La playa de Las Canteras y sus entornos, el urbano y el natural, constituyen uno de los sectores más atrayentes de Las Palmas, y es por ello el espacio preferido por quienes buscan un lugar ameno donde todo, la visión y el contacto del mar, el confort de la vida moderna, los encuentros amistosos y las variaciones de aspecto que la evolución de la luz proyecta sobre el paisaje, siempre aseguran horas de estancia sumamente agradables.
Pero ocurre que a la hora de inventariar las excelencias y las particularidades de este paraje de Gran Canaria no se pueden silenciar las expresiones culturales ocurridas en las cercanías de la playa o debidas a gentes que nacieron o vivieron, o trabajaron, a su vera. Porque la zona de esta playa fue, en efecto, el locus de la infancia y de la adolescencia (y, en parte, también de la juventud) de los modernos Hermanos Millares (Agustín, José María, Manolo…), de los hermanos Padorno y de los hermanos Maccanti; así como también de Lázaro Santana, e igualmente de Martín Chirino, José María Benítez, Juan Marrero Bosch y, José Luis y Tony Gallardo..Como fue refugio temporal, residencia fija o centro de trabajo de Felo Monzón, de don Rafael 0’Shanahan , de Juan Márquez, de Pino Ojeda, de Antonio y Chano de la Nuez, de Pedro y Ricardo Lezcano y de Felipe Baeza.
Pero nuestra playa ponentina fue algo más. Fue la “cantera” de la poesía de Saulo Torón, la ribera de sus paseatas diurnas y nocturnas, peripatéticas o imaginativas, y casi su hogar primero. Como fue el punto que magnetizó el corazón insólitamente querencioso de Alonso Quesada, y también el mirador de ocasos de Pedro Perdomo Acedo cuando desertaba de las orillas del Guiniguada. Y el lugar donde alzó su tinglado el Teatro Mínimo de Josefina de la Torre, otra adicta a Las Canteras por efecto de la doble droga de la natación y de la poesía. Y asimismo el sitio donde se cumplía el rito del regreso anual de don Agustín Millares Carió, de Néstor el pintor y de Claudio de la Torre…. (Un dato menudo pero que no sobra aquí: en el número que la célebre revista malagueña “Litoral” dedicó al centenario de Góngora, en 1927, aparece el nombre de Las Canteras, manuscrito por el autor, al pie de la partitura de una pieza musical de Gustavo Duran inspirada en un poemilla de Alberti.)
Y, mucho más atrás en el tiempo, Las Canteras fue la placentera Tebaida de don Amaranto Martínez de Escobar, a quien se debe el origen de la costumbre de residir en la orilla de esta playa. Y en épocas más próximas a la nuestra, en esta misma orilla establecieron su asiento el Club Palas y el Club Victoria, focos de inquietudes y actividades variadas; y también la Galería de Arte de Pino Ojeda, sin olvidar que en su zona de influencia abrieron sus puertas la librería de Juan Manuel Trujillo, el fino escritor tinerfeño, y la que Pino Ojeda rotuló “Flores y Libros”. Asimismo Las Canteras fue el marco de la vida familiar y de la empresa de recreación de Pinito del Oro cuando abandonó el circo. Y que fue antaño y ahora lo es sede del hogar de Luis García de Vegueta, el cronista oficial de Las Palmas.
En fin, en las Canteras es inevitable evocar un sugestivo friso de figuras y traer al recuerdo acciones y vivencias (transmutadas o no en obras de arte) que ni la mismísima Vegueta acaso pueda igualar, a pesar de sus siglos, da su solera y de sus prerrogativas.
EPILOGO ETIMOLÓGICO
El nombre primitivo de Las Canteras fue Playa del Arrecife (por la Barra), y así fue conocida a lo largo de muchas generaciones, casi desde el tiempo en que la isla se incorporó a la civilización occidental. Muy posteriormente, cuando se empezó a extraer piedra de La Puntilla y de la Barra para ser empleáda sobre todo en las obras finales de la catedral, poco a poco fue perdiendo el antiguo nombre, para acabar siendo denominada tal como ahora la llamamos. No cabe duda de que el olvido del antiguo nombre supuso una pérdida por lo que se refiere a la eufonía y a las connotaciones sugestivas. La definición del término arrecife en un viejo diccionario de voces geográficas españolas tiene bastante encanto. Dice así: “Arrecife: peñascos continuados que sale de la costa, una veces cubiertos del mar, y otras no. Cuando están descubiertos, se dice que “velan” en lenguaje de los marineros. ”
A estas alturas no es cosa de pretender restablecer el antiguo nombre, pero sí vale la pena recordarlo con alguna frecuencia porque, en la Imaginación, añade más hechizo al que de suyo posee nuestra playa.
Anónimo (Remitido)
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