“Cuando dos caminos se separan… toma aquel que se dirija a la playa”. Hannah McKinnon

Intervalos de nubes y claros. Ambiente agradable

Plantar un olivo en la playa por José Luis Gallardo

José Luis Gallardo

Después de los asombros y los saludos, reanudamos el paseo por la orilla. Manolo me hace la confidencia de que él también busca la infancia perdida. Que ha dejado el tabaco y el alcohol y que ahora, cuando camina por el holladero entre la mar y la arena, respira mejor, se siente otro, se siente libre.De vez en cuando, tal es nuestra emoción, nos detenemos. Mientras una ola mansa baña nuestros pies, levantamos la cabeza al sol del mediodía e instintivamente nuestra vista se fija en la maravilla de la barra natural que hace de Las Canteras una laguna o mar interior siempre renovada.

La roca, la mar, la espuma, las algas, el sol (a veces también, por qué no, la “panza de burro”), el olor a yodo y a salitre, la gente, sobre todo la juventud explayada entre el agua, el marisco y la arena como una resurrección, todo a nuestro alrededor contribuye a retrotraer el tiempo, a relatarlo, detenerlo.

–“Tú fíjate cómo el agua se demora, la onda se hace luz, reverbera, el aire por todos lados se enciende”, dice Manolo y los ojillos se le hacen aún más chicos. –“¿Qué echas de menos o, mejor dicho, qué ves distinto de aquellos años [los 50] de la “Academia” de la playa chica?”. –“En cuanto a la playa en sí, nada. La playa, es cíclica, no cambia sino que se renueva. Quizás ahora haya más arena, pero eso no es malo, al contrario, la arena se acumula contra la avenida y constituye una reserva. La arena es un bien preciado y a nosotros nos sobra ¡qué maravilla!”. –“Pero yo me refiero más bien a la gente, el ambiente”. –“Han pasado más de 40 años, que se dice pronto. Habría que evocar aquél espíritu extraño en medio de la tristeza de una ciudad cercada por la indiferencia y el miedo”. –“También el odio”. –“Sí. El odio. Recuerdo que a Manolo lo echaron poco menos que a patadas del Gabinete”. –“Y Felo Monzón malvivía en libertad vigilada”. –“La mayoría vivía como si aquello no le concerniese. Sólo un pequeño grupo, una isla dentro de otra isla, se atreve a hacer preguntas. Son unos cuantos jóvenes rebeldes, inquietos, algunos de ellos con mucho talento, los que meten la cabeza a la sombra de la sombrilla de Elvireta Escobio, la Helena que hace oir por los rincones de la playa chica y más allá, la aureola de su nombre”. Llegamos a Punta Brava, donde está la residencia del poeta. Nos paramos, Padorno con una mano me sujeta el brazo. Siento la presión de sus dedos de escritor. Son dos hombres maduros que se miran frente a frente. Su conversación se mantiene a distancia de ellos. La amistad de la que hace tiempo hacen gala es una amistad que no se da sino a la vida misma. ¿Pero es la vida la que está implicada allí? –“Aquello fue una nostalgia, un estadio arcádico de naturaleza” –“Sin embargo, Manolo Millares llegó a decir que el utopismo sólo le servía de contraste”. Y se produce una pausa, una hermosa espera, mediante la cual dos cualificados interlocutores, de una vera a otra, meditan ajenos a lo que Blanchot denomina la fatídica pulsión hablante que se detiene.

Reanudo mis paseos. El paseo por la orilla es la clave de Las Canteras. En un largo recorrido que va desde La Puntilla a Los Muellitos (debajo mismo del Auditorio), el paseante tiene ocasión de pisar de forma sucesiva sobre arena rubia de caracolillo, arena gruesa, arena esponjosa, gravilla, sebas, piedras y marisco pelado. Al cabo de varios días, si antes no se da por vencido, tendrá los pies lo suficientemente encallecidos como para continuar durante todo el año si lo desea. La fauna (es una forma de decirlo) que transita es variopinta y de lo más divertida (con todos mis respetos). En otra ocasión hablaremos de ello. Uno de esos días me tropiezo con Elvireta Escobio, que todos los años viene desde Madrid a mojarse los pies, y que este año pasea acompañada de Guillermo Viera. Nos saludamos, lo de siempre. Hablamos de Manolo Padorno, con el que nos hemos tropezado ambos por separado. Y surge la idea. ¿Por qué no nos hacemos unas fotos los tres juntos, evocando aquellos años de la nostalgia? Quedo yo encargado de sincronizar el evento. Guillermo se ofrece a hacer de fotógrafo. Hablo de nuevo al día siguiente con Manolo y nos ponemos de acuerdo. A Padorno le entusiasma el volver la mirada, a través de la imagen, a la pequeña playa transitada por artistas, filósofos y poetas. Enumera: Felo Monzón, Manolo Millares, Martín Chirino, Tony Gallardo, Arturo Maccanti, José María Benítez, Juan Hidalgo, los propios Elvireta y Padorno… La nómina no es en modo alguno despreciable. En aquellos años el tiempo de la persuasión resta por venir, pero estaba “in mente” de todos el dejar que nuestro mito se abra camino. Plantar un olivo en la playa, ése era nuestro más ferviente deseo. Por ello nos apresurábamos a formular la escritura “política” de la ciudad, cuando ésta sólo contaba con menos de la mitad de habitantes que hoy.

La Provincia a 11 septiembre 1997, Suplemento CULTURA,

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