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El Teatro de Las Canteras

Cerremos los ojos y nos trasladamos a los años iniciales de la década de los cincuenta. Es domingo y primera hora de la tarde. Con mi amigo Tomasito decidimos ir al cine.

Es día de cine y en el Teatro Hermanos Millares, en la calle Ferrera, muy cerca de la “Puntilla” ponen una película chachi.

Antes nos detenemos en la cartelera para confirmar el programa del día. Alguien compra su entrada mientras pregunta el precio, siete perras gordas – setenta céntimos -, le responde desde dentro de la taquilla.

Mientras estoy contando el dinero que llevo, un chiquillo se nos acerca con una cesta plana colgada al cuello y nos ofrece golosinas: Algarrobas, chochos, (altramuces), chufas y caramelos. Enfrente, casi subiendo la rampa que da acceso al paseo, un puesto vende: coco remojado, trozos de jarea (pescado seco), tiras de tollos y pirulines – los chupa-chups de entones -. Los chiquillos se raciman al puesto, sin dejar de pedir chucherías en alta voz, mientras exigen sus turnos.

– ¿Tú vas a comprar algo Tomasito?

– No, solo tengo las perras para el cine.

Confirmamos la película, es en blanco y negro del oeste americano. El muchacho (actor principal) es Alan Laad.

Después de contar un par de veces las perras que llevaba… Tuve un sobresalto. Me falta una perra chica – cinco céntimos -. Entonces era un preciado valor. Rebuscando por los bolsillos encontré otra perra gorda. Tuve un alivio total.

La sesión empezaba a las cuatro de la tarde y faltaba un poco para empezar, así que después de comprar la entrada, nos acercarnos al paseo y ver como jugaban a pelota en la arena un crecido grupo de playeros de distintas edades. De repente los jugadores salen corriendo, unos lanzándose al agua otros escondiéndose entre los botes varados en la arena.

Había aparecido el personaje de turno. El “guindilla” o “guripa”. El salacot blanco, moviéndose entre las gentes que paseaban, anunciaba la urgente necesidad de dispersarse.

– Juan, fíjate, igual que por la peña La Vieja.

– Desde la posición que nos encontramos es divertido ver como corren y se esconden. Y eso que aún no ha llegado aquí. ¡Como se esconden!

Al fin era la hora de entrar en el cine. Se corría para coger una buena butaca o subir al gallinero.

El teatro Hermanos Millares era un edificio moderno. Una puerta amplia daba paso al hall del patio de butacas y otra conducía directamente a la zona de gallinero. Después de subir unos pocos escalones, encontrabas el hall distribuidor, el piso de mosaicos formando dibujos en blanco y negro. Tres puertas con cortinas oscuras de terciopelo daban paso a la platea. El patio de butacas era amplio con piso de madera, las butacas también de madera, con sus asientos abatible eran cómodas, perfectamente numeradas mediante las chapas de latón repujado y fijadas en los respaldos.

Por encima del hueco del escenario una pintura de personajes y frutos adornaban esta parte de la pared. Destacando un icono con las siglas THM.

En una de las paredes laterales, la de la izquierda según entramos en la sala, tenía una puerta de salida de emergencia y otra que daba paso a los aseos. Unos metros más arriba, muy cerca del techo, varios ventanales aireaban el recinto durante el tiempo que no se proyectaba la película, a la media parte y al final.

Las dos paredes laterales soportan puntos de luces con pantallas con forma esféricas de color cremoso.

El gallinero se adentraba sobre la platea en forma de un gran balcón, quedando las últimas filas del patio de butaca bajo su cobijo.

El techo exterior del edificio estaba cubierto con planchas onduladas de uralita, pero por la parte interior presentaba un falso techo decorado. Coincidiendo con su punto central, una moldura circular, de un metro por lo menos de diámetro, con varios círculos concéntricos, alternado colores de beige y marrones, y en el centro un fuerte punto de luz. De forma correctamente repartidas por el mismo techo, había cuatro formas iguales pero más pequeñas.

Se apagan las luces, el silencio se deja sentir y la atención se plasma en el telón.

Un escudo con cabeza y alas, la palabra NO-DO en su parte central y una música muy peculiar, daba el inicio a las noticias de los acometimientos de la última semana en el Estado Español. Casi siempre había la inauguración de un nuevo embalse.

Los chiquillos, en el momento de empezar la película pasábamos a expresar la alegría con chillidos de apoyo. En el gallinero las patadas en el suelo de madera, retumbaban de forma estrepitosa.

El Teatro Hermanos Millares guarda para el Puerto de la Luz y en especial para La Puntilla, muchos gratos recuerdos. Pasaron por él muchas compañías teatrales, de dentro y de fuera de Gran Canaria.

Un artista isleño inolvidable a quien recordamos con gran cariño los que vivimos su época, fue “Pépe Monagas”. Con sus historias de nuestras gentes nos hacía pasar ratos inolvidables; también pasó por éste escenario.

Según referencia que tengo de mis antepasados en este Teatro Hermanos Millares, en la década de los treinta, era el punto de celebración de los bailes de Carnaval y fin de año de las gentes del Puerto de la Luz, barrio Santa Catalina y por supuesto de sus vecinos de la playa de Las Canteras. Según me contaron, era una pasada de diversión. La gente asistía luciendo la moda del momento, las mujeres a lo charlestón y los hombre a los Carlos Gardel.

Más tarde, después del año treinta y seis, quedaron abolido dichos esparcimientos sociales.

Fue un lugar emblemático para la playa de Las Canteras.

Juan Boza Chirino.

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1 Comentario

  • cuando podremos disfruta de un AULA «MI PLAYA DE LAS CANTERAS» la casa de PADORNO SERIA LA IDEAL PERO……LA CULTURA NO TIENE LUGAR………..CARNAVAL, CARNAVAL…………..

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