaldesa y su Concejala de Cultura, Doña Josefa Luzardo Romano y Doña Isabel García Bolta, y gracias al Alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, Don Jerónimo Saavedra Acevedo, que ha tomado posesión de su cargo precisamente hoy, en este día feliz, pórtico de las Fiestas Fundacionales de la ciudad.
A todos les diré que, para este pregón, que es un verdadero don, una verdadera distinción, estoy seguro que hay muchas otras personas que tienen enormes méritos y merecimientos, pero en una cosa no me ganan, en el querer llevar siempre como bandera, por donde quiera que voy, a mi Las Palmas de Gran Canaria, cantándola en mis pregones, resaltándola en mis conferencias, haciendo patente, ante unos y otros, que de ningún otro sitio podría venir yo que no fuera de mi Gran Canaria, de su querida capital, la Muy Noble y Muy Leal Ciudad Real de Las Palmas de Gran Canaria.
Queridos convecinos yo no podría pregonar, anunciar el comienzo de las Fiestas de esta ciudad, con otras palabras que las mismas que pronunciara cualquiera de los que me escucha, pues como todos ustedes nací y crecí rodeado de mis convecinos, aferrado a los “quereres” y “sentíres” compartidos, mirando al mar, al de uno y otro lado de la ciudad; por ello, lo quiero hacer con palabras sencillas, humildes, pero llenas de hospitalidad, de cariño, de respeto, de amor profundo por nuestras tradiciones y sentimientos, siendo consciente que, como todos ustedes, puedo disfrutar y llevar a gala el mas importante privilegio, el de ser de Las Palmas de Gran Canaria.
Un amor del que hicieron gala y del que dejaron crónica todos sus vecinos a través de los siglos, y que parece aún susurrar en el viento que silva en los adoquines de la viejas calles; todos y cada uno de los cronistas que, siglo tras siglo dejaron testimonio del devenir de la ciudad, desde Tomás Arias Marín y Cubas, Pedro Agustín del Castillo o Fray José de Sosa, pasando por Isidoro Romero Ceballos o D. Antonio Betancourt, el singular y letrado comerciante de la calle de La Peregrina; y ya mas modernamente, todos los Cronistas Oficiales que fueron de esta capital.
El primero de ellos, el prestigioso médico Domingo José Navarro y Pastrana – que muchos conocen solamente como Domingo J. Navarro -, nos dejó unos “Recuerdos de un Noventón” que, aparte de ser uno de los libros más leídos de varias generaciones de grancanarios, es una verdadera crónica de amor a su ciudad, en la que estudia su importante progreso a lo largo del siglo XIX y en la que solicita que la honremos “…en su rápida transformación comparando su empobrecido pasado con su ostentoso presente”, una realidad histórica que él describe con una sugerente y adecuada metáfora:
Apareció como naciente oruga que había de crecer con precaria lentitud, para dormir después dilatados años convertida en inactiva crisálida. Hoy es una espléndida mariposa que llena de vida se eleva luciendo sus brillantes galas y su exuberante energía.
Le siguió en el cargo el destacado e influyente periodista y abogado Prudencio Morales Martínez de Escobar, primer director del periódico La Provincia, responsabilidad que dejaría para ser Secretario del Cabildo Insular, y que nos legó historias, crónicas, cuentos, anécdotas de nuestra historia de tal fuerza, vivacidad y efecto que el ilustre escritor Luis Morote, en el epílogo que le hizo para su obra “Hace un Siglo (1808 – 1809) Recuerdos históricos” publicado en 1909, no dudo en señalar que el “Cronista de la ciudad, Prudencio Morales, lo sería de toda la isla haciendo a Gran Canaria consciente de su historia y por consciente de su historia, sabedora de su poder, de su energía”.
Tras él siguió la senda de la crónica oficial de esta ciudad el doctor en medicina y verdadero prohombre de la isla Carlos Navarro Ruiz, que también fue teniente de Alcalde de este Ayuntamiento y Diputado en Cortes, siendo uno de los grandes paladines de la división Provincial y promotor del turismo en Las Palmas de Gran Canaria, presidiendo la Sociedad de Fomento y Turismo y el Gabinete Literario durante muchos años. De la última etapa de su vida surgen tres libros que son muestra indeleble del amor enorme que él también sintió y mostró por Las Palmas de Gran Canaria y por toda su isla, sin olvidar nunca su querida ciudad natal de Telde; son páginas y sucesos históricos de Gran Canaria, así como hermosas tradiciones canarias, en los que su “…propósito se reduce a recordar en estas páginas, con los datos que he podido proporcionarme y con los que están presentes en mi memoria, hechos pasados de nuestra historia, sucesos ocurridos aunque sean ligeramente narrados…” y todo ello con el firme propósito, según sus propias palabras, de ofrecer “… a las generaciones que han de sucedernos Gran Canaria, grande por su propia grandeza…” .
Los últimos años cuarenta y primeros cincuenta del siglo XX sería Cronista Oficial de la ciudad otro gran enamorado de ella, el sobresaliente periodista, profesor, conferenciante, y en ocasiones funcionario público, Eduardo Benítez Inglott, perteneciente a una célebre familia grancanaria que dio notables abogados, poetas, escritores, musicólogos y hasta un almirante. Su obra, mucha de ella aún inédita, es una crónica fundamental para conocer hechos, pero también el ser y el sentir de la ciudad; si a él se acudía de continuo en busca de un dato o de una fecha, que entregaba siempre adobada con algún lance menudo de la historia local, todos coincidieron siempre en reconocerle como “la anécdota viva de la ciudad”.
Continuaría en el cargo Luis Doreste Silva, un prestigioso y delicado poeta, que estudió medicina en Madrid, donde frecuentó tertulias y convivió con personajes de primer orden como Rubén Darío, Salvador Rueda, Tomás Morales, Amado Nervo, Manuel de Falla ó Zuloaga , y que por amor a su isla y a su ciudad natal, dejaría atrás una prestigiosa labor profesional en el ámbito diplomático, que había iniciado en la Embajada de España en París, junto a su admirado Fernando de León y Castillo, y que pudo haber continuado en Londres junto al Duque de Alba. En esta misma Plaza de Santa Ana tuvo su casa, donde aún viven sus hijas, y desde la que pudo percibir la grandeza de esta ciudad y de esta isla en el orbe atlántico, que supura de muchos de sus versos, de algunos como aquellos que señalaban con nobleza de miras:
Catedral sobre las aguas
Gran Canaria se dijera;
cada roque un campanario
llamando a misa de América.
Luis García Díaz, que por su enorme amor al barrio fundacional de Las Palmas de Gran Canaria, y con él a toda la capital, siempre se le conoció por “Luis García de Vegueta”, y no tuvo nunca otro nombre que éste hasta sus últimos momentos, cuando nos dejó el pasado mes de febrero, fue Cronista Oficial desde 1975, en más de treinta años de fecunda labor, tanto en sus crónicas diarias sobre “Nuestra Ciudad” en “La Provincia”, como en los libros que dio a conocer a través de toda su vida, entre ellos el titulado “Islas Afortunadas. Retablo pintoresco de la vida colonial”, donde la vida “ fluye como si una varita mágica hubiera tocado a los personajes que dormitan en el polvo de los archivos”, y si sus leyendas canarias, en especial la de la mítica isla de San Borondón, han sido consideradas por los críticos como de gran belleza y emotividad, no menos atrás se quedan sus poemarios, como los recogidos en “La nubes y el tiempo. Elegía serena”. Luis García de Vegueta, que en su juventud pasó años en Barcelona, relacionado con los ambientes literarios y artísticos del momento y donde curso estudios de arquitectura, sin olvidar nunca su enorme afición por la pintura, fue nominado en 1994 Hijo Predilecto de la Ciudad y, como señaló el poeta Pedro Lezcano, supo poner “ las palabras al servicio de la vida, por encima de la lógica y de la literatura”. En él esa vida se llamaba fundamentalmente Las Palmas de Gran Canaria, y quizá por ello cerrara su libro “Nuestra Ciudad”, con un artículo titulado “Primavera”, que inicia señalando como “ni se sabe por qué caminos de cielo y estrellas llega a la isla la primavera; pero ya está aquí con su sabor a magnolias y aire puro”. Sin duda fue testimonio indeleble del ser y del sentir de nuestra ciudad.
Y esa primavera, que Luis nos anuncia definitivamente en su crónica, se trastoca en alegría, es sinónimo del bullicio, del júbilo y del regocijo que, desde muy pronto, caracterizaron a esta ciudad, muy a pesar de que también hubieron momentos de abatimiento largo e ineludible, de hambrunas y epidemias, de décadas en las que parecía que no se podía levantar la cabeza y ni soñar con el progreso. Pero entre dolores, pese a las penas, con el sentir de la malagueña y el coraje de una folía bien cantada, la alegría también fue la constante de una ciudad, entre unas gentes que hicieron de la felicidad bandera; bandera blanca de esperanza, de espumas de sonrisas marinas, de suspiros anhelantes colmados de brisa atlántica; bandera blanca que ondea festiva como enseña municipal, como pabellón de toda la ciudad.
Una primavera de la alegría que brota en el fondo del alma, en el sentir y en el modo de ser y estar de todos los habitantes de esta urbe de ayer, de hoy y de siempre. Una primavera de la alegría que parte de lo más íntimo de sus emociones, de sus vivencias, como puede percibirse maravillosamente en unos versos de Josefína de la Torre, la grandísima poetisa grancanaria de la que este año conmemora la ciudad el centenario de su nacimiento, y que nos cantan:
Noche sobre la playa: rumor de orilla fresca.
Blanco batir de remos que la sombra sorprende.
Sobre la barra grande los hachones de pesca,
y un cuerpo perezoso que en la arena se tiende.
En lo alto de la Isleta el faro gira y gira.
Un denso olor a algas…Venus, la Osa Mayor…
Rasguea una guitarra. Una mujer suspira.
La brisa trae aromas de madreselva en flor.
Desde muy pronto, desde comienzos del siglo XVI, la alegría se apodera de esta ciudad que se hace festera a través de muy diversas y distintas celebraciones, ceremonias y festejos que de continuo comienzan a darse en sus viejos barrios, entonces centro de una ciudad coronada de hermosos riscos y que como cetro, en la mano alargada sobre las arenas, tenía el bello paraje de Las Isletas. Saraos diversos, representaciones teatrales en salones y templos, luchadas, quemas de fuegos, luminarias, carreras de caballos, juegos de toros, procesiones cívicas y religiosas – con un protocolo complejo y riguroso que las baña de enorme vistosidad -, festejos navideños, incipientes carnestolendas, enramadas y muchas otras manifestaciones del regocijo popular, sin olvidar tampoco a nuestra querida “Semana Santa” que, por los esplendores de sus celebraciones y costumbres, nuestros antepasados siempre conocieron como la “semana mayor del año”.
Y aquellos primeros festejos partían del mismo seno del vecindario, de las gentes que se organizaban en muchas ocasiones para celebrarlo. Muestra patente de ello y, a la vez, precedente premonitorio de las cientos de comisiones de fiestas o festejos que hoy existen por toda la Isla, fue aquella comisión de caballeros, constituida ya en agosto de 1521, que, por disposición de la autoridad, se encargaba, con motivo de conmemoraciones reales, efemérides u otras festividades, de organizar “que se corran toros y se pongan luminarias y se haga otras muchas más alegrías…”.
Entre aquellas muchas y diversas fiestas debo recordar, en el marco de esta plaza, la Festividad de Santa Ana, que a partir de 1539, y durante varios siglos, conllevó solemne procesión por las inmediaciones del templo catedralicio; procesionar que convocaba autoridades religiosas y civiles, representaciones, cruces y estandartes de todas las iglesias, beneficios y ayudas de parroquias de toda la isla, con candelas encendidas y repiques de campana continuos desde la víspera, capilla de música y caballeros con capa.
En ese siglo XVI, en el que ya en 1518 el maestro de capilla de la catedral tiene la obligación de dar clases diarias de pandereta y música a los monaguillos y otros jóvenes, encuentra nuestro grandioso carnaval sus primeros balbuceos, en los que mucho tendrán que ver los genoveses afincados en la isla y sus divertimentos italianizantes.
Néstor Álamo, el Cronista Oficial de Gran Canaria, que precedió a Martín Moreno, y que encontró como antecesores a José Zacarías Batllori y Lorenzo y, según muchos, hasta Prudencio Morales y Martínez de Escobar, refería siempre con enorme gracejo el festejo celebrado en 1574 que, acontecido en el ámbito de la propia familia Cairasco de Figueroa, atrajo la atención de la ciudad y que los mismos papeles de la Inquisición, que no dudó en abrir expediente, denominó ya explícitamente “baile de máscaras”, que tuvo “una concurrencia tan grande que no cabía en la sala ni en los patios” y que no se libró, incluso, de unos cruentos lances de espadas.
Otros festejos que arraigaron muy pronto en Las Palmas de Gran Canaria fueron las celebraciones con motivo del Corpus y de la Navidad. La festividad del Corpus Christi ya se celebra con esplendor creciente desde finales del siglo XV y a lo largo del siglo XVI se introducen, poco a poco, manifestaciones muy curiosas como danzas de muchachos que, según se da cuenta en 1775, aparecían revestidos con ropajes de damasco azul y encarnado, conocidos como “Machachines” – ó según otros documentos o la tradición oral “Matachines” -, o la presencia en las calles de gigantes y papahuevos, hasta que fueron prohibidos en 1777, o la puesta en escenas de comedias como la que en 1580 estrena para esta festividad D. Pedro Medina. Con respecto a la Navidad si ya en 1514 el Cabildo Catedral toma un acuerdo para que haya en Nochebuena “Misa de La Luz”, y se celebren estas fiestas con todos los regocijos acostumbrados, pronto se convirtió una fiesta muy tradicional que cobró arraigo y carácter propio en el transcurso del tiempo, pues a finales del siglo XIX Domingo J. Navarro nos la muestra como uno de los momentos de mayor regocijo de esta ciudad, entre cantos de ranchos de cantadores y la banda del regimiento que recorría las calles con un incesante y, a veces hasta insoportable, redoble de tambores, mientras se visitaban nacimientos y se convidaba a propios y extraños con una repostería propia y tradicional.
A finales del siglo XVIII, en aquella ciudad que ya casi proclamaba su ilustración, en la que el Seminario Conciliar y la Real Sociedad Económica de Amigos del País eran focos que irradiaban las nuevas luces del saber científico y de la cultura, fueron famosos los festejos organizados durante varios días para celebrar la proclamación del Rey Carlos IV. Tras los actos oficiales y a aparte de las disputas protocolarias entre el corregidor Vicente Cano y el Alférez Mayor, quienes tras desfilar, junto con todo el Ayuntamiento a caballo, tras el pendón de la ciudad, ofrecieron cada uno por su lado un “refresco general”, como entonces se decía a lo que hoy conocemos como “recepción”, un “vino español” ó, en tono mas británico, un “cóctel” , fueron días en los que el “Gremio de Mareantes” organizó, con dos carrozas, a modo de navíos, engalanadas con banderolas y gallardetes multicolores, la representación de una batalla naval entre turcos y españoles, el “Gremio de Agricultores” sacó a la calle una carroza con la “Diosa Ceres” y sus “Ninfas”, acompañada por música y muchas máscaras, y todos pudieron disfrutar de representaciones teatrales, de juegos de cucaña y de toros y de hermosas luminarias y fuegos en la noche, mientras que las salvas de artillería de los castillos y los repiques de campanas fueron incesantes.
De la segunda mitad del siglo XIX, cuando la ciudad se despertaba gustosa e inquieta a las nuevas corrientes urbanas, culturales, artísticas y sociales de la modernidad, aún se recuerdan los fastos populares organizados para celebrar la concesión de los “Puertos Francos” en 1852, que tanto porvenir traerían a la capital, o la Exposición de 1892, levantada en amplios pabellones que se instalaron en La Plazuela, en la Plaza de Cairasco y en La Alameda bajo la dirección del arquitecto Laureano Arroyo y del Ingeniero Sr. Hernández Pérez. La industria, el comercio, la agricultura, las bellas artes estaban representadas en diversas secciones e incluso las principales poblaciones de la isla también ofrecían sus productos más típicos. Tras el discurso inaugural del prestigioso letrado Martínez de Escobar, y unas palabras del Obispo, el Padre Cueto, se cantó el himno de la exposición con letra de Amaranto Martínez de Escobar y música de Bernardino Valle, que fue interpretado por la Banda de la ciudad, bajo la dirección del maestro Antonio Machado Viglieti. Fueron días de júbilo, de saraos y festejos diversos, de feria de ganados en la Plaza de la Feria, de fuegos artificiales, conciertos y paseos.
Siglo tras siglo Vegueta y Triana, como el entonces lejano entorno de la Ermita de La Luz, fueron escenario de romerías y festejos que se fueron consolidando como los más propios de la ciudad; la romería de La Naval, las fiestas del Rosario, la fiesta de La Catumba, en el entorno de los mareantes de San Telmo, y llegado junio las “fogaleras” con las que tanto se divertían nuestros antepasados, y muchos de nosotros aún en nuestra infancia, en las vísperas de San Antonio, de San Juan y de San Pedro, con todo su rastro de supersticiones, sus brujillas y santiguados, sus usos y costumbres; o la merienda de brevas en las afueras de la ciudad en la tarde de San Juan.
Hoy la ciudad es heredera de esta alegría festiva; alegría que conserva y magnifica con nuevas fórmulas y modos de expresión; una urbe que se siente orgullosa de contar con uno de los mejores carnavales del mundo, que en la Navidad sigue siendo una capital animada, bulliciosa, festiva y atractiva, que en agosto celebra animadas y principales fiestas en San Lorenzo, en el que fuera Término Municipal de San Lorenzo – Tamaraceite, como también las celebran brillantemente todos sus barrios, como las Fiestas de Schamann a la Virgen de Los Dolores, las de San Cristóbal, las del Carmen en La Isleta o las del Pilar en Guanarteme, entre muchas otras, y que llegado el estío celebra su cumpleaños con unas ya consolidadas Fiestas Fundacionales, en las que lo cultural y lo artístico se entremezclan con las celebraciones multitudinarias entorno a los artistas y cantantes mas de moda, que este año, entre otros, cuentan con la afamada banda de “El Sueño Morfeo”, de la que es protagonista una grancanaria, la terorense Raquel del Rosario, y sin olvidar la celebración de la víspera sanjuanera con un “chapuzón general” en la Playa de Las Canteras, mientras una enorme y colorista explosión de fuegos artificiales ilumina la noche isleña en todo su misterio.
Comienzan hoy nuestra ya esperadas Fiestas Fundacionales; disfrutemos de ellas sintiéndonos herederos de toda esa alegría que nuestros antepasados fueron amalgamando a lo largo de cinco siglos, de la que hizo gala y bandera nuestra ciudad; y seamos herederos de un júbilo constructivo, sano, fraterno y solidario, que nos ayude a mirar el futuro confiados y con esperanza.
Y en el entono de estas fiestas de esperanza y de alegría, de pasado, de presente y de futuro, se da la singular y feliz circunstancia de coincidir su comienzo con el inicio del mandato de un nuevo Alcalde de nuestra ciudad, con el que este pregonero se honra al poder acompañarle en esta tribuna; momento también que, como las fiestas más arraigadas de una comunidad o vecindad, se abre a los anhelos y a las ilusiones de los vecinos que, confiados, celebran un nuevo paso en el devenir de su localidad. Así, una vez mas en estos ya largos cinco siglos de historia, la fiesta se convertirá en efeméride, la felicidad festiva será pórtico de un nuevo capítulo municipal, la alegría de la Fiestas Fundacionales será santo y seña de la acogida dispensada a Don Jerónimo Saavedra Acevedo en su llegada a las responsabilidades municipales, mientras el vecindario celebra su historia y mira con optimismo al futuro.
¡¡¡Felicidades y enhorabuena Sr. Alcalde!!!
Vecinas y vecinos, grancanarias y grancanarios todos, señoras y señores, esta es una ciudad que sabe divertirse, que sabe engalanarse con su alegría, que es capaz de hacer, de muchos de sus divertimientos, auténticas tradiciones y costumbres, que, desde el júbilo con el que enjuga sus penas, ha sido y es capaz de alcanzar su porvenir. Seamos nosotros también dignos representantes de esta tradición de la alegría, de ese sentir de felicidad que hace de la muy Noble y Muy Leal Ciudad Real de Las Palmas de Gran Canaria una ciudad risueña, jovial, sabia, constructiva, dialogante, hospitalaria, amical; en resumen, una “gran” ciudad.
Amigas y amigos todos, que estas sean unas Fiestas cargadas de vivencias compartidas, de emociones y sentimientos, unas fiestas de verdad y de altura, como deben ser las que celebran el cumpleaños, el 529 aniversario de nuestra querida ciudad, sin por ello olvidar encender una vela, fogalera o fuego de artificio a nuestro Señor San Juan, que tres fueron los juanes bajo los que se dio la égida fundacional.
Sólo me resta decirles que soy un vecino más que les quiere de verdad y que quiere a Las Palmas de Gran Canaria por encima de todo, y pedirles que griten conmigo:
¡¡¡Viva esta ciudad y toda su gente!!!,
¡¡¡Vivan sus Fiestas!!! .
¡¡¡ Viva esta cumpleañera guapa que se llama
Las Palmas de Gran Canaria!!!
Juan José Laforet
Cronista Oficial de Las Palmas de Gran Canaria
16 de junio de 2007