Con la Peña de la Vieja de fondo, en un banco casi blanco, se reúnen día a día los mas diversos caracteres. Reuniones que empezaron cuando niños de unas calles mas arriba bajaban a la playa con sus madres y empezaban a conocerse y que aun siguen en vigencia.
Desde el que se cree don Juan porque los domingos se pone el traje de chaqueta para salir, hasta el loco que a censurados gritos espanta al personal femenino, pasando por el que va solo a las discotecas, podemos encontrar de todo.
El brutito que hay en todas partes, que ahora esta en la península estudiando, el que esta haciendo la mili y todos los fines de semana nos cuenta lo mal que esta la comida, y como no, mi gran amigo, ese bajito de todos los grupos, gran jugador de ajedrez, que con sus chorradas impulsa a todos a esbozar esa sonrisa que siempre esta dispuesta a salir.
El canarión, casi guanche, enamorado de la luna, el que se divierte en todas partes y que por las mañanas hace función de heladero, el que aspira a ser periodista, que es un servidor, y los que se levantan los domingos cuando todavía no están puestas las calles para ir a jugar al baloncesto.
El morenito de pelo rizado que se da mil vueltas por los puestos ubicados en Mesa Y López para luego decir que lo que quiere es un gorrito a lo Bob Marley, el pescador que tiene un local y cada fin de semana anuncia fiestas que luego no hace, el pintor con su extraña filosofía de la vida, el joven alpinista francés del Anden Verde, y el que quiere ser piloto.
El carnicero que amenaza con comprarse una moto y que donde quiera que se coma un perrito caliente pregunta de qué marca son las salchichas, los que cogen olas, el que se ha metido a hamaquero, y el que quiere ser ginecólogo.
El guitarrista loco que compone sus propias canciones, la que vive en Arucas y baja cada fin de semana a discutir con el novio y que, por cierto, confunde la tundra con la salamandra. En fin, una cantidad de gente que se lo pasa muy bien juntos sin molestar a nadie y a los que les dedico hoy este, su propio retrato. A ellos…porque sin ellos, los cansados ladrillos de la avenida se verían fríos, porque sin ellos, el duro corazón de piedra de la Peña de la Vieja se sentiría solo, y en definitiva porque sin ellos, esa nuestra pequeña parcela de la playa, no seria la misma.
José Barrea Artiles, marzo de 1985
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