A los pies del volcán del Faro, como una auténtica “catedral del mar”, se encuentra —entre la punta del Agujilla y el Roque Ceniciento— La Hondura, un espectacular enclave geológico en lo más profundo de La Isleta.
A los pies del volcán del Faro, como una auténtica “catedral del mar”, se encuentra —entre la punta del Agujilla y el Roque Ceniciento— La Hondura, un espectacular enclave geológico en lo más profundo de La Isleta.
Allí, el mar nunca está tranquilo. Las olas no descansan: golpean sin cesar la base de uno de los grandes edificios volcánicos que formaron el brazo norte de la isla hace entre 300.000 y 100.000 años.
La Isleta, unido al resto de Gran Canaria por el istmo de Santa Catalina, es en realidad un complejo volcánico compuesto por una veintena de bocas eruptivas que emergieron en el Pleistoceno, modelando un paisaje abrupto y salvaje.
Tras cruzar la valla militar, bajo el barrio de Las Coloradas, nos adentramos a pie por senderos que recorren la costa septentrional de este espacio natural protegido. A nuestra derecha, nos dan la bienvenida los riscos rojizos de Montaña Colorada, formados por antiguos depósitos piroclásticos oxidados, fruto de erupciones explosivas de magma basáltico. Más adelante, tras dejar atrás la cantera de Las Vacas —el área más degradada del entorno— entramos en la zona de Los Albarderos, donde la erosión marina ha esculpido acantilados, charcos y entrantes en una costa de lava almohadillada y basaltos compactos.
Recordamos que, para acceder a esta zona militar, es necesario solicitar permiso al Ejército. En nuestro caso, pudimos llegar gracias a una excursión organizada por el Cabildo Insular.
Todo el recorrido es un testimonio vivo de la historia volcánica reciente de Gran Canaria: lavas solidificadas, coladas que se precipitaron al mar, fracturas sísmicas y formas erosionadas que muestran el lento trabajo de la naturaleza sobre la roca.
Y entonces, como recompensa final, aparece ante nosotros La Hondura, una ensenada cerrada por abruptos riscos que caen a plomo al mar. Es uno de los parajes más espectaculares y recónditos de La Isleta, un verdadero santuario geológico y paisajístico. Allí, el mar y el tiempo han esculpido un rincón único, donde se percibe la fuerza de las entrañas de la Tierra y el poder incansable del océano Atlántico.