Junto a las rocas, la arena, la Barra y el propio Paseo, las pandillas que a lo largo de decenas de años han poblado Las Canteras y marcado sus límites, son una obligada referencia para el conocimiento de la mayor joya natural del municipio y la Isla. Grupos y grupos de jóvenes, algunos ya bastante mayores e incluso desaparecidos, han compartido atardeceres y paseos, tardes de jugar al clavo y membrillos, pesca de cabozos en los charcos y guineas de bolas de arena, fútbol playero y balón cubo. hoyos y castillos. La playa estaba perfectamente dividida en dos zonas, siendo el centro neurálgico la Playa Chica, que se aprovechaba de los beneficios de lo que era Playa Grande, desde el Muro Marrero hasta La Puntilla, pero que hasta pasados muchos años no gozaba de las simpatías de lo que era la gente más degradada de la Playa, la zona que iba desde Los Lisos, al final de Franchy y Roca, hasta Los Muellitos de La Cícer.
Muchas pandillas se asomaron a los muros de Las Canteras, cada una desde la porción que se había repartido territorialmente durante años y pese a aquellas dos grandes zonas, uno en la zona deprimida podía ser de la pandilla de Los Lisos, de Peña la Vieja, de Galileo, de Bello Horizonte, de la Curva de La Cícer, de La Cícer misma o de Los Muellitos. Sin embargo, la solera de toda la playa correspondía, y así sigue siendo, a Playa Chica y Peña la Vieja, y a pandillas, principalmente de veraneantes, que se juntaban en torno al Reina Isabel.
Desde los años cuarenta ambas zonas tenían sus grupos de amigos fijos a los que, se les viera por donde se les viera en la playa, se les averiguaba fácilmente la procedencia, muchos de los casos permaneciendo al mismo sitio, como los Marrero, los Farray, los Monteiro, los Quintana, los Roig, los Artiles, los Bolaños, los Tavío y un largo etcétera, Las posteriores presencias de Gregorio Toledo, Pacuco Bello y otra larga lista de personas que se empeñaron en hacer de Playa Chica el centro de Las Canteras, con campañas como Canario cuida tus playas y similares, en torno a los primeros años de la década de los ochenta, consiguieron hacer resurgir la zona, que nunca murió, apoyados tambien por las terrazas que invitaban a quedarse en aquella curiosa zona de Las Canteras.
No obstante estas delimitaciones de las pandillas quedaban descolgadas en cuanto nos encontrábamos a alguno de sus miembros fuera del ámbito de la playa. En ese momento, el conocido era simplemente de la playa. De Las Canteras surgieron muchos nombres que después se hicieron populares, desde Felo Monzón a los Hermanos Millares, pasando por los hermanos Cantero, Chirino, los Correa, Padorno, los Benjumea, Elvireta Escobio, Arturo Maccanti, los hermanos Gallardo o los Kraus. Mucha solera también tiene Peña la Vieja, una de las más grandes zonas de la Playa, puesto que cuando se mira a la Peña desde la orilla, nunca se sabe cuándo está uno enfrente, lo que le da mayor sensación de amplitud. El final de la calle Kant era lugar de paso fijo para quienes vivían en aquellos alrededores, también familias enteras con posterior descendencia que después se ha quedado en la playa, donde cabe destacar a los hermanos Momo, pescadores de la zona y auténticos dueños en su época de aquella parte de Las Canteras. Era el lugar de las travesías para saber quién podía llegar más lejos a nado. Lo mejor que tenían los que siempre estaban en Peña, que es como conocen al sitio los playeros, era la propia piedra. Si Playa Chica era el punto central de Las Canteras, Peña la Vieja era su corazón, ya que es la roca más grande de toda la playa y, por tanto, punto de referencia. Con todos esto antecedentes. Peña la Vieja tuvo su tiempo dorado en la década de lo setenta, tiempo que se ha mantenido hasta la actualidad. En aquellos años, decenas de niños se apilaban en corro todas las noches, tras un día de lanzadas de cabeza desde la roca, viajes a La Barra, membrillos y helados y sebada de olas a pecho descubierto, para jugar a lo que fuera. Estaban un poco lejos los días de la inseguridad, las agresiones y otras cuestiones actuales, y los padres confiaban en ello y en la cantidad de niños que había, para dejar que sus hijos saltaran y patalearan en la arena fría hasta la medianoche La década de los setenta tenía como protagonistas a la segunda generación de Peña la Vieja. Era el tiempo de los Miranda, Pepillo el pescador, Alfonso el Rubio, José Tamayo, Antonio García el Pití, Marcos, Ulises Montero, otro Marcos, Víctor el Tarufo, José Mari el Patuchas, Juan el Picólo, el Gadi y un largo etcétera que representaba lo que iba a ser la esencia de quienes pararían en aquella zona de la Playa. Una sentada sobre la barandilla de madera que se caía a trozos, guitarra en mano, resumía un verano pasado al aire libre. La segunda generación bis estaba compuesta por hermanos y primos de lo primeros, casi todos nacidos a finales de los sesenta. Luisillo, Víctor el negro. Pepe Collado, Agustín Cabrera, tres o cuatro joses. Javi el Cabozo, que se comía las gambas y el pan mojado cuando íbamos a pescar, Néstor, Javi Miranda, Pacho, y alguno que otro. En aquella época. Peña la Vieja quedó como un club privado, donde se permitía la asistencia de otros a la pandilla, pero solamente de paso, un verano o exclusivamente cada verano, pero no tenia el honor de ser considerado un verdadero miembro de la pandilla. Ni un carácter de los que se encontraban cada día y cada noche en la Playa, era igual a otro, razón que indujo a los componentes a pensar qué hacían saliendo juntos. Sólo tres cosas los unían: pasión por la Playa, un equipo de fútbol playero y otro de balón cubo que no perdió jamás un partido jugando contra todas las pandillas de la playa, así como la voluntad de no ir nunca a una discoteca. Las mañanas eran para la playa, casi sin desayunar y bajando de Farray descalzos y sin camisa para no cargar mucho. El tentempié, erizos y lapas que se comían en La Barra y las tardes-noches eran de guitarra y tertulias, composiciones propias entre veinte, que ya era difícil pero que salían bordadas, y coqueteos con toda aquella que pasara, algunas de las cuales se quedaron. Los primeros carnés de conducir los hicieron recorrer la isla de fiesta en fiesta, como antes habían hecho con mochila y saco de dormir. De la fiesta del Gofio a La Rama, de la Fiesta del Agua al Charco de La Aldea, de las Sanjuaneras de Arucas al Carnaval de Agúimes, y por supuesto. El Pino, con varios intentos de ir caminando desde la Peña que no pasaron de la Plaza del Pilar en Guanarteme, apenas 1.500 metros más lejos. Los años pasaron y esta segunda generación bis, ya unida a la segunda generación, se apiñó aún más. A la segunda generación le ha salido una tercera, de hermanos aún menores, ya nacidos en los años setenta, que mantienen vivo el espíritu de Peña la Vieja, que para los que allí estábamos venía a simbolizar la amistad misma que antes y en otras zonas de la playa habían tenido nuestros padres. La nueva generación es la de Los Palomos. Pero lo bueno es que viene preparándose la cuarta, con los hijos de aquellos que pertenecían a la segunda y la segunda bis, circunstancia que nos permite ver aún más cuántos años estuvimos pegados a aquella roca, cuántos paseos por Las Canteras, cuánto fútbol y cuántas olas cogidas en reboso junto a la Peña la Vieja. Pero lo más curioso es que los mayores de ahora, antes niños, sabemos perfectamente que dentro de poco será la sexta generación la que viva a orillas de la Playa, y luego la séptima, antes de la octava, y así por siempre. Y ellos ni siquiera llegan a planteárselo.
José Barrera Artiles (Extracto del libro Canteras 1900-2000)