Tarde con claros, algo calimosa. Precaución con el mar y sus corrientes. Se están viendo algunos veleros, pequeña aguavivas inofensivas. Más datos y observaciones 

Memorias playeras con Luis García de Vegueta (VI)

– ¿Y qué solían hacer en la playa?, ¿jugar a cartas?, ¿charlar?

– No, aquí lo clásico era un juego que se llamaba “santorra” o “el clavo”. Era un clavo grande, casi de un palmo de tamaño y que tenía diversos lances, por ejemplo, con el puño cerrado, se hacía un movimiento para que se clavara en la arena derecho, haciendo un giro en el brazo, otro era apoyado en un hombro, por ejemplo, y daba una voltereta el clavo y luego se clavaba. Y así, un montón de sistemas, uno de ellos se llamaba “el tiroteo”, que era así… se cogía en el aire por la punta, y, al darle una voltereta al clavo en el aire, iba a clavarse también en la arena. Sí, ése se llamaba el juego del clavo o santorra.

– ¿O?

– Santorra. Un nombre que ha desaparecido, ya las personas que lo practican lo llaman “el juego del clavo”, los niños… Por cierto, ignoro por completo la procedencia y las posibles raíces lingüísticas de la palabra “santorra”, aunque debe de tenerlas. Es de esas cosas que se dice “nunca más se supo” y desapareció y… esa palabra ya no… vamos, cayó en desuso.

– Pero ustedes en esta fotografía de la playa tienen veintitantos años, ¿no?

– No, ahí no…

– ¿Menos?

– Sí, menos, menos.

– Quince o dieciséis, diecisiete… pero no, menos.

– ¿Pero hasta qué edad se jugaba al clavo?, ¿hasta los veinte años más o menos?

– Noooo. Jugar al clavo eran los niños, más bien. Bueno… también jugaban al clavo los mayores, me refiero, porque también me has hecho la pregunta del clavo. Me refiero a que los chicos de ocho o diez años jugaban, se divertían mucho jugando al clavo, y los mayores, claro, había verdaderos artistas que hacían auténticas virguerías con el clavo.

– ¿Y se acuerda usted del membrillo? Se lanzaba y… ¿cómo era eso?

– Bueno, se decía que el membrillo se quedaba más dulce si se metía en el agua salada. Claro, se impregnaba un poco en agua salada y se le encontraba un gusto especial…

– ¿Y se comía?

– ¡Me extraña esa pregunta! Porque…

– No, porque se comenta…

– Lo practicábamos, pero… yo creía que era una cosa…

– Es que la gente mayor se acuerda mucho de eso…

– Ya, ya.

– ¿Y qué otros juegos había de playa que usted recuerde en esa época de los quince años?

– Bueno… las cometas.

– ¿A esa edad?

– No, más chicos, más chicos…

Teresa Iturriaga Osa

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