“Cuando dos caminos se separan… toma aquel que se dirija a la playa”. Hannah McKinnon

Ambiente agradable

La Playa Chica a finales de los años 40

Cuando llegamos a Sargento Llagas mis padres, mi hermano Alfredo recién nacido y yo, era el año 1945. Mis padres querían una casa cerquita de la playa donde pudiéramos salir a coger aire. Eso era muy importante. Tuvimos la suerte de ir a la Playa Chica donde en invierno estábamos los fijos y en verano venía más gente, los Marrero por ejemplo. En la Playa Chica había tres sombrillas, -estoy hablando de los años cuarenta- : la de los Naranjo, grande como una jaima, en azul; la de los Correa Beningfield, blanca y con una rayita azul y la nuestra verde y blanca. Para bajar a la playa había que ir por un caminito ya que no había Paseo todavía. Había un solar enorme en lo que hoy es o era el Hotel Gran Canaria. En donde está la escalera para bajar a la playa había una casa de 2 plantas de D. Saturnino Báez que expropiaron para hacer el Paseo. A mí por supuesto me pusieron en el Colegio Viera y Clavijo de niñas, que era una casona grandísima que estaba junto a lo que fue el Hotel Gran Canaria. Tenía tres entradas, dos por Las Canteras y una por Nicolás Estévanez. A mí me venía bien pues en dos minutos estaba ahí. Había muchas niñas de los alrededores. Mis padres eran amigos de D. Pedro Cullen y su esposa. D. Pedro Cullen junto con D. Juan Melián eran los socios-propietarios y directores del Colegio Viera y Clavijo. Entonces mis padres fueron y hablaron con D. Pedro y ya me quedé. Los padres no solían ir al colegio como ahora. Si aparecían los padres era por alguna cosa rara y nosotros decíamos que había “marejada del Cantábrico”. Tengo muy buen recuerdo de mi época del colegio. Teníamos una profesora, Dña. Carmen Ojeda (que no tiene que ver con la fundadora del Colegio Arenas) que nos enseñaba a poner los números en los cuadros y a tener las libretas todas ordenadas y limpias, lo que nos sirvió para el bachiller. Teníamos unos profesores estupendos, casi todos Catedráticos. El recreo lo hacíamos donde luego estuvo el Hotel Gran Canaria y si estaba la marea vacía bajábamos a la Playa Chica. Hacíamos deporte con uniforme y babi. Lo hacíamos en la azotea. No había ropa de deporte. Nosotros tratábamos a los profesores de Usted y ellos a nosotras de Señorita. No creo que nadie saliera traumatizado. Teníamos clase mañana y tarde y los sábados por la tarde no teníamos clase. Las notas eran quincenales. Los unos (1) y los ceros (0) los ponían con letra; debe ser que hubo alguna trampa.

El verano era más entretenido. Con las mareas del Pino nos tirábamos del Muro Marrero. No podíamos subir a la avenida sin albornoz. Hablábamos con el Cabo Medina y se lo decíamos y él muy comprensivo nos decía: “Me voy al Balneario y yo no sé nada”. Entonces empezaban las carreras de las cuales he visto fotos. Teníamos que esperar a que viniera la ola para tirarnos. No había tanta arena como hoy. Una vez hubo una marea tan fuerte que dejó la playa sin arena. Trajeron arena de Los Arenales, hoy Mesa y López, donde está el edificio de la Cooperativa de la Madera y Corcho. Pero … la arena también nos traía una sorpresa: eran púas de tuneras indias, las de los tunos colorados. Cuando ibas caminando te llevabas un picotazo enorme. También eran pintorescos los respingos cuando te sentabas, pues normalmente no era una púa sola ya que venían en manojos. Nuestro entretenimiento era el juego del clavo, de los cuales guardo tres como mi tesoro playero. También saltábamos a la soga o jugábamos al teje.

El colegio se cerraba en verano y las suspendidas iban al Colegio Viera y Clavijo de los niños, junto al actual Hotel Reina Isabel, dando al Paseo y a Alfredo L. Jones, y éste entonces en verano era mixto. El de las niñas se convertía en casa de veraneo para D. Pedro Cullen y los Olarte Cullen. A mi me suspendieron el Latín, que no me gustaba nada, y fui al cursillo. En el cursillo estaba también Matías Díaz Padrón, hoy un alto cargo del Museo del Prado. Nosotros le decíamos “el dibujante”. En cuanto tenía un rato sacaba papel y lápiz y dibujaba Cristos, con la corona de espinas, el pelo caído por la derecha del rostro y las gotas de sangre. Casi siempre eran caras, pero muy bien dibujadas. Siempre iba de negro y creo que procedía de El Hierro. Siempre le vi dibujar Cristos.

Mari Sánchez-Mendezona Naranjo

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