Bueeeeeno, el verano se nos echa encima, los cielos se despejan y la temperatura del agua ronda ya los 20 grados. Por fin empieza la temporada de los largos remojones, cuando uno puede disfrutar más tiempo junto a los peces y tomarse las excursiones submarinas con paciencia. Y paciencia es precisamente lo que hace falta para practicar la curiosa
modalidad de fotografía submarina a la que dedicamos nuestro capítulo de hoy: el retrato.
Acercarte a un pez y mirarle a los ojos durante unos instantes es una de las experiencias más impactantes que pueden vivirse bajo el agua. Sorprenderle de repente cara a cara, compartiendo una mirada mientras invades su hábitat por unos instantes.
¿Qué estará pensando cuando le apunto con el objetivo? Quizá esté inmerso en lejanos recuerdos; mejores momentos vividos junto a su arrecife, cuando la fauna fluía por él a raudales, cuando erizos y arena eran menos numerosos, cuando algas y peces compartían un idílico equilibrio. O quizá la visión de un ser humano no le sea ajena y ante la aparición repentina de mi figura le sobrevengan funestos recuerdos de anzuelos, nasas y otros artes de pesca.
Quizá con ese gesto intente persuadir a este extraño que amenaza su descanso, quizá esté enfadado. O quizá esa languidez en la mirada no sea más que una muda llamada de socorro y me esté pidiendo ayuda. ¿Quién sabe?
Alguien dijo una vez que la cara es el espejo del alma. Quien acuñara la célebre frase estaría pensando a buen seguro en el ser humano, pero si el dicho es aplicable a otros seres vivos uno, contemplando estas fotografías, estaría tentado de afirmar que nuestros peces no son felices.
¿Ustedes que creen, canteranos?
Manuel Marichal Pérez