En 1883, el istmo de Guanarteme mostraba un aspecto radicalmente distinto al actual: las dos orillas casi se tocaban, separadas tan solo por un estrecho y frágil montículo de arena. Bastaba una marea viva para que las aguas de naciente y poniente se encontraran, anegando temporalmente la franja de tierra y convirtiendo Las Isletas en una verdadera isla.
En la imagen, las personas posan sobre la conocida como “la Carretera”, la única vía de acceso desde la ciudad antigua —La Isleta aún no estaba conectada por un firme sólido— hasta las primeras edificaciones que comenzaban a levantarse a los pies de este paraje volcánico.
Este rudimentario camino, a menudo cubierto de arena, fue el precursor de la futura vía que acabaría uniendo la ciudad con el naciente barrio de La Isleta, a través de un terreno todavía indómito y expuesto a la fuerza del mar.
Al fondo, los conos volcánicos de La Isleta se muestran en su estado casi original, sin urbanizar, con la roca volcánica descendiendo hasta la misma base del istmo.
Es una imagen que documenta una etapa en la que el entorno natural dominaba el paisaje, antes del relleno del istmo y la expansión urbana que transformaría radicalmente esta zona de Las Palmas de Gran Canaria a lo largo del siglo XX.