No, no vamos a hablar del célebre pasaje del Antiguo Testamento. El título de hoy hace referencia a uno de los temas más candentes de los últimos tiempos en nuestra playa: la alimentación continua que, a base de pan, reciben los peces en la zona del Peñón y la barra grande.
Lo que empezó siendo un suceso casual y casi anecdótico se ha convertido con el paso del tiempo en una especie de ritual canterano que practican decenas de personas al día (como muestra, arriba una foto de este mismo sábado) y atrae cada vez a más peces. A las pioneras salemas se les han unido sargos, lisas, y hasta pequeños ejemplares de pejerrey, siendo posible encontrar esporádicamente animales más exóticos entre la manada.
El efecto nocivo que este tipo de prácticas puede provocar a largo plazo es evidente, máxime cuando estamos hablando de un ecosistema de espacio reducido como el de nuestra playa. Un biólogo nos podría hablar largo y tendido sobre el tema, pero pensemos simplemente en lo siguiente: la dieta del sargo y la salema está basada en algas y pequeños invertebrados. Si les proporcionamos nosotros el alimento, estaremos influyendo no sólo en lo que comen estos peces, sino también en lo que dejan de comer (algas, erizos, bivalvos…). Estaremos modificando indirectamente un equilibrio que a la naturaleza le ha llevado muchos años alcanzar. Y si algo no le hace falta a este ecosistema, de sobra castigado ya por la sobrepesca y el desarrollo urbanístico, es precisamente más desequilibrio. Y esto sin hablar de otros problemas como la modificación antinatural de la talla del animal o la peligrosa relación que de forma instintiva establece el pez entre la visión del ser humano y el hecho de alimentarse.
No estamos hablando de tirar alguna miga de vez en cuando para que los niños se diviertan viendo a las eléctricas salemas alimentándose en plan piraña. Eso es inevitable. Estamos hablando de alimentación constante y masiva; eso por fuerza tiene que influir de forma negativa en el entorno.
Es evidente que a las autoridades no les parece mal el hecho, pues sucede a diario delante de sus ojos y no hacen nada al respecto. Supongo que es porque no existe mandato alguno que prohíba este tipo de comportamiento en la playa. Mientras esto siga siendo así, evitar el daño que podemos causar al entorno marino de Las Canteras depende de nosotros. Priman aquí la reflexión y el ejercicio de la responsabilidad cívica. Estamos a tiempo.
Manuel Marichal
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