No sé tu nombre, pero
sabía que vendrías.
Tarde o temprano,
la cita es aquí
más
al sur:
Playa del Arrecife.
Te lo pedí en sueños. Presénciate.
Ahora mismo.
Yo te lo ordeno.
No,
yo te lo imploro.
No,
yo te lo gimo…
Me dijeron que vestías tan blanca al atardecer…
Y salí a buscarte.
Salí a la calle como las locas,
en traje de casa,
a cara lavada,
todo me olía a poro abierto, entre sudor y miel.
Por fin llegaste.
Mensajera
de las aves del Guadalquivir,
despegaste
y el espíritu de las aguas se elevó contigo.
Por eso ayer te vi llegar a esta playa
con un corro de niñas
de linaje inmaculado.
Vi con claridad tu pico de plata,
lloviendo caía sobre la arena
el nombre de un poeta,
gotas de agua azul
venían besando en las sienes
a los ancianos canarios
erguidos en sus troncos milenarios.
Y la lluvia besó a sus mujeres…
una a una.
Sobre la Playa del Arrecife
ondulaba una saeta
de verso altanero,
verso ceñido a una cintura de andaluz
errante.
Ya la Reina de Las Marismas llegó,
a la hora en que la lentitud
cruzaba los montes que
afloraban
amantes de un rubor violeta…
Era el crepúsculo,
desaparecía todo rastro.
Quise hablarte, agradecerte la visita,
y vinieron a mí entonces
los versos de un ángel que me tatuó el alma:
En la mañana del juicio,
cuando levante la cabeza del polvo,
te buscaré
para conversar contigo.
Teresa Iturriaga Osa
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