(Foto: «Yinclan» el segundo por la derecha, entre Jesús, Maxi y Vicente Girona)
La última vez que le vi, hace muchos años, estaba sentado en su sitio de siempre, en armonía con el atardecer que observaba. Con su melena rizada, encendida por esa luz rojiza de las tardes de su querida playa de la Cícer.
Era uno de esos días de verano con la marea muy vacía, cuando la playa de Guanarteme muestra todo su esplendor y vida.
Manolo “Yinclan” (para otros Manolo “Jim Clark”) fue y será siempre el mito legendario de todos los que aman el surf y su filosofía de ver la vida en la playa de las Canteras.
Manolo Rivero nació en una pequeña casa que daba al mar en la parte de la playa más alejada a la imagen que salía en las postales turísticas, pasada la fábrica de la Cícer, hacia la salida de la ciudad por el norte. El lugar era por aquel entonces un descampado de tierra y polvo donde familias humildes se establecieron antes de la llegada del “boom” urbanístico de Guanarteme.
De aspecto impecable, alto y fuerte era un auténtico atleta, con una gran melena rizada que dio nombre a su mote “Yinclan”, debido a su parecido con otra leyenda de la época: Jim Clack, el famoso corredor inglés de coches de carreras.
“Yinclan” llegó a estudiar bellas artes en Madrid, donde su escultural cuerpo sirvió como modelo en las clases de dibujo humano. Fue submarinista profesional y trabajó en las plataformas petrolíferas del mar del Norte.
A Manolo se le recordará siempre, sobre todo lo demás, por su calidad humana, por ser amigo de sus amigos y por su valentía y arrojo en los principios de surf en nuestra isla.
Siempre buscó la ola más grande para él. Se apresuraba a meterse en el agua donde saliera la rompiente mayor, en el virgen El Confital de entonces, en la playa de la Cícer o en la antigua y apreciada ola del Lloret. Su figura nadando hacia la ola con su fiel perro tras él fue una de las imágenes iconos de los comienzos del surf en nuestra playa.
Ninguno de sus coetáneos puede hablar mal del fiel “brother”, del gran Manolo “Yinclan”.
Corrían los tiempos de experimentar, la vida iba a toda velocidad. Los extranjeros traían todo lo novedoso, nuevas tablas, nueva música: los Doors, Jimi Hendrix, The Who, etc, sonaban en las fiestas psicodélicas del antiguo “Saxo”. Mucha diversión entre bellas turistas llegadas del norte. Así cada noche, día tras día y a la mañana siguiente surfing y risas con los colegas.
A Manolo, quizás un poco tarde, le bastó ese período de la vida a toda velocidad para saber que lo importante era sentir el agua cada día en su pelo rizado, notar en su cara esa brisa del norte de su querida playa de Guanarteme. Disfrutar de sus paseos con su perro por la orilla al oscurecer.
“Yinclan” sintió como nadie el cambio que produjo el progreso en su pequeño paraíso de la Cícer, veía como en cada minuto que pasaba los tractores avanzaban hacia su territorio, cambiándolo todo. Nuevo paseo, nuevos edificios. Su preocupación por el futuro de su entorno fue a más. Siempre tuvo la esperanza de que los tractores no llegaran a su rincón, pero no lo pudo evitar, cuando el progreso avanza ya no hay nada ni nadie que lo pare.
El día en que Manolo “Yinclan” terminó la hermosa e intensa carrera de su vida ya no quedaba nada de su antigua esquina, su pequeño paraíso era irreconocible. Siempre me he preguntado si él, el más valiente de los surfer de su época fue una víctima de este brusco cambio. Los que lo conocimos -aunque sea de pasada- nunca olvidaremos su figura sentada y tranquila en su muro mirando a su azul y revuelto mar, seguramente soñando surfear la ola perfecta, esa que nunca termina por llegar.
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La desaparición de la policía turística de Las Canteras ha convertido este lugar tan importante para la ciudad en un sitio sin normas, lo que perjudica enormemente su funcionamiento diario