“Necesito el mar porque me enseña.”. Pablo Neruda

Viernes: aviso naranja por costeros (oleaje) y aviso amarillo por viento.

Los hombres que se fijaron en Las Canteras

Aparte de las referencias ya hechas, seria prácticamente imposible citar a todos los autores que se han fijado en Las Canteras o a aquellos que se han inspirado en la Playa para hacer sus composiciones. Cabe destacar, no obstante a Tomás Morales cuando habla del mar. Domingo J. Navarro, Alonso Quesada, Saulo Torón, Manolo Padorno, enamorado de la playa, o a esos miles de desconocidos que, sentados en los bancos de la Avenida a lo largo de la historia, han desplegado su imaginación ante tanta grandeza. La Playa ha sido la inspiración de muchos enamorados anónimos que quién sabe lo que han escrito, pero que desgraciadamente no han sido bien tratados por la historia, más acostumbrada a figuras ya consagradas, conocidas, que a la mtrahistoria aquella de la que hablaba Miguel de Unamuno.

Pero la Playa cautivaba a los autores de antes de este siglo y, principalmente guiados por el interés de todo lo referente a la Naturaleza, eran muchos los viajeros que dedicaban unos párrafos a la entonces llamada Bahía del Arrecife. El teniente Henry Kelle, lo mismo que Modoz y Coello, hizo sus planos sobre Las Canteras en la segunda mitad del siglo XIX. Igualmente, otros autores como Elizabeth Murray, W. Thomas, H. Christ, Olivia Stone o Jules Leclerq, visitaron la isla y dejaron escritas sus impresiones sobre ellas en mayor o menor medida, aunque con breves referencias a la zona de Las Canteras, especialmente ligada en sus crónicas a La Isleta o al istmo arenoso que la unía con Gran Canaria. También es de interés el Derrotero de las Islas Canarias del barón Charles Philippe de Kerhallet, en 1858. Hablando de la Playa, a la que denomina Playa del Carmelita, y de su bahía, expone:

“La costa corre hasta reunirse con la lengua de arena que une a La Isleta con Gran Canaria. Esta casi completamente rodeada de piedras entre las cuales pueden pasar totes para coger la playa baja y una pequeña ensenada que hay frente al pueblo de La Luz. Encuéntrense en esta bahía alpinas manchas de piedra”

Toda ella es limpia y puede fondearse en arena por dieciocho escasas a veinticuatrro brazas, pudiendo también verificarlo en menos braceaje sí se quiere estar más cerca de la tierra. Se halla del todo desabrigada para los vientos del Noroeste, pero es muy buena con los opuestos del Sureste, así es que, cuando éstos soplan con fuerza en el fondeadero de Las Palmas y lo abandonan los pescadores por no serle posible mantenerse allí, vienen a esta bahía.”

En referencia a las romerías de Nuestra Señora de La Luz, Isaac Viera (1916) deja un hueco para nombrar a la Playa, relacionada con la hora de la comida. Esta fue una costumbre que duró con los años y que aún hoy practican algunas familias. Quienes decidían pasar el día en la Playa, y no estamos hablando de principios de siglo, entendía la excursión con un enorme almuerzo, descartando las fiambreras o cacharros similares de los que ahora se estilan, y apostando con toda la naturalidad por la Playa como cocina;

” (..) Es la hora del almuerzo: en la menuda arena de la Playa del Arrecife tienden albo y limpísimo mantel, sobre el cual colocan grandes bandejas, conteniendo el humeante cherne y las papas, mientras en un enorme lebrillo se amasa el gofio, que es del riquísimo y nutritivo maíz, que en otro tiempo dio tanta fama a la extensa y fértil Vega de San José, en la que hoy verdeguean frondosas plataneras, cuyo apetecido y frondoso fruto, cuando está en sazón, parecen racimos de oro”.

Inicialmente, los comentarios acerca de Las Canteras tenían como referencia el Puerto de La Luz o La Isleta. Así, se han podido encontrar testimonios de autores difícilmente reconocibles, como el recogido en el estudio de la empresa Altos Hornos Ingenieros y Consultores para el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria en 1979, que se atribuye al siglo XVI:

“Llamábase antes el Puerto de Las Isletas, por abrigarlo por la parte del norte un negro promontorio de tres altas montañas; un breve puente de arena lo une con la isla. Fue sin duda un volcán que en el mismo mar reventó, pues todo es de piedra quemada que llamamos malpaís. Cógense en sus coletones mucho pescado, cangrejos, erizos y toda especie de marisco. La agua del mar, que queda encharcada, forma salina muy blanca y fina. Paga el Cabildo secular a un hombre que está en la atalaya sobre estas montañas todo el día, y en descubriendo embarcaciones, pone señas que son unos palos vestíaos de ramas, en una casilla que está sobre la montaña que mira para esta ciudad y de todas partes se ve. Cuando es mucho el número de navios hace fuego, y lo da a entender el humo de día, y la llama de noche. Por aquel puente de arenas de que hablé, únense muchas veces los mares, el de poniente, que es el del arrecife y el del Puerto de La Luz, que mira al naciente”.

El Diario y relación de viajes de Romero y Ceballos (1795) recoge igualmente sus impresiones sobre la Playa y el abrigo que ésta ofrecía los barcos. Además hace algunas referencias al istmo y a la ermita de La Luz y Santa Catalina que, pese a no ser objeto de este libro, sí merece la pena recoger en tanto que aporta al lector una idea de cómo estarla conformada lo que hoy es la capital, hace doscientos años. Igualmente explica el origen el nombre de Las Canteras;

“Únese esta Isleta a la isla por un istmo o lengua llaná de arena blanca de un tiro de mosquete de ancho que le hace ¡armar a la banda del Norte una gran bahía que llaman del Confital, que seria preferible a la de La Luz, si no fuese tan difícil el desembarco por una cadena de rocas, que casi ya cerca de la playa, se extienden, y le atraviesan. Estas en reboso están cubiertas, pero en la baja marea están de fuera, y si no es por algunos canales de que es menester tener mucha inteligencia, no pueden arribar lanchas a la ribera. Estas rocas son de cantera blanca arenisca, y de ellas se sacan unas pilas para filtrar el agua y llevar porciones a la América, Las playas de ambos puertos son alegres y apacibles; en más de un tiro de arcabuz esta muerto el mar, el cual arroja por esta parte variedad de conchas y piedrecillas de todos colores, y entre ellas unas, que por la similitud que tienen se parecen a los confites, con cuyo nombre las conocen. En la misma Isleta casi cerca del nominado istmo (que algunas veces ha sido anegado del agua, juntándose ambos mares) está una ermita, dedicada a Nuestra Señora de La Luz, con una gran casa, que sirve para recreo de muchas personas que se van allí a divertir. El camino que hay desde aquí a la ciudad, es llano pero por medio de penosos arenales blancos, muy movedizos., y llenos de montañas, formadas de la misma arena, bien que esta es como una faja, que atraviesa a lo largo de la orilla del mar, y a lo ancho como un tiro de mosquete, y como casi desde el mismo Puerto a una cadena de cerros, que llegan hasta la ciudad cerca del mar; las faldas de estos antes de unirse a las arenas, ofrecen un espacio de tierra sin mezclas de arena, que por regarse con varias acequias y tener algunos árboles, y casas de campo, hacen muy divertido el camino. Los nominados cerros son mal vistos, quebrados y llenos de tabaibas, y piedras, que suelen hacer mucho daño, rodando a la llanura cuando hay aluviones. En la mitad del camino esta una ermita que llaman de Santa Catalina, algo desviada del mar, en cuya orilla enfrente de ella está un castillo muy fuerte de su mismo nombre’. Los arenales llegan hasta los mismos muros de la ciudad, y muchas veces los han forzado, entrándose dentro no poca porción”

José Barrera Artiles (Extracto del libro Las Canteras 1900-2000)

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