Memorias playeras con Luis García de Vegueta (IV)

– Ustedes eran felices aquí… ustedes deseaban venir de Las Palmas aquí a Las Canteras…

– Sí, porque, claro, era un cambio del colegio y todo…

– Y se conocía todo el mundo en aquella época… Era muy típico venir gente de Las Palmas aquí a veranear…

– Tú habrás oído hablar a tu padre o a tu abuelo… Bueno, Tino, no sé si te habrán contado cuando hubo una célebre quema a un polvorín.

– No, no. ¿Aquí?, ¿en La Isleta?

– Sí, en La Isleta, había un polvorín y un día, estábamos paseando… me acuerdo que yo estuve hablando con uno que es médico… Francisco… bueno, de la época mía de Barcelona, Francisco Pérez Marrero y con el que era alcalde entonces, que era Franito Hernández, Francisco Hernández González. Y estuvimos aquí en la playa, y, de pronto, hay una deflagración que se ilumina el cielo, se queda como si fuera de día, pero en tono rojizo, y yo me acuerdo que vimos en La Barra unas cuantas personas mariscando allí. Estaban allí y se vio la iluminación… Yo me acordé que mi madre estaba en el Cine Millares y fui a ver… Bueno, ya digo, fue una cosa terrible. Eso era poco después de un célebre incendio en los Astilleros de Cádiz, que había habido una mortandad terrible, no me acuerdo bien qué es lo que había pasado, si fue un incendio o… y, claro, fue una cosa de ésas que nos quedamos así. Entonces, yo dejé a estos con los que estaba hablando y fui corriendo al Cine Millares, que no se habían enterado de nada, y el portero me dejó pasar, traje a mi madre afuera y vinimos para acá. Y, en esto, se organiza un verdadero alud de gente que venía de La Isleta… como si éramos… tú imagínate, diez o quince, veinte personas de fondo, pero en plan macizo, gente huyendo como cuando la guerra, que huyen de Bosnia o de un sitio cualquiera… huyendo porque va a estallar la guerra, eso, un montón de gente. Entre ellos estaba, como siempre, tu abuelo, Tino, que estaba siempre en chaqueta de pijama y estaba por ahí…

– En chaqueta de pijama…

– Y, entonces, empieza a decir: “Bueno, hay que organizar para irnos y tal… Mira, yo como no puedo, yo no tengo… sí, tengo el coche, pero, claro, con la familia ya no puedo -no había más espacio-, pero vamos a ver para ir todos a Las Palmas”.

– Porque pensaba que iba a explotar todo el Puerto…

– Sí. Y, entonces, vemos aquella riada humana, una verdadera riada… fíjate tú cómo sería que venía gente incluso con enseres de la casa para salvar algo, una mesita… o un objeto, una lámpara… pero lo grande fue que, después, entre ellos, venían unos que traían a una viejita en una silla agarrada por un lado, una anciana de 80 ó 90 años que la traían así. Bueno, aquí, en la calle Sagasta, era una avalancha terrible. Tuvimos la suerte, porque, claro, aquí no teníamos coche –el coche nuestro lo dejamos en Las Palmas en el garaje de la casa, porque en aquella época se usaban los coches casi nada más que para los domingos ir al campo-, pero nos encontramos aquí a un señor, en la segunda o tercera casa –todo eran casas terreras-, que se ofrece a llevarnos para Las Palmas. Entonces, mi madre y mis hermanos –ya mi padre no vivía- nos metimos en el coche. Ellos eran, por ejemplo, el matrimonio y una niña y, después, por parte mía, éramos mi madre, mi hermana, mi hermano, yo… Entonces, vemos, fíjate tú, aquí era a pie, pero en la calle Albareda, gente también a pie y en los coches, huyendo de La Isleta por temor a eso -como la tragedia aquella de Cádiz estaba tan reciente-, aquello era una marea humana. Bueno, nosotros y el señor este tan amable en el coche y nos metemos todos dentro de la marea humana. Cuando llegamos hacia el Parque Santa Catalina, porque la caravana aquella no avanzaba sino a pasitos, a pasitos… al pasar un poco después del Parque Santa Catalina, de pronto, dice mi madre: “Ay, me parece que me he dejado la puerta abierta de la calle”. El señor ese, que me acuerdo que se llamaba Federico, dice: “Señora, es un poco complicado dar la vuelta aquí para volver para atrás…” Y mi madre: “Ay, pues, mire… pues… yo, la verdad, yo nooo… Mire… me para usted aquí, porque yo voy… yo me vuelvo. Ay, si yo me he dejado la puerta abierta en la casa…” Mi madre no era sino: “Puerta abierta, puerta abierta, puerta abierta…” ¿Tú sabes lo que es…? Por fin, dimos la vuelta y volvimos a contracorriente de la marea humana aquella, ¡de los coches! Volvemos. Llegamos aquí. A casa. Y la puerta estaba cerrada. No había nada. Y otra vez volver para Las Palmas. Eso fue espectacular. Yo me extraña que no hayas oído hablar… eso fue como esas leyendas urbanas, como eso de los cocodrilos que aparecían en las alcantarillas de Nueva York, pues aquí, eso de la explosión del polvorín de La Isleta, eso duró… La leyenda esa… Porque, después, ya la gente inventaba cosas…

Teresa Iturriaga Osa.

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