La luz de la Avenida se ha esfumado
y algunos paseantes encienden sus mecheros
en ciertas zonas conflictivas en obra; otros
encienden cigarrillos.
Se oyen batir las olas, negras.
El nuberío, gris sucio, refracta;
y el cielo, azulado negror,
se desentiende de la Avenida en sombras.
No te vayas, rondan los negros, los moros,
los chorizos del patio. Mira hacia el Norte,
en mitad de la lomas rumbo a Gáldar,
¿ves el largo caserío trazar un refulgente
rayón en la negrura,
como cinto lentejuelado,
como estrellitas agolpadas? ¿ ves?
No te vayas.
Yo recuerdo una noche jugar con mariposas
vivas, y la voz de mi madre: “ Niño, déjalas,
te vas a quedar ciego. “
Yo seguía jugando sin oírla,
y al rato, inopinadamente, un apagón;
la casa quedo a oscuras y yo loco: ¡ No veo ¡,
desconsolado, angustioso.
No volví a torturar las mariposas.
Quédate.
Una vez, unos primos bajáronme a un aljibe
para limpiarlos a fondo pues llegaban las lluvias,
y alzado que hubieron el último cubo de hojas
e insectos ahogados,
taparon el aljibe conmigo dentro, en broma,
y de nuevo pensé que moría.
No me dejes.
¿ Sabes la canción de María Matamala,
que mató a su marido Araél,
lo hizo trocitos
y lo puso a vender ?
Si no quieres he olvidado la letra.
Si la escuchas, me la sé de memoria.
Y si te quedas te cuento cómo
la Poesía da un brinco
cuando nos ilumina de repente
la línea de oro que da pie al oficio.
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