“Cuando dos caminos se separan… toma aquel que se dirija a la playa”. Hannah McKinnon

Tarde agradable: nubes y claros

Poesía frente a la barbarie por Teresa Iturriaga

Un niño me preguntó: ¿Qué es la hierba?, trayéndola

a manos llenas,

¿Cómo podría contestarle? Yo tampoco lo sé.

Sospecho que es la bandera de mi carácter tejida con

esperanzada tela verde.

O el pañuelo de Dios,

Una prenda fragante dejada caer a propósito,

Con el nombre del dueño en alguna punta, para que

lo veamos y lo notemos y nos preguntemos, ¿de

quién?

(…)

(Hojas de hierba, Walt Whitman)

El pasado domingo día 27 de junio me emocioné al leer en esta página virtual las vivencias y recuerdos de Federico Jesús Castellano, un militar profesional canario destinado en misión de paz en Mostar, en la República de Bosnia-Herzegovina. Creo que es un acierto que el ejército español envíe entre sus hombres de paz a los canarios que llevan la sensibilidad a flor de piel, el aroma delicado que les da, en nuestro caso, el mar de Las Canteras. Este surfero, que tanto nos añora, es un hombre bien formado en la marea, conoce muy bien los caprichos de la ola… Y la Ola es la Vida, ¿verdad? Sí, Federico, mientras te iba leyendo, pensaba en que los mandos militares deberían tener siempre en cuenta todas esas virtudes -capacidad de maniobrar, improvisar, arriesgar, sopesar, observar, jugar, emocionar, amar, recordar y esperar- a la hora de elaborar un perfil del militar como hombre de paz, para que no sucedieran cosas como las que hemos tenido que tragarnos estos meses atrás, imágenes de torturas innombrables filmadas en las cárceles de Iraq. Es importante que la sociedad civil, con sus aires democráticos, impregne de Humanidad los espacios de la guerra, que el militar nunca abandone su emoción y no claudique ante el gélido número, que no se adhiera nunca a una soldadesca sin conciencia ni criterio. Un militar con objeción de conciencia, eso sí es lo propio del siglo XXI. Esperemos que tengan en cuenta estas nuevas directrices si prospera el proyecto de paz para resolver el conflicto palestino-israelí en Gaza y deciden enviar fuerzas españolas de pacificación.

Quisiera decirte, además, Federico, si puedes leerme u oírme desde ahí, que tienes alma de poeta, no hay más que leer tus palabras: se sienten. Y no es casualidad que en tiempos de guerra surjan poetas de gran talla humana, porque siempre el dolor y la desesperación han tenido en el arte –donde se incluye la literatura- su medio de expresión más profundo. Fijémonos en la poesía que, con su frívola apariencia, ha sabido elevar como nadie su voz ante la realidad más desgarradora, y, ya sea mediante torbellinos de palabras, signos ocultos e, incluso, con traspiés verbales voluntarios, logra entrar en la realidad cotidiana para reconstruir a un ser humano caído. El poeta estará siempre comprometido con su tiempo, ¿cómo no? Pues si el lenguaje es reflejo del pensamiento, éste por fuerza contendrá la chispa de nuestra experiencia social… En fin, todas nuestras emociones, proyectos, sueños, los lados humanos que somos, ¿no son hijos engendrados en nuestra época? Así nace la literatura y hace que los acontecimientos históricos tengan un orden y un sentido, único y diverso; creo que, sin ella, serían aún más difíciles de interpretar.

¿Pero qué es la poesía? Evidentemente, nadie posee la respuesta, habrá tantas respuestas como individuos, habrá infinitos mundos de emociones que no podrán encasillarse dentro de una sola definición. Para unos, la poesía no será más que un desahogo moral en tiempos de crisis, para otros, una necesidad vital en cualquier momento de la Vida, ya sea en días de guerra como en días de paz, porque es bien cierto lo que han dicho los sabios de todo tiempo y lugar: la verdadera batalla es la que uno libra consigo mismo en su interior. Hoy, más que nunca, la poesía sobrevive frente a la barbarie, fluye subterránea bajo páramos donde brota inesperadamente como una fuente milagrosa para curarnos de los espejismos de los desiertos. Porque ahí donde parecía haber un hueco para nosotros, no lo crean, no lo hay, nos echaron a patadas. Pero las ciudades crujen, se están oxidando y morirán como enfermos terminales sin la ayuda de la poesía, y yo estoy bien segura de que desde ellas nos llamarán hasta los equipos de ejecutivos a gritos, desesperados por recobrarse. Porque sin poesía, Federico, se acabarían las espumas y las ceremonias de delfines, se suicidarían las gaviotas sobre La Barra en filas de tres en tres, los erizos perderían sus alfileres por la arena de tu playa al mezclarse con las inmundicias urbanas y, entonces, tú ya no soñarías con la mejor ola del mundo, no, nunca más. Nunca más habría una boca que nos susurrara al oído y nos dijera lo que realmente nos sucede. Por eso, Federico, ten ánimo, sigue escribiendo, que nosotros aquí seguiremos cuidando tu “Jardín de Agua”, desde El Confital hasta Las Salinas Perdidas. Te esperamos sano y salvo en octubre, será un otoño sereno cuando regreses.

Teresa Iturriaga Osa

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