Entre los años cuarenta y setenta del siglo pasado no había en Las Canteras chiquillo sin clavo entre sus trastos de bajar a la playa.
Era un clavo grande, de unos 20 cm., compañero de esperas por el resto de la pandilla, clavándose de surco en surco atendiendo a una serie de piruetas con nombre propio que iban siendo transmitidas de generación en generación.
Luego, a la llegada de tod@s, clavo de reunión, de círculo en la arena. Atentos a las mañas del compañero para alcanzar el turno correspondiente que a veces tardaba si el oponente era capaz de hacer un zapatero (cinco puntos en la clasificación) que consistía en hacer todas las artes de un tirón, con lo que volvía a repetir.
Si no, poco a poco, paso a paso, la tirolina, la pajarita, los cuernos – con el riesgo de faltar y volver al principio – la mano, el hombro, la cabeza, la piscina… así hasta apuntar un chico en el muslo moreno de los días de verano.
Clavo de disputas por ver si la cabeza estaba tocando la arena, en cuyo caso no valía.
Clavo de digestiones de dos horas y media antes de volver al agua.
Clavo de entretenimiento cuando las madres, viendo los ojos de salitre de los más pequeños, obligaban a descansar un rato en la arena.
Clavo de atardeceres sobre la arena fría, clavo de amigos y más amigos en ese enorme parque que siempre fue la playa de Las Canteras.
Ayúdanos a seguir informando día a día sobre nuestra playa: dona