Los terrenos que hoy ocupa la ciudad de Las Palmas, comprendidos desde las Isletas y Guanarteme hasta San José y San Cristóbal, desde la orilla del mar hasta las lomas de San Juan, San Roque, San Nicolás, San Lázaro, San Antonio, Rehoyas y toda la Ciudad Alta, fueron en el pasado, antes de la conquista de la isla, bastante transitados y aún habitados, pues, además de las noticias que de ello nos facilitan viejos escritos, hay huellas que lo demuestran. Las primitivas crónicas, cuando hablan de la fundación del Real de Las Palmas, dicen de unas cuevas deshabitadas en lo alto de una loma, en la margen derecha del río Guiniguada, en donde se instituyó la primera Iglesia de Santa Ana, convertida posteriormente en la actual de San Antonio Abad.
Durante el transcurso de estos últimos años, con el vertiginoso e imprevisto crecimiento de la ciudad que, una vez salvado el obstáculo natural ofrecido por las colinas del Oeste, se extendió y continúa en su dilatación, han desaparecido numerosas grutas, unas naturales tubos lávicos, otras escarbadas por el hombre en diversas épocas y todavía recordadas perfectamente por las más viejas generaciones.
Ejemplo de ello son las cuevas de San Lázaro, de Mata y de San Antonio que en su día constituyeron el más agudo problema de chabolismo insular, ya superado. Bien es verdad que muchas de las cuevas habitables del Risco, de San Roque, el Pambaso y La Matula en las márgenes del Guiniguada y las de San Antonio por el barranquillo de Mata fueron construidas posiblemente en tiempos muy posteriores a los de la Conquista, con menos de doscientos años de antigüedad, todas ellas con el fin expreso de ser usadas como vivienda, además de algunas otras, toscos y prolongados túneles, consecuencia de las continuas excavaciones y extracciones de piedras para elaborar cal, porque toda la citada zona es caliza sobremanera, así como para el aprovechamiento de tierras, también para la construcción; otras más fueron fallas en el terreno de alubión que se extendió sobre el volcánico y que, como sucedió en Escaleritas, quedaron al descubierto ocasionalmente en obras de allanamientos y urbanizaciones.
Grau Bassas al citar unos hallazgos realizados en la vertiente derecha del barranco de San Lorenzo, cuando en el año 1879 se localizaron algunos utensilios de los canarios prehispánicos, menciona la Cueva de Báez, en el lado Norte del barranquillo, frente al Castillo del Rey.
Gentes capitalinas me han relatado en diversas ocasiones aventuras llevadas a cabo en la exploración reiterada, cuando los tiempos de la infancia y mataperreril adolescencia de unas misteriosas cuevas, más bien fallas naturales o acaso túneles de extracción de arenas, que atravesaban el lomo de San Antonio desde el arranque del Paseo de Chil hasta las Rehoyas Bajas a la altura de los actuales cuarteles de los Paracaidistas.
En Escaleritas, en ambas márgenes del barranquillo que se forma por el Lomo del Polvo, Junto a las instalaciones permanentes de 1a Feria del Atlántico, aún es posible observar algunas de estas intrincadas cuevas, a pesar de que la mayoría ya han sido destruidas o tapiadas debido al nesgo permanente que representaban para los niños con afanes y sueños de aventuras y descubrimientos de tesoros.
A la altura del Parque Doramas, en el lado Norte de la desembocadura del barranquillo de Don Zoilo al Paseo de Chil, hasta hace poco había unas cuantas cuevas o túneles de éstos y que, según me contaron, se adentraban muchos metros en la tierra. En las laderas de Cuyas también sobre el Paseo de Chil, alguna cueva se convirtió en típico local de servicio público En el desaparecido barranquillo de Escaleritas ocupado hoy casi totalmente por el complejo deportivo López Socas, ¿quién que sea mayor de 20 años no recuerda las sucias cuevas que a causa de ser habitadas esporádicamente por gentes de toda ralea fueron fuerte motivo de escándalo en más de una ocasión?…
Yo no las conocí, pero se me ha contado que cerca del Estadio Insular, en la parte baja de lo que vulgarmente se conoce por el Gradería de la arena, existieron unas curiosas cuevas, posiblemente componentes de un poblado reducido de aborígenes y en donde se encontraron restos humanos y utensilios domésticos toscos, siendo durante varias generaciones escondite temeroso pero ideal para la chiquillería de la ciudad.
Además de todas estas cuevas que perforan el suelo de Las Palmas, —alguna de ellas, tal el caso de las citadas del Pambaso y La Matula, por S Roque, todavía sin explorar convenientemente— otras edificaciones de tipo prehispánico se localizaron en el pasado como, por ejemplo, los restos de una sencilla necrópolis en varias cuevas de la Isleta. Aún puede recorrerse la famosa del Canario, en lo más alto de una de las montañetas, por la parte del Confital. Al respecto, en el año 1904 escribió un investigador de estos hallazgos, …»la Isleta servía de necrópolis muy posiblemente a la población más miserable de la isla falta de recursos para tributar honores mas pomposos a los cadáveres, allá en espaciosas grutas sepulcrales donde permanecían siglos perfectamente embalsamados».
Hace algún tiempo, tuve curiosidad por conocer esta Cueva del Canario en lo alto del Confital y que en realidad se trata de un conglomerado de grutas laberínticas, cerca de veinte, escarbadas en un plano inclinado, similares a tantas otras visitadas por la isla, algunas con trazas de haber sido almacenes, silos para grano, todas contenidas en una mayor central. Se me ha relatado que en ciertas épocas de inquietud entre la población isleña, hubo hombres acosados que allí se escondieron, recibiendo víveres de mil ingeniosas formas y sin lograr ser descubiertos jamás por quienes los buscaban.
En el pasado, durante el transcurso de exploraciones, se encontraron numerosos restos de cerámica tosca, utensilios diversos domésticos y algunas osamentas, además de los ya mencionados túmulos de la necrópolis.
En la actualidad, tanto los restos de los enterramientos como el conjunto de cuevas en sí, ofrecen un lastimoso aspecto por el abandono total en que se encuentran. Tampoco las continuas erosiones han respetado la zona y son abundantes los derrumbamientos parciales interiores como lo atestigua la cantidad de escombros que casi imposibilitan el acceso; acceso difícil también de por sí desde la parte baja de la ladera pero que todavía se puede acometer.
(Capitulo XXV del libro titulado Mis Exploraciones Canarias de Carlos Platero Fernández)
Nota: En posterior entrega, el detallado estudio arqueológico de estas cuevas y del Confital realizado por Sebastián Jiménez Sánchez en el año 1944