“Necesito el mar porque me enseña.”. Pablo Neruda

Viernes: aviso naranja por costeros (oleaje) y aviso amarillo por viento.

La maravillosa vida que esconden los fondos de la Playa de Las Canteras ” Después del ocaso”

Aprovechando la calma que reina desde hace días y la bajamar tardía de este fin de semana mi colega Juanjo, un apasionado de la vida submarina, me propuso una margullada nocturna para el sábado. Linterna y cámara en mano nos metimos en el agua hora y media después del ocaso, deseosos de disfrutar de los secretos que la barra nos brinda a esas horas.

Para los que se aventuran en este viaje, el fondo arenoso de Las Canteras se reserva una bienvenida de lujo: numerosos ceriantarios de todos los tamaños emergen orgullosos del subsuelo y adornan la arena con su presencia. Una imagen para disfrutar con calma y una ocasión ideal para jugar con la luz y las bellas formas de este invertebrado amante de la noche.

Un poco más adelante, perdida en tierra nadie, una fabiana sorprende a Juanjo en su camino. El huidizo animal, cefalópodo de hábitos nocturnos, decide esta vez quedarse quieto permitiéndonos observar de cerca su atractivo colorido durante unos minutos, antes de abandonarnos y enterrarse lentamente en la arena.

Metidos ya en los entresijos rocosos de la barra nos topamos con un gran erizo de púas largas. Se trata de un ejemplar que ha fijado residencia en una grieta de la barra desde hace unas semanas, en compañía de un cangrejo araña con el que guarda una estrecha relación de convivencia. Mientras sumerjo mi cámara entre sus enormes púas rememoro la visión de terribles blanquizales remotos y suplico al dios de los mares que reserve un final mejor para la barra.

Con el frío colándose ya por el interior del chaque decidimos dar por concluida la excursión, pero de camino hacia la orilla Las Canteras vuelve a sorprendernos con su asombrosa diversidad: un precioso ejemplar de mantelina se ha colado por uno de los resquicios de la barra buscando suelo arenoso para el desove. Admirando cómo reposa plácidamente, a escasos 40 metros de la orilla, apagamos las linternas y damos por concluido el margullo.

Salimos del agua con muy buen sabor de boca y recordando una vez más lo afortunados que somos por tener este auténtico santuario submarino en plena ciudad, junto a nosotros. Como siempre digo: ¡a cuidarlo canteranos!

Manuel Marichal

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